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México D.F. Miércoles 20 de octubre de 2004

Luis Linares Zapata

La medianía de un camino

Ya sea en la puja por los mercados, en la maniobra y el pensamiento político interno e internacional o en la lucha contra la pobreza, México, guiado por sus elites, se queda en una inmerecida medianía. Pero, además y en algunas ocasiones, mete decidida reversa, acepta la dependencia, se enreda en discusiones irrelevantes y chismes de pasillo que a poco conducen.

Brasil, ya reconocido en todos lados como potencia emergente, se ha unido a India, con Alemania y Australia, para tratar de modificar la composición del Consejo de Seguridad de la ONU y exigir, para ellos cuatro, un lugar permanente y el derecho de veto. Tareas similares hacen algunos países africanos, capitaneados por Kenia o Uganda, y en otros grupos se juntan Pakistán, Austria o Nueva Zelanda. Aquí, en cambio, la discusión versa sobre la misma conveniencia de ocupar un asiento eventual para entrar, después, en profunda crisis que incide en sólo dos aspectos: los males innecesarios que acarrea esa participación y el apego a la estrategia y el poderío estadunidense, al que se subordina tan fácilmente el oficialismo.

Muy a pesar del TLC y el consiguiente boom de las exportaciones hacia Estados Unidos, desatado como una de sus consecuencias, la experiencia comienza a mostrar las debilidades de la estructura productiva mexicana, que no puede llevar a cabo acciones que hagan posible una mayor integración interna o detonar las relaciones y la promoción de los circuitos tecnológicos que darían mayor independencia y profundidad al crecimiento. En vez de ello, se deja todo el impulso exportador en manos de las empresas internacionales, poco afectas a transmitir sus conocimientos administrativos o científicos, apoyarse en el talento local y cooperar en la colaboración entre sectores laterales de su quehacer empresarial. Así, pueden verse con toda transparencia los avances que al respecto alcanzan fábricas nacionales como las de India o la olvidada Tailandia, antes catalogadas dentro de las categorías del subdesarrollo pronunciado.

La industria automotriz de India, por ejemplo, acaba de anunciar, con gran orgullo, el próximo lanzamiento (para 2007) del primer automóvil totalmente propio. Los indios tuvieron que usar, durante los largos años del modelo proteccionista de ese país, viejos y descontinuados modelos de carros italianos (Fiat) o ingleses (Morris), que con modificaciones progresivas locales aún recorren las polvorientas calles y carreteras de ese país. Pero ahora, y después de ir absorbiendo los conocimientos necesarios en colaboraciones con formas coreanas o japonesas, están listos para el gran paso. Sólo ese nuevo proyecto les creará más de un millón de empleos permanentes. Ellos lo financiarán, montarán la comercialización (inicialmente en toda Asia), diseñarán y producirán todas y cada una de las partes del mismo. Antes tuvieron que perseverar, guiados por sus planes quinquenales, a pesar de las penas e inconvenientes necesarios, en la adaptación de procesos productivos complejos hasta que pudieron domesticar los incontables vericuetos de la moderna industria automotriz, tan exigente y competida a nivel mundial. Progresos semejantes, o mejores aún, han hecho en la química farmacéutica, la electrónica, la informática y las telecomunicaciones, sectores donde han concentrado sus esfuerzos.

China, por su lado, ha ido obteniendo grandes éxitos en el combate a la pobreza. De 250 millones de miserables, según sus propios estándares, sólo les quedan 29 millones. Han sacado de esa categoría al resto y, para el cercano 2008, piensan erradicar ese padecimiento y vergüenza nacional. Dos palancas han utilizado para tal hazaña: un crecimiento sostenido de su economía basado en inversiones masivas (27 por ciento del PIB) y un gasto abundante de recursos en el combate a la pobreza. En 1998 el ingreso per cápita de los pobres en China era de 0.16 dólares por día y con las demás ayudas llegaba a 0.73 de dólar. Los indios pobres también eran, según mediciones de 1993, bastante pobres: alcanzaban 0.21 dólares por día y con las ayudas podían subir hasta 1.13 dólares como promedio. En México, en cambio, y contando con los ajustes de precios y demás programas de ayudas, se llegaba en 1999 a 5.31 dólares per cápita. Una diferencia considerable. Los estadunidenses pobres viven con 25.55 per cápita al día. Es decir, nuestro país está a la mitad del camino entre los indios pobres y sus similares estadunidenses. Ya se verá, cuando se publiquen datos más recientes y se aprecie mejor lo que ha pasado desde esas fechas hasta el presente, quiénes avanzaron y los que se estancaron o retrocedieron.

Mientras esto ocurre en el ancho mundo, aquí seguimos enfrascados en desaforar a personajes de la vida pública, espiar a funcionarios y políticos o en destapar coladeras de ineficiencias públicas menores, denunciar elecciones poco transparentes o francamente alteradas y en observar cómo otras naciones (China especialmente) avanzan en la captura del mercado más cercano que México tiene, puesto que el guatemalteco poco atrae a los empresarios nativos.

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