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México D.F. Miércoles 20 de octubre de 2004

Armando Labra M.

Economistas no

"No hay que hacerle caso a los economistas", declaró el secretario de Hacienda por el hecho de que las cifras de sus colegas estadunidenses de una empresa consultora que afirma que México ha perdido competitividad para atraer inversiones extranjeras no checan con las oficiales. Alguien está mal.

Es un hecho que desde hace cuatro años decaen las inversiones extranjeras en todo el mundo después de una década de expansión caracterizada por capitales que recorrieron el planeta adquiriendo empresas ya existentes y sólo muy esporádicamente iniciando nuevas actividades económicas. México no estuvo al margen de tal frenesí y, como ya sabemos, el alud de inversionistas extranjeros inundó nuestro país no de empresas nuevas, sino de empresas mexicanas que fueron extranjerizadas.

Llegó un momento en que se acabaron las empresas en venta y, como no suele ser vocación de los capitales extranjeros comprar riesgos en operaciones nuevas que hay que iniciar desde cero, lidiar con sindicatos en formación, definir sus ventajas fiscales, capotear los vaivenes de las políticas locales, etcétera, pues, como en todo el mundo, aquí también se aplanó el ímpetu de las inversiones extranjeras. Y hasta la fecha.

De manera que no tiene por qué haber un repunte de tales intereses en nuestro país, donde la economía está de siesta y la atmósfera política semeja más un carnaval de baja estofa que un modelo pujante. En cuanto a política económica, Ƒacaso hay una política industrial, agropecuaria, comercial o financiera? Prevalece la noción de que no hay mejor política económica que la que no existe y tal exceso de mercaditis aguda desanima al capitalista más audaz. ƑLas reglas o su ausencia son coherentes como para asegurar nuevas inversiones extranjeras?

Quizás tenga razón el secretario y no deba hacer caso de sus economistas, quienes a final de cuentas tienen sumida a la economía mexicana en un sopor recesionario mientras el resto de las llamadas economías emergentes se encuentra creciendo al ritmo mayor de los pasados 30 años, como señala la conservadora, pero brillante revista inglesa The Economist del 16 de octubre, a la cual, por lo visto, tampoco se le hace caso.

Según las previsiones del FMI (Ƒtampoco le hacen caso?) las economías emergentes y en desarrollo crecerán en 6.6 por ciento durante 2004, más del doble que nosotros, encabezadas por las de países asiáticos y los de la ex Unión Soviética, que lo harán a razón de 8 por ciento. Turquía y Venezuela se llevarán la palma con 13 por ciento y China con 10 por ciento. La tendencia lleva en curso cuando menos dos años y no parece que la economía mexicana, en manos de economistas a los que por lo visto sí se les hace caso, comparta siquiera un poco del repunte generalizado del mundo en vías de desarrollo.

Más aún, tal recuperación se atribuye no a la captación de capitales externos, sino al aprovechamiento del ahorro interno, lo cual ha permitido a los países pobres reducir, de pasada, sus deudas con el exterior.

No hemos aprendido la lección o estamos escuchando a los economistas equivocados desde hace demasiado tiempo. O, como solía decir Horacio Flores de la Peña, "sucede que los economistas que deciden no saben que no saben".

Bien dice The Economist que el auge reciente de las economías en desarrollo pudiera encarar riesgos importantes, por ejemplo, si cae la demanda de las economías de Estados Unidos o China y disminuyen los precios de las materias primas, o si sigue subiendo el precio del petróleo -que a nosotros nos beneficiaría, claro-, o si trepan las tasas de interés.

Ya sabemos que la cantaleta oficial será que si la economía mexicana languidece es por la falta de las reformas que el Congreso no ha aprobado. Y no las ha aprobado, unas veces porque aún no las ha enviado el Ejecutivo, y otras porque las iniciativas remitidas a los legisladores están plagadas de torpezas de toda laya.

Nuestro reto es grande. No sólo estamos perdiendo el tren del crecimiento, sino el del desarrollo. Ya sabemos que no basta que la economía crezca porque las nuevas tendencias de la tecnología emplean poca mano de obra y en consecuencia la productividad se capitaliza, pero no se distribuye. No se generan los empleos ni mejora el bienestar con el simple aumento de la producción. El desarrollo exige no sólo producir, sino distribuir y exportar, al tiempo que se amplía el mercado interno. Sin estos logros fundamentales que dan ocupación productiva aquí, no en otros países, tratar de amarrar la inflación, la paridad cambiaria y reducir el déficit se tornan en meras fórmulas vacías de los economistas a los que sí se les brinda audición. Si alguien sabe de un buen otorrino, ya sabe también dónde hay un gran paciente.

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