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México D.F. Miércoles 27 de octubre de 2004

Carlos Martínez García

El protestantismo y sus variedades

La expansión del protestantismo en América Latina es evidente. Los efectos religiosos, sociales, culturales y políticos de esa expansión son crecientemente documentados y analizados por un sector de la comunidad académica de nuestro continente. Hoy contamos con excelentes trabajos que trascienden la mitificación y la mistificación del acontecimiento protestante en nuestras tierras.

La semana pasada tuvo lugar, en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, el segundo Simposio Internacional sobre el Protestantismo Evangélico en América Latina y el Caribe. La riqueza del encuentro muy difícilmente puede ser sintetizada en este limitado espacio. Prefiero presentar algunas pistas de investigación del fenómeno protestante latinoamericano que fueron señaladas por los distintos expositores. Ya que se trata de una expresión religiosa, el protestantismo tiene que ser entendido no solamente por las condiciones sociopolíticas en que acontece su inserción y crecimiento, sino que debe comprenderse, también, que es una propuesta atrayente para personas que buscan respuestas trascendentes para el sentido de su vida. Es decir, si bien es cierto que muchos investigadores sobre el hecho protestante no son creyentes, deben tener en cuenta que quienes son integrantes de su objeto de estudio sí lo son y orientan su proyecto personal y comunitario en función de creencias religiosas.

Por tratarse de una fe con determinados contenidos doctrinales, los investigadores tienen que ocuparse de estudiar no solamente las expresiones sociales de la fe, sino que, adicionalmente, deben compenetrarse de las convicciones teológicas que sustentan las conductas de un determinado grupo de creyentes que se adscriben a una comunidad confesional protestante en particular. Es frecuente encontrar confusiones y distorsiones conceptuales en trabajos cuyos autore(a)s dejaron de prestar atención al origen histórico y perfil teológico de una cierta denominación o iglesia local evangélica. La intrincada variedad del protestantismo en América Latina dificulta el seguimiento de una rama en particular, pero la precisión conceptual y analítica exige de los investigadores compromiso cognoscitivo para no confundir agrupaciones que a primera vista parecen todas iguales. Los énfasis y tonalidades de cada expresión de la amplia familia protestante/evangélica latinoamericana son rasgos que no deben generalizarse a todos sus integrantes.

El protestantismo que más crece en nuestros países es el de corte popular, el pentecostalismo y sus múltiples desarrollos. Aunque en sus inicios del pentecostalismo moderno, con el avivamiento de Azusa Street, en Los Angeles, California, en 1906, fue recibido por algunas denominaciones protestantes históricas con cautela y por otras con franca hostilidad, los pentecostales terminaron por ser aceptados como una expresión más del evangelicalismo. Hoy existe una pentecostalización del campo religioso protestante, en el que se dan combinaciones antes inimaginables.

El espíritu latinoamericano se atreve a conjuntar religiosidades excluyentes en Estados Unidos o la Europa donde se gestó la Reforma del siglo XVI. Así, por ejemplo, a principios del siglo XX, en Chile nació lo que vino a ser la Iglesia metodista pentecostal. Una contradicción de términos y eclesiológica para los metodistas anglosajones, quienes fieles seguidores del fundador del metodismo, John Wesley, rechazaron el emocionalismo característico de los cultos pentecostales. Lo mismo sucede actualmente en Chiapas, donde el presbiterianismo calvinista que se fue consolidando en esa entidad en las tres primeras décadas del siglo pasado hoy está viviendo nuevos retos en su interior por parte de los presbiterianos pentecostales y su proyecto de Iglesia presbiteriana renovada. Tal vez este sincretismo popular protestante es una manifestación de la aguda observación que hizo Octavio Paz sobre que América Latina es un extremo exótico de Occidente. Somos tierras de fronteras culturales, donde se dan los intercambios más insólitos y perturbadores para las buenas conciencias.

A diferencia de otros encuentros de especialistas en que he participado, el simposio desarrollado en Chiapas tuvo una vertiente que deseo subrayar. Expusieron sus trabajos tanto científicos sociales identificados con alguna de las denominaciones evangélicas como quienes no tienen una creencia religiosa. Los primeros tuvieron claro que es necesario evadir la tentación de confesionalizar la investigación, y los últimos señalaron que son enriquecedores los aportes de quienes desde adentro del objeto de estudio pueden contribuir para el mejor conocimiento de especificidades que difícilmente se perciben desde afuera. El conocimiento situado (Ƒcuál conocimiento no lo es?) tiene su lugar a condición de que no manipule la investigación, y sus resultados, por compromisos confesionales y apologéticos. Por su parte, el investigador escéptico tiene el reto de hacer justicia al grupo estudiado, sin concluir de antemano que se trata de una embestida cultural ajena a la identidad nacional.

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