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México D.F. Viernes 10 de septiembre de 2004

José María Pérez Gay/VI y Ultima

El Cáucaso en llamas

Me he propuesto en estas seis entregas resumir la historia del conflicto de Chechenia, la situación política en el Cáucaso y el laberinto del gobierno de Vladimir Putin. Sin embargo, quiero dejar muy claro que la barbarie terrorista de los chechenos no representa a nadie, sino a la destrucción misma, a la muerte de inocentes y, en el caso de la escuela de Beslán, en Osetia del Norte, a la de más de 150 niños ejecutados por la espalda.

Desde hace mucho tiempo los dirigentes de Chechenia perdieron la brújula de su orientación política, resbalaron por el tobogán del terror y la venganza y nadie puede detenerlos, ni mucho menos decirnos hasta dónde son capaces de llegar. La república chechena se ha convertido en uno más de los símbolos de la solidaridad islámica; organizaciones wahabitas radicales financian sus tropas, les brindan apoyo logístico y entrenan a grupos guerrilleros en Siria o Jordania. Los rumores más disparatados dominan la atmósfera política en esa zona del mundo, hacen imposible el diálogo o las negociaciones entre rusos y chechenos. Al parecer, Shamil Basaiev logró pasar 60 hombres por Pakistán, en marzo de 1999, y entrenarlos en los campos de guerra de Afganistán. Según el diario Neue Züricher Zeitung, en agosto de 2000, el terrorista número uno, Osama Bin Laden, "puso en marcha a 400 árabes y afganos rumbo a Chechenia sólo para apoyar la guerra de los rebeldes contra los rusos infieles". Todos los Señores de la Guerra chechenos profesan los principios del wahabismo, esa forma estricta de interpretación del Islam que nace, al igual que otros movimientos reformistas, dentro de la gran corriente "salafiya" (salaf, grandes antepasados). Mohamed Ibn Abdul Wahhab intentó, como todos los grandes reformistas, la vuelta a la pureza moral del Islam, el regreso a sus orígenes.

El Cáucaso en llamas. El wahabismo ha desplegado su poder religioso sobre todo en Azerbaiyán, Kazajstán y Turkmenistán, vale decir: en las repúblicas islámicas de la antigua Unión Soviética. Pero en Chechenia no ha logrado extenderse -a decir del experto Thomas de Waal- entre la mayoría de la población. Los ideólogos wahabistas más radicales en Chechenia fueron Emir Chattab, un jordano casado con una joven chechena, y Abud Walid Hamdi, un árabe saudita, cercano a Osama Bin Laden; el año pasado ambos murieron bajo la metralla del ejército ruso. La ola de nuevos atentados es incontenible. El 19 de octubre de 2002 un auto bomba se impacta contra un restaurante McDonald's en Moscú; el resultado, dos muertos y nueve heridos. Cuatro días después, un comando checheno asalta el teatro de Dubrovka de Moscú, y secuestra a cientos de espectadores; el resultado, 129 muertos, 41 terroristas ejecutados. Mientras tanto la red islámica radical del Cáucaso ha reclutado entre los jóvenes chechenos desesperados a mujeres, "las viudas negras" dispuestas a inmolarse con los explosivos atados a sus cuerpos en cualquier lugar de Rusia. En diciembre de 2002 una explosión derrumba el edificio del gobierno proruso en Grozny; el resultado, 87 muertos. En mayo de 2003 estallan bombas en ocho edificios del gobierno; el resultado, 59 muertos. Dos jóvenes chechenas, "viudas negras", se inmolan durante un concierto de rock en Moscú; el resultado, 15 muertos. El 9 de mayo de 2004, una bomba estalla en el estadio Dínamo de Grozny y asesina al presidente checheno Ahmed Kadirov, un mandatario impuesto por Rusia. La bomba se hallaba, a decir de los analistas en explosivos de Ingushetia, adherida a la estructura misma de la tribuna, y desde hace un año aguardaba allí al presidente Kadirov. Los comentaristas del principal diario de Azerbaiyán aseguran que la bomba que mató a Kadirov no fue puesta por los terroristas chechenos, sino por los mismos servicios secretos rusos. Kadirov no resultó tan dócil como se creía, reclamaba más independencia, y una participación en las exportaciones de petróleo checheno. Ramzán Kadirov, su hijo, empeñado en suceder a su padre ha negociado con los militares rusos, y ha formado el Servicio de Seguridad de la Guardia Chechena, 7 mil o 12 mil hombres armados hasta los dientes, mercenarios chechenos dispuestos a trabajar con el mejor postor.

La política terrorista de los Señores de la Guerra chechenos no tiene fondo ni término, y es, sin duda, la que ha metido a Vladimir Putin en el laberinto político en que se encuentra empantanado y del cual podría salir no tan bien librado como imagina ante su propia opinión pública. Vladimir Putin se ha mantenido en el poder desde el año 2000. La guerra sucia de Chechenia y las restricciones a la libertad de prensa son, entre otras muchas cosas, los rasgos distintivos de su gobierno; su indiferencia ante los derechos humanos, habitual. Los reportes de Amnistía Internacional sobre las ejecuciones sumarias del ejército ruso en Grozny no le merecen ningún comentario. Vladimir Putin es la imagen misma del antiguo gobierno soviético. En la segunda mitad de la década de 1980, Putin vivió en la República Democrática Alemana y trabajó como espía del Comité de Seguridad del estado -el KGB-; por su pragmatismo efectivo y su capacidad de tomar decisiones en situaciones límite, Putin ha conservado esa mentalidad conspirativa de los servicios secretos, y se ha circunscrito a la defensa y fortalecimiento del Estado. "Si se habla de lealtad hoy en Rusia", escribe Pilar Bonet, corresponsal del diario El País en Moscú, "Putin es más leal a los Servicios de Seguridad del Estado que a los políticos liberales". En estas condiciones una guerra abierta y larga en el Cáucaso no es imposible.

En su ensayo Pureza moral y persecución en la historia, el sociólogo estadunidense Barrington Moore se pregunta cuándo y por qué un grupo de seres humanos decide torturar y asesinar a otros seres humanos, sólo porque, al tener ideas religiosas, políticas y económicas distintas a las suyas, se convierten en una amenaza de contaminación. Moore ve en la idea de pureza moral una suerte de fundamento de los crímenes masivos, pero también se da cuenta de que existen grupos desesperados que se refugian en la pureza moral porque no les queda otra salida. Cada individuo, al definirse a sí mismo, define a los otros. Esta definición asume casi siempre la forma de una condenación: el otro carece de la pureza que yo poseo, es un ser impuro y fuera de la ley. En Occidente, la dualidad helenos/bárbaros, la repite la Edad Media pero precisamente como una condenación de la Antigüedad: paganos/cristianos". Moore se remonta hasta el Antiguo Testamento para explicar ciertas formas de pureza moral que se imponen mediante la violencia. En cambio en el islam la violencia es, dice Moore, "una parte del Estado". Sin embargo, la pureza moral sólo es peligrosa cuando se convierte en un principio que autoriza exterminar a los demás, el cristianismo y el islam fueron conquistando creencias y muy pronto se vieron infestados de herejías. La pureza moral del wahabismo es un delirio religioso que amenaza con incendiar el Cáucaso, el último consuelo de los acosados.

ƑEs posible redimir a los hombres de la venganza? ƑEs posible imaginar una reingeniería social que nos consuele de tanto horror y permita una reducción gradual de la crueldad y el sufrimiento gratuitos? Esta pregunta se ha vuelto más clara y obsesiva en los últimos días, después de la matanza de niños en la escuela de Beslán. Según Norbert Elias, el proceso de la civilización occidental no es más que el resultado de la contención y el autodominio de nuestras pulsiones destructivas -el trayecto que va del guerrero al cortesano. Así también, los chechenos que no asesinan prueban que aún en la falta de opciones existe el temperamento civilizatorio. La pacificación de la vida diaria es entonces inevitable: un proceso que comienza en las cortes europeas, se extiende después en todas las clases sociales y se convierte en la dinámica misma de Occidente. "Lo que da su carácter singular e irrepetible al proceso de la civilización occidental es el hecho de que, por primera vez en la historia, se haya llegado -escribe Norbert Elias- a tal complejidad en la división de funciones, a tal estabilidad en los monopolios de la violencia legítima de los Estados y en la recaudación obligatoria de impuestos fiscales dentro de un territorio, en el autodominio de la agresión individual y en una interdependencia y competencia de tales masas humanas en espacios territoriales tan amplios". Así emerge una comunidad política en la que los ciudadanos han expulsado en gran parte la violencia del ámbito de la política y producen nuevas formas de solidaridad entre los otros. "La solidaridad moral -y el progreso moral- quedan así vinculados históricamente a la creación de culturas políticas democráticas y modernas".

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He escrito esta serie de artículos con información tomada de los siguientes libros:

1. Shirin Askiner: Islamic people of the Soviet Union, London 1986

2. John B. Dunlop: Russia confronts Chechenia: Roots of a separatist conflict, Cambrigde, 1999.

3. Carlotta Gall y Thomas de Waal: Checheyna: Calamity in the Caucasus, New York 2000.

4. Walter Korlaz: Die nationalitätenpolitik in der Sowejetunion, Stuttgart 1956. (La política de las nacionalidades en la Unión Soviética)

5. Hans Krech: Der russische Krieg in Tschetschenien (La Guerra rusa en Chechenia (1994-2000), Ein Handbuch, Seiden Verlag, Berlin 2001.

6. Anna Politkovskaya: Una guerra sucia: una repotera rusa en Chechenia, RBA libros, Barcelona, 2001.

7. Anne Nivat: El laberinto checheno: Diario de una corresponsal de guerra, Paidós 2003.

8. Juan Goytisolo: Paisajes de guerra con Chechenia al fondo, El País, Aguilar, Madrid, 1996.

9. Bruno de Cordier: The cases of Chechenia and Dagestan, Eurasian studies, London, 2000.

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