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México D.F. Miércoles 20 de octubre de 2004

John Berger

(Diez comunicados del aguante ante los muros)

Eso que no se pregunta/ I

Uno

El viento se levantó en la noche

y lejos llevó nuestros planes

(proverbio chino)

dos

Los pobres no tienen residencia. Tienen hogares porque recuerdan a las madres o a los abuelos o a la tía que los crió. Una residencia es una fortaleza, no un relato; mantiene a los salvajes a raya. Una residencia requiere muros. Casi todo mundo entre los pobres sueña con una pequeña residencia, es como soñar un descanso. No importa cuán enorme sea la congestión, los pobres viven en lo abierto donde improvisan lugares para sí mismos, no residencias. Estos lugares son tan protagonistas como sus ocupantes; tienen vidas propias que vivir y no esperan, como las residencias, la llegada de otros. Los pobres viven con el viento, con la humedad, con el volátil polvo, con el silencio y el ruido intolerable (a veces con ambos: sí, eso es posible), con hormigas, con animales grandes, con olores que vienen de la tierra, con ratas, humo, lluvia, vibraciones de otras partes, rumores; con la caída de la noche, y unos con otros. Entre los habitantes y estas presencias no hay líneas divisorias claras. Confundidos inextricablemente, juntos forman la vida del lugar.

Caía el crepúsculo; el cielo envuelto en una fresca niebla gris empezaba a cerrarse en lo oscuro; y el viento, después de pasar el día haciendo crujir el rastrojo y los arbustos desnudos, muertos en preparación del invierno, ahora se posaba en las partes bajas, quietas, de la tierra...

Colectivamente, los pobres son inasibles. No sólo son la mayoría del planeta, están por donde quiera y el suceso más diminuto habla de ellos. Es por esto que la actividad esencial de los ricos de hoy es construir muros -paredes de concreto, vigilancia electrónica, barreras de misiles, campos minados, controles fronterizos y opacas pantallas mediáticas.

tres

En la vida de los pobres casi todo es penuria, una interrumpida por momentos de iluminación. Cada vida tiene su propia propensión a iluminarse y no hay dos iguales. (El conformismo es un hábito que cultivan los acomodados.) Los momentos de iluminación arriban por medio de la ternura y el amor -el consuelo de ser reconocidos, necesitados y abrazados por ser lo que repentinamente uno es. A otros momentos los ilumina la intuición, pese a todo, de que la especie humana sirve para algo.

 

''Nazar, dime cualquier cosa -algo que sea más importante que lo demás".

Aidym bajó el tamaño de la mecha en la lámpara para usar menos parafina. Comprendió que, ya que en la vida había algo más importante que lo demás, era esencial cuidar de todos los bienes que existieran.

''No conozco eso que realmente importa, Aidym", dijo Chagataev. ''No lo he pensado, nunca tengo tiempo. Pero si ambos nacimos, debe haber algo en nosotros que de verdad importa."

Aidym coincidió: ''Es poco lo que importa... y mucho que no".

Aidym preparó la cena. Sacó pan plano de un costal, lo embarró con manteca de cordero y lo partió a la mitad. Le dio a Chagataev la mitad más grande y se quedó con la chica. En silencio masticaron su comida a la débil luz de la lámpara. En el Ust-Yurt y en el desierto, todo estaba quieto, incierto y oscuro.1

cuatro

En las vidas donde casi todo es penuria penetra de tiempo en tiempo la desesperanza. Esta es la emoción que acomete tras sentir una traición: al derrumbarse la posibilidad erguida contra toda probabilidad (algo aun lejos de una promesa) la desesperanza inunda el espacio del alma que antes ocupaba el confiar. La desesperanza nada tiene que ver con el nihilismo.

En su sentido contemporáneo, el nihilismo es negarse a creer en cualquier escala de prioridades más allá de la búsqueda de ganancias; es considerar que ésta es el fin último de toda actividad social, de tal modo que, precisamente: todo tiene precio. El nihilismo es la forma más actual de la cobardía humana, la resignación ante el alegato de que el precio lo es todo. No es frecuente que los pobres sucumban ante esta cobardía.

Comenzó a compadecer su cuerpo y sus huesos; su madre los había juntado para él a partir de la pobreza de su propia carne -no por amor o pasión, tampoco por placer, sino a causa de las más cotidianas necesidades. Se sintió como si le perteneciera a otros, como si fuera la última posesión de aquellos que no tenían ninguna. Sintió estar a punto de ser despilfarrado sin propósito, y lo acometió la más grande y vital furia de su vida.2

Una nota explicando estas citas. Provienen de los relatos del gran escritor ruso Andrei Platonov (1899-1951), quien escribió acerca de la pobreza durante la guerra civil y luego durante la colectivización forzada de la agricultura soviética a principios de los años 30. Lo que hizo de esta pobreza algo diferente de las anteriores, fue que su desolación traía consigo muchas esperanzas rotas. Era una pobreza que rodaba por el suelo extenuada, se levantaba, se tambaleaba, proseguía por entre los fragmentos de las promesas traicionadas y las palabras aplastadas. Platonov usó con frecuencia el término dushevny bednyak que significa, literalmente, pobres almas: aquellos a quienes les habían arrancado todo, de tal suerte que era inmenso su vacío interior. En esa inmensidad sólo quedaba su alma -es decir su capacidad de sentir y aguantar. Pero sin sumarle penurias a lo vivido, los textos de Platonov salvaban algo. ''De nuestra fealdad surgirá el corazón del mundo", escribió a principios de los años 20.

El mundo de hoy sufre otra forma moderna de la pobreza. No es necesario citar datos. Se conocen ampliamente y repetirlos una vez más sólo levanta otro muro, de estadísticas. Más de la mitad de la población mundial vive con menos de dos dólares diarios. Las culturas locales, con sus remedios -físicos y espirituales- para algunas de las aflicciones de la vida, son sistemáticamente destruidos y atacados. La nueva tecnología y los medios de comunicación, la economía de libre mercado, la abundancia productiva, la democracia parlamentaria, no están cumpliendo, por lo menos en lo concerniente a los pobres, con ninguna de sus promesas, más allá del suministro de ciertos bienes de consumo baratos, que los pobres pueden comprar cuando roban.

Platonov entendió la pobreza moderna más profundamente que ningún narrador con quien me haya topado.

Traducción: Ramón Vera Herrera

© John Berger

 

John Berger (1926) escritor, pintor y filósofo inglés, es uno de los narradores que más han profundizado en las minucias de la vida campesina, su tránsito a las ciudades y su exilio en las urbes como obreros y subempleados. Su famosa trilogía Puerca tierra, Una vez en Europa y Lila y Flag, publicadas por Alfaguara, son una muestra de su visión de la gente como seres empeñados en defender sus ámbitos vitales con singular entereza, ante un mundo que les tiene destinada su desaparición. Invocar a Andrei Platonov como en este texto, es resaltar a una figura muy importante dentro de la literatura rusa (o soviética), prácticamente desconocido en castellano. Según Natalia Kornienko, una de las estudiosas de su obra, Platonov ''conservó los rasgos clásicos de la literatura rusa del siglo XIX, es decir, el deseo de trascender la literatura en la convicción de que existe un misterio en la vida que puede transmitirse mediante la narración". Esta es la misma convicción que alienta a John Berger al intentar dilucidar los motivos profundos del impulso de narrar entre la gente común, y de cómo las historias son una arma poderosa de la resistencia ante el horror (N del T).

1Andrei Platonov, Soul. Traducido al inglés por Robert y Elizabeth Chandler, y Olga Meerson. Harvil, 2003.

2 Soul. Op cit.

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