Jornada Semanal,  domingo 3 de octubre de 2004         núm. 500

JAVIER SICILIA

Simone Weil y el sacrificio

Simone Weil ha sido siempre para mí un tema de meditación. Su espiritualidad, su misticismo que se mueve en territorios difíciles y peligrosos, me ha seducido hasta el extremo de encontrarme en sus libros discutiendo con ella. Su visión de la desdicha, una meditación de un tema central del cristianismo: el abandono en la oscuridad y el silencio de Dios, me ha desvelado durante años. Su vida, entregada a los obreros y a los desposeídos, me exalta. Su profundo cristianismo y sus razones para no entrar en la Iglesia católica de la que tan cercana estaba, me conmueven. Pocos seres han vivido como ella una profunda coherencia entre su experiencia espiritual, su pensamiento y su vida. En este sentido, su muerte se presenta como un magnífico resumen de esa unidad, un resumen que ha incomodado a un cristianismo que, con excepciones, nunca la comprendió.

En 1943, a la edad de cuarenta y cuatro años, Simon Weil, enferma de tuberculosis, entra en el hospital de Ashford, en Inglaterra. No está grave, pero su mal se ha recrudecido a causa de su negativa a probar alimentos en solidaridad con los prisioneros de guerra franceses. Los doctores creen que puede aliviarse si come, pero Simone, fiel a su ayuno, no lo hace y muere el 24 de agosto de ese mismo año. ¿Suicidio? Es lo que han sugerido algunos.

Para rastrear el sentido de este acto, hay que remontarse a sus primeros años de estudiante en el Henry iv en donde, bajo la influencia de Alain, comenzó a formar las bases de su pensamiento. En aquel entonces, 1925, escribió un ensayo que el propio Alain calificó de excelente. El tema era un cuento de Grimm, "Las seis cigüeñas": seis hermanas han sido convertidas por su madrastra en cigüeñas. La hermana que se salvó debe, para devolverles su forma humana, hilar y coser seis camisas de anémonas blancas sin hablar. Tarda seis años en fabricarlas. Su silencio la pone en grave peligro: víctima de acusaciones no puede, a causa de su tarea, responder. Al final, cuando está a punto se ser ejecutada, aparecen las seis cigüeñas. Ella les lanza las camisas y recuperan su forma humana. En ese momento, la hermana rompe el silencio, se justifica y se salva.

El punto de interpretación de Weil se dirige al sacrificio de la hermana. "Actuar –escribe– nunca es difícil [...] Hacer seis camisas en total silencio [lo es y] es el único medio de adquirir fuerza [...] las anémonas son flores perfectamente puras [...] resulta casi imposible coserlas para hacer una camisa, una dificultad que impide cualquier otra acción que altere la pureza de ese silencio de seis años. La única fuerza de este mundo es la pureza; todo lo que es puro, sin mezcla, es un trozo de verdad [...] la única fuerza y la única virtud es la de retenerse en la acción."

Al leer estas reflexiones, no es posible dejar de ver que para ella, como lo señala Simone Petrement, lo que salva es más "el silencio que la fabricación de las camisas, el sacrificio, más que el resultado del sacrificio". "Aquí actúa –dirá Weil en su ensayo; tema que reaparecerá en sus últimos escritos– la pura abstención"; el sufrimiento del inocente que rescata por sí mismo; la salvación que se produce sin acción aparente.

Lo dirá de otra manera en un ensayo de 1926, "Lo bello y el bien": "El sacrificio es la aceptación del dolor [...] y la voluntad de rescatar a los hombres dolientes por el sacrificio voluntario [...] Todos los santos han rehusado cualquier forma de felicidad que los alejara del sufrimiento de los hombres."

Me pregunto si en su cama de hospital, de cara a su sacrificio, recordaba aquellos ensayos que había publicado cuando su alma, maravillada, se abrió por vez primera al misterio de la verdad, y si, en esos tres momentos, tenía frente a sí la imagen del crucificado que tanto amó.

Aunque alrededor de su muerte se ha especulado mucho, a mí me gusta pensar que sí. Su muerte, como la del crucificado, sobre el que nos dejó asombrosas reflexiones, fue un sacrificio que, al igual que en el cuento de Grimm, no era directamente útil; una negativa, un rechazo a los poderes del mundo y un abrazo a la pureza y a la fidelidad a sí misma y a los hombres que siempre la acompañó; un acto libre cuyas repercusiones en el misterio de la salvación nadie conoce.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez y levantar las acusaciones a los miembros del Frente Cívico Pro Defensa del Casino de la Selva.
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