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México D.F. Viernes 17 de septiembre de 2004

Horacio Labastida

Patria y contrapatria

Traigamos La República de Platón a nuestras consideraciones de la patria y exaltémosla en el septiembre que nos trae con íntima emoción el Grito de Dolores, que lanzó, en un lejano y cercano 1810, el ilustre caudillo Miguel Hidalgo y Costilla, inmerso como el que más en los muchos y grandes valores de la mexicanidad, es decir, de la que ya resplandecía en el siglo XVII y muy acentuadamente en los finales del XVIII, según consta en la poesía de la Décima musa, en el Theatro de virtudes políticas, de Carlos de Sigüenza y Góngora, o bien en Francisco Javier Alegre y Francisco Javier Clavijero, cuyas obras perfilaron al hombre nuevo esculpido en la conjunción de dos culturas soberbias: la prehispánica y la española, estrechadas entre sí desde que Hernán Cortés pisó México en 1519.

En sus consideraciones sobre el Estado, Platón pensó que en la república se reflejan y realizan los ideales abstractos que se hallan en un más allá metafísico, ordenados de manera que el Bien o la Justicia ocupan la más alta jerarquía. Pero la pregunta central en esta concepción es: Ƒquiénes son lo suficientemente virtuosos para ascender, percibir e intentar modelar a la sociedad conforme a tan sublimes instancias? La respuesta es precisa: los sabios pueden realizar el milagro; a ellos toca poner en marcha el sumo gobierno de la república; y como el Bien es el valor culminante, a los sabios corresponde la tarea de hacer de la república un bien común para todos y cada uno de sus miembros.

Claro que entre los años vividos por Platón en Atenas (427-347 adC) y nuestros amaneceres en el siglo XIX, la cultura política se vio agitada igual por tempestuosas contradicciones creadoras y aportaciones geniales sin par, que por sinsabores y tragedias increíbles; y a partir del Renacimiento, los ilustrados franceses del siglo XVII y los prerrevolucionarios del XVIII bajaron los ideales platónicos del ultramundo a los quehaceres mundanos, y al arrebatar la soberanía a los reyes absolutos y entregarla al pueblo, a éste ha correspondido hasta la fecha el diseño de aspiraciones y esfuerzos para convertirlas en bienes de la convivencia cotidiana, en el supuesto de que los ideales no son eternos y sí cambiables en función de innovadoras circunstancias, a fin de mejorar la existencia. Y en este instante salta la patria, porque la humanidad sin renunciar a su universalidad, se reparte en distintos lugares del planeta, y dentro de éstos fórjanse sus nobles ambiciones.

La patria es un territorio que habita una población decidida a concretar en el tiempo y el espacio sus valores, cuyo símbolo igual que en la edad ateniense es ahora la justicia social, anhelada por la insurgencia mexicana durante el gobierno que estableció Hidalgo en Guadalajara (diciembre de 1810), y en el momento en que Morelos hizo leer, en el Congreso de Chilpancingo, los Sentimientos de la nación, documento cumbre en nuestra conciencia política.

Hidalgo y Morelos contemplan en la patria una república soberana, democrática y orientada a un bien común que haga disminuir la riqueza de los ricos y la pobreza de los pobres como un proceso creciente de equidad. ƑCómo reaccionaron la realeza peninsular y sus autoridades coloniales? Su plan fue inmediato: aniquilar la soberanía de la república, su democracia y la justicia social, mantener a toda costa la dependencia y privilegios del poder dominante y asfixiar la disensión liberadora. Esta antinomia que vivimos amargamente cuando fueron muertos y mutilados Hidalgo y Morelos por las autoridades civiles y eclesiásticas hispanas, forman lo que en México se entiende por contrapatria. La contrapatria es la práctica de todas las medidas imaginables que impiden gozar de libertad y de un bienestar material que abra las puertas al perfeccionamiento que gesta el contacto con los arquetipos del hombre.

Si la enorme aportación insurgente, que se repite en los siglos XIX y XX con Juárez y los reformadores primero, y después con Madero, Zapata, el Consti-tuyente de 1917 y Lázaro Cárdenas, en segundo lugar, la traemos a nuestro 15 y 16 de septiembre de hoy, las cosas resultan clarísimas. Patria es afirmar nuestra soberanía, propiciar la democracia verdadera, contribuir con lo mejor de nuestra cultura al enriquecimiento de la cultura universal, entendernos con los demás a través de acuerdos inter pares, respetar el derecho ajeno, así como los propios derechos humanos y las garantías sociales, y hacer cuanto sea posible para asegurar cada día más la libertad de la economía y la liberación de la opresión globalizadora. Contrapatria es, por consecuencia, relativizar la soberanía ante el mandato de la dominación, exaltar la democracia ficticia, angostar la libertad y ahogar el pensamiento crítico, así como fomentar el enriquecimiento de los ricos con base en la explotación de los pobres.

Patria y contrapatria son el gran dilema de los mexicanos en este septiembre glorioso y en el porvenir. Unamos fuerzas y conciencias patrióticas y México triunfará.

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