La Jornada Semanal,   domingo 31 de octubre  de 2004        núm. 504
 
Carlos Fazio

El fascismo clásico y los 
peligros actuales

La posible reelección del presidente de Estados Unidos, George W. Bush, entraña un peligro para la humanidad. Un riesgo de signo incierto al que un amplio espectro de intelectuales de izquierda, ideólogos filocapitalistas y hasta plutócratas como George Soros han definido como de características totalitarias, con rasgos neofascistas. Conviene saber, pues, qué fue el fascismo histórico y si es posible su reproducción, hoy, a comienzos del siglo xxi.

En general, la palabra "fascismo" se emplea para definir el fenómeno que tuvo lugar en la Italia de Benito Mussolini, en la Alemania del Tercer Reich, encarnada por el régimen nazi de Adolfo Hitler y en la España de Francisco Franco, en sus variables de nacionalcatolicismo y falangismo, aunque también hubo expresiones en Portugal, Croacia, Rumania, Francia y otros países. En "Ur-fascism", Umberto Eco señaló que la palabra fascismo se convirtió en una sinécdoque; en un tropo que sirve para designar el todo por la parte y viceversa. Un término multiusos que abarca cosas asociadas. Según Eco, el fascismo es una expresión multipropósito, "porque uno puede eliminar de un régimen fascista uno o más atributos y todavía seguirá siendo reconocido como fascismo. Si al fascismo se le quita el imperialismo, se tiene todavía a Franco y Salazar. Si se le saca el colonialismo, se tiene el fascismo balcánico de los ustachas. Si al fascismo italiano se le agrega un anticapitalismo radical, se tiene a Ezra Pound. Se le añade el culto a la mitología celta y el misticismo del (santo) grial –completamente ajeno al fascismo oficial– y se tiene a uno de los gurúes fascistas más respetados, Julius Évola" (U. Eco, The New York Review of Books, 22/vi/1995). 

El origen de la palabra fascismo deviene de fasces, que significa atado en latín. Remite al antiguo símbolo de autoridad del imperio romano, el fascio littorio (haz de varas), utilizado por los magistrados, que envolvía una cabeza de hacha. Las varas simbolizaban el poder del castigo y el hacha el poder de la vida y la muerte. En tiempos modernos, la palabra fascismo fue recuperada por Mussolini. El mito fundacional del fascismo italiano utilizó el fascio como insignia oficial, como símbolo de la unidad cívica organizada y de la autoridad para castigar; pero es un símbolo que remite, a la vez, al mito sobre la continuidad de la Roma clásica del imperio romano y la Italia revitalizada de Mussolini.

El fascismo fue un fenómeno desarrollado por las clases opresoras, que asumió la forma de una dictadura totalitaria en un Estado corporativo, en tiempos de gran crisis socioeconómica y miseria generalizada. El fascismo utilizó métodos totalitarios con fines conservadores. Actuó en interés de los que ejercían el poder: los monopolios industriales y sus aliados, los terratenientes. Los fascismos clásicos tuvieron un proyecto social neokeynesiano, con eje en un fuerte intervencionismo del Estado en la economía y en la vida pública y privada. Ese intervencionismo estatal fue disfrazado con una retórica discursiva y consignas "anticapitalistas", incluso con una semántica que muchas veces utilizó fraseología socialista, pero que en la práctica favorecía al gran capital nacional, que a su vez financiaba al Estado fascista. En el caso del Tercer Reich (un Tercer Imperio que denotaba en su mismo nombre un franco carácter imperialista), el partido de Hitler asumió el nombre de Partido Obrero Alemán Nacional Socialista. Un nombre clasista. La bandera nazi fue la clásica bandera rojinegra de las huelgas proletarias.

Otro rasgo característico de un proceso de fascistización está dado por una radicalización de los partidos burgueses hacia una forma de Estado de excepción capitalista (distinta del bonapartismo y las dictaduras militares), en el marco de una crisis de la ideología dominante. El fascismo se corresponde con una etapa y una estrategia ofensivas de la burguesía y con una fase defensiva de la clase obrera. Los sindicatos eran vistos como un desafío al poder del Estado; por eso fueron suprimidos o eliminados. Muchas veces, el fascismo, que no fue una "enfermedad" o un "accidente", llegó al poder por la vía electoral.

A la cabeza de cada Estado fascista hubo un individuo carismático o jefe providencial que actuó como una dirección única por encima de la "masa" y las clases. El Duce Mussolini, el Führer Hitler, el caudillo Francisco Franco, representaban al guía de una masa atomizada y amorfa. Para el protofascismo los individuos no tienen derechos; el pueblo es concebido como una unidad monolítica que expresa la voluntad común. Puesto que una gran cantidad de seres humanos no pueden tener una voluntad común, el líder pretende ser su intérprete. El caudillo dirigía a la nación en aras del "bienestar general". Durante el Tercer Reich, la "plebe" no participó, fue llamada a jugar el papel de pueblo, como una ficción teatral. El caudillo era la expresión autoritario-jerárquica que establecía una relación paternalista con un movimiento popular sumiso, que obedecía al líder de manera ciega. Se conformó así un universo concentracionario donde la humanidad quedó reducida a un haz de reflejos condicionados.

Mediante modernas técnicas de propaganda –una propaganda/adoctrinamiento que derivaba en la adhesión ciega a la voluntad del Führer–, se establecía "desde arriba" una relación de mando-obediencia entre el caudillo y la masa. Existió un culto del despotismo y de la autoridad estatal, un respeto de la "jerarquía" y de la "disciplina" en todos los dominios. Un sometimiento total del pueblo al Estado fuerte y al partido. Y al caudillo fascista, "encarnación viva" de la nación y del Estado, "héroe popular" (escogido por Dios en el caso español). A la máxima nazi "Führer ordenad, nosotros os seguimos", correspondía la variable del fascismo italiano "Creed, obedecer y luchar". El Führer, como antes el Duce, siempre tenía razón. El caudillo es la encarnación viva del mito fundacional inventado. Sin la fabricación de un mito fundacional no puede haber arrastre de masas. Sin movimiento de masas no hay fascismo. 

Para concretar la dictadura de los monopolios, los fascismos del siglo xx europeo utilizaron la barbarie fría y el terror totalitario para imponer "orden". Debían disciplinar a las masas, privarlas de la posibilidad de luchar por sus derechos, por su nivel de vida, por su futuro. El fascismo tuvo un componente represivo irracional. Se desarrolló en sociedades militarizadas y paramilitarizadas, que vivían bajo el terror de fuerzas especiales, como la Gestapo y las ss del Tercer Reich, y de grupos de choque como los "camisas pardas" nazis y los "camisas negras" fascistas. El Estado fascista ejerció un férreo control de la población mediante métodos de espionaje interno. 

La violencia fascista es la racionalización del irracionalismo. La barbarie tecnocratizada entendida como un acto burocrático –simbolizado en las cámaras de gas y los hornos crematorios nazis–, como maquinaria industrial de exclusión y exterminio. El terror como aterrorización que no cesa echó mano de los asesinatos en masa y violó todas las leyes. Pero significó también el irracionalismo en la cultura, entendido como rechazo al espíritu de la ilustración y el modernismo. Ninguna fe sincrética puede soportar la crítica analítica. El desacuerdo es traición. El protofascismo busca el consenso; por eso, en tanto supone una actitud crítica, la cultura se volvió "sospechosa". Hubo quema de libros y listas de literatura prohibida. A los creadores se los calificó como "intelectuales degenerados". 

El fascismo histórico conformó una sociedad totalitaria en su interior y se expresó como un imperialismo agresivo hacia fuera. Un ultranacionalismo expansionista, militarista. A instancias de los jefes fascistas, los geopolíticos recrearon la teoría del "espacio vital" (lebensraum) y conquistaron territorios mediante guerras relámpago y/o preventivas. En 1936, la conquista militar de tierras extranjeras –la guerra colonial en Etiopía–, fue la "solución final" mussoliniana a la crisis económica de Italia; fue el mismo año de la Guerra civil en España. La filosofía del fascismo subrayó las virtudes de la guerra. La vida como guerra permanente; se vive para la lucha. Lo que conduce al complejo de Armagedón como patología: puesto que los enemigos deben ser derrotados, debe venir una "solución final". De donde proviene el culto al "heroísmo" y al "sacrificio", que según los teóricos del fascismo es la disposición a morir en la guerra de conquista. El héroe fascista añora la muerte heroica. Los valores militares eran considerados buenos en sí mismos: "Nada ha sido alcanzado jamás sin derramamiento de sangre." Según Goebbels, "la guerra es la forma más simple de consolidar la vida".

Los fascismos clásicos tuvieron un carácter religioso, en el sentido del sacrificio. Sacrificarse en nombre de la patria, de la "raza superior", de la victoria del "superhombre", se presentaba como el acto más sublime. Una religiosidad necrofílica. La svástica o cruz gamada, símbolo de la raza aria, es también el símbolo de la muerte. Los legionarios españoles se distinguieron por sus gritos frenéticos de "¡Muera la inteligencia!" y "¡Viva la muerte!" A nivel simbólico, otros elementos del ritual eran los desfiles y paradas militares, el saludo romano, el uso de banderas y escarapelas y una estetización de lo político. 

¿Neonazismo o decadencia imperial? 

El multimillonario de origen húngaro, George Soros, ha dicho que "los tiempos que corren no son normales". Según él, la reelección de Bush pone en "peligro" la seguridad de Estados Unidos y conduce al mundo en "una dirección muy peligrosa" (G. Soros, "Por qué no debemos reelegir a Bush", La Jornada, 1 de octubre de 2004). Otras voces de alerta se suman a la anterior. Si Bush se reelige, no es difícil saber qué hará con su poder la "junta de criminales de guerra" de "extrema derecha" (Samir Amin), que según el historiador y novelista Gore Vidal dio un "golpe de Estado" en Washington y entronizó un gobierno "despótico", "arbitrario" y "secreto". Se trata de un grupo de "conspiradores" cívico-militares, que con la complicidad del "patrio-periodismo" (periodismo patriótico, neogénero amigo de la propaganda), está arrasando la república, la democracia y las libertades, configurando lo que el enfant terrible de la literatura estadunidense, Norman Mailer ha descrito como una "situación pretotalitaria" de "rasgos fascistas".

Algo de verdad hay en todo eso. Pero entre los fuegos de artificio del nintendo mediático que desde comienzos de 2002 tienen como escenario de destrucción y crímenes de guerra a Irak, asistimos a un fenómeno nuevo y complejo, que debido a su cercanía es difícil precisar con claridad. El proyecto genocida del presidente Bush se nutre de elementos que dieron origen a los fascismos clásicos, pero su esencia encierra cualidades propias, diferenciadas y contradictorias que, paradójicamente, como ocurrió con aquéllos, contienen en su interior signos de autodestrucción.

Entre los elementos constitutivos del nacional-providencialismo de Bush, podemos identificar la forma de Estado de excepción de un Estado capitalista altamente intervencionista, que en su obra Después del imperio el demógrafo francés Emmanuel Todd ha definido como un "sistema oligárquico plutocrático militarista" en decadencia. En su huida hacia adelante, la administración Bush ha puesto un peso decisivo en la reorganización de la hegemonía ideológica. En el marco de la guerra de conquista de Irak, el uso del aparato privado de "información" devino en show diversionista, y junto con los aparatos ideológicos de Estado desarrollaron una campaña de intoxicación propagandística al servicio de la maquinaria del Pentágono, eliminando toda diferencia entre ficción y realidad. En particular las cadenas de televisión Fox y cnn, que respondieron a la vieja función de los representantes ideológicos (perros guardianes), reproductores de oscurantismo y antintelectualismo como forma de encubrir la dominación indirecta de la ideología imperialista del gran capital sobre la ideología "liberal" clásica.

En la coyuntura, podríamos aventurar que el papel de los grandes medios monopólicos sustituyó la función desempeñada por el partido único de masas en el fascismo clásico. Los medios reforzaron la idea del "jefe supremo" (Führer, Duce, Caudillo) y la "cultura del jefe", y dieron sustento a una militarización de la sociedad estadunidense y del conjunto de los aparatos del Estado. En su representación teatral –elemento sustancial y peligroso de la estetización de la política–, Bush encarna el liderazgo autoritario (estatolatría, Poder Ejecutivo fuerte), en desmedro de un Poder Legislativo que casi ha desaparecido y se ha alineado corporativamente detrás del "guía" por razones "patrióticas". Bush ha sabido explotar la ideología "moral" (el "honor", el "deber"), exacerbando la mística sobre la "nación" y su "destino manifiesto". Es decir, los vínculos del "suelo", de la "sangre" y la "nación elegida" que hacen al mito fundacional del Estado imperial.

A partir del "trauma del 11/S, alimentado por el gobierno de Bush" (Soros), el estado de derecho ha ido cediendo paso a un Estado policial con eje en una ley patriótica que da amplios poderes a los organismos de seguridad y de inteligencia (espionaje telefónico, cateos secretos, monitoreo del uso de tarjeta de crédito con fines de control ideológico). La república liberal ha sido secuestrada, y está siendo desplazada de manera paulatina por una "junta civil" clasista (Susan Sontag). En lo externo, el imperio pretende reforzar su hegemonía utilizando la violencia terrorista y genocida de una fuerza militar casi sin límites. En los días de la invasión quedó exhibido el aspecto tecnocrático propio de la ideología imperialista: el culto "abstracto" de la violencia; de la eficacia y la técnica "neutra" utilizada por el militarismo del Pentágono en sus operaciones quirúrgicas de liberación, elemento ideológico afín al gran capital.

La actual guerra de agresión ocurre en una fase de expansión colonialista que, sustentada en la "defensa propia" –la Doctrina Bush de la "disuasión preventiva"–, pretende reconfigurar el mapa geopolítico del orbe por la vía militar, como parte sustancial y complementaria de una economía de grandes áreas que lleva a la incautación de "espacios vitales", al margen del derecho internacional y a costa de la soberanía de los demás Estados. Bush recupera el aspecto antijurídico y, en ese sentido, el culto a lo arbitrario propio de la ideología fascista: la ley y la regla es el mandato del amo mundial.

Sin embargo, la elección de Saddam Hussein como "monstruo de tipo ideal" –al frente de un país "enano" previamente desarmado por las potencias occidentales bajo la mampara de la onu–, exhibe las limitaciones de la superpotencia militar. La teoría del exorcismo (del villano a exterminar), como elemento sustitutivo para superar el síndrome del 11 de septiembre, revela la construcción de enemigos insignificantes a ser sometidos mediante "actos de guerra simbólicos" (Todd). Immanuel Wallerstein ha augurado que el imperio estadunidense está acelerando su declive. George Soros describió la búsqueda de la supremacía estadunidense como un proceso de "boom-desplome", y adelantó que como sucede en el mercado accionario, la "burbuja" puede reventar con devastadoras consecuencias. A su vez, Todd observa un imperio depredador en decadencia, con una economía titanic (en hundimiento), que contiene una sociedad sin cohesión y en "trance" como síntoma del declive. Un imperio cuyo "micro-militarismo teatral" desesperado, contra enemigos a modo, no puede ocultar la regresión de su "universalismo ideológico". Por su parte, Alain Joxe lo describe como "el imperio del caos", un imperio consagrado "a regular el desorden a través de normas financieras y expediciones militares (punitivas), sin un proyecto de permanencia en el terreno conquistado".

Conmoción y catástrofe

Con base en una filosofía violenta de despojo y mentira, Estados Unidos quiere colocar al mundo en un estado de excepción permanente. Como en el Tercer Reich, el proyecto de dominación cuenta con el apoyo de poderosos ejecutivos capitalistas y sus operadores. Se trata de una solución extrema ideada en el seno del sistema mercantilista corporativo de nuestros días. Portadores de una utopía reaccionaria, los neocons del entorno de Bush (Cheney, Rumsfeld, Wolfowitz, Feith, Rice, Perle y otros) saben que como imperio carecen de legitimidad y están en decadencia. Por eso recurren a la fuerza bruta. A la conmoción y el pavor, como forma de terrorismo de Estado a escala planetaria; como mecanismo psicológico multiplicador, medio oculto tras el caparazón de una propaganda enceguecedora que no logra enmascarar el racismo que subyace en la teoría huntingtoniana sobre el choque de civilizaciones.

Como en la Alemania nazi, cuentan con un sofisticado sistema de propaganda y desinformación que mete miedo, paraliza y hace cómplice de la barbarie y del crimen aun a quienes saben que se trata de una falsificación monumental. Como el anuncio del "milenio nazi", el "siglo xxi americano" no es más que un deshonesto truco publicitario. Mucha gente lo sabe; las multitudinarias manifestaciones de 2002 en todo el mundo son prueba de ello. Los nuevos amos del universo creen en el derecho bárbaro como único derecho. "Esto será nuestro porque lo necesitamos", es su consigna. Y en función de ella han trucado el imperio de la ley por la ley del imperio.

El nazismo necesitó en su primera etapa de dos elementos clave: el consenso total interno y el dominio más allá de sus fronteras nacionales. El consenso interno lo obtuvo eliminando físicamente a los enemigos políticos (socialdemócratas, comunistas) y a las "razas malditas" (judíos, gitanos), y estableciendo un riguroso régimen de terror y de monopolio absoluto de la información. Después del 11 de septiembre la administración Bush ha logrado crear un clima de terror interno y diseñó una ley patriótica que convierte a todos en potenciales sospechosos, conspiradores o subversivos. La expresión más vocinglera del delirio imperial hitleriano fue el anuncio de que la raza aria estaba llamada por el destino a dominar el mundo. Mucho de eso recoge hoy el discurso mesiánico de Bush, abrevando en el destino manifiesto y la Doctrina Monroe, que tuvieron antes a nuestra América como conejillo de Indias. 

El filósofo italiano Giorgio Agamben sostuvo recientemente que bajo la fachada de su "guerra al terrorismo", la administración Bush "le está imponiendo al mundo un estado de excepción comparable al del Tercer Reich de Hitler de 1933", en alusión a los poderes extraordinarios concedidos por el Congreso al inquilino de la Casa Blanca en septiembre-octubre de 2001. "¿Qué sucedería si la mayor potencia militar del mundo entrara en una dinámica de tipo tal (en alusión a la ‘Orden para la protección del pueblo y del Estado’ que canceló las libertades en la República de Weimar), donde el derecho es suspendido y de manera continua y preventiva es librada la guerra con base en requerimientos de ‘seguridad nacional’ e ‘internacional’, y sobre lo cual nadie estaría en posición de juzgar?", cuestionó Agamben en un artículo publicado por el conservador Frankfurter Allgemeine Zeitung, el 19 de abril de 2003.

En febrero/marzo de 1933, Hitler obtuvo poderes dictatoriales para sofocar –valga la redundancia para nada inocente– el "estado de emergencia" con un "estado de excepción". Primero se conculcaron las garantías individuales. Luego, una reforma constitucional aprobada con los votos del Partido Obrero Alemán Nacional Socialista y del Partido Católico del Centro, concentró todos los poderes en el Ejecutivo. Se pasó del Estado democrático al totalitario. En septiembre de 2001, tras los atentados contra las Torres Gemelas, 435 representantes aprobaron una legislación que otorgó al presidente Bush autorización para utilizar la fuerza en el marco de la nueva doctrina de Defensa de la Patria (Homeland Defense), que derivaría el 24 de octubre siguiente en la represiva Ley Patriótica que vulnera las garantías individuales. La californiana Barbara Lee fue la única que votó en contra.

A partir de allí, como dice Agamben, el estado de excepción dejó de estar vinculado a una situación de "peligro o emergencia reales". La administración Bush lo utiliza como una "técnica de gobierno". Agamben no es el único que encuentra cierto tufo nazifascista en la doble política bushista basada en una concentración del poder corporativo en casa y un imperialismo agresivo en ultramar. Sheldon Wolin, profesor emérito en ciencias políticas de la Universidad de Princeton y autor de un artículo de sugerente título: "Totalitarismo invertido", sostiene que la guerra de agresión a Irak "está oscureciendo el cambio de régimen que se está produciendo en la Homeland" (definición de patria utilizada por Bush en oposición maniquea a Foreignland o los territorios de afuera). Para Wolin, constitucionalista moderado, en el marco de la contradicción democracia-totalitarismo, Estados Unidos "se está moviendo hacia un régimen totalitario" (The Nation, 19 de mayo de 2003).

Veterano de la liberación de Alemania del control nazi, Wolin califica al actual gobierno republicano como "un régimen despiadado", de "fanáticos e intolerantes ideológicos", protagonista de lo que ha dado en llamar un "sistema de totalitarismo invertido", es decir, que comparte con el nazismo la aspiración de un "poder ilimitado y un expansionismo agresivo, pero cuyos métodos y acciones parecen invertidas". Entre esas "inversiones", dice que en la Alemania nazi Hitler utilizó los campos de tortura y exterminio para generar "un miedo en las sombras". El objetivo del "terror nazi" era "movilizar" a una población ansiosa, para que se "sacrificara" por la patria y apoyara las guerras y el expansionismo. Hoy, en el territorio continental de Estados Unidos "no hay un equivalente doméstico" a los campos de concentración del nazismo (aunque sí existen en la base militar de Guantánamo, Cuba y en Abu Ghraib y otras prisiones iraquíes y de Asia Central bajo control estadunidense), pero el miedo en las sombras es producido por "los medios masivos de comunicación" y una "maquinaria de propaganda institucionalizada que utiliza los tanques pensantes de las fundaciones conservadoras". El nazismo dio a las masas movilizadas un sentido de "poder colectivo". En el totalitarismo invertido de Washington se promueve la "futilidad colectiva"; la estadunidense es una sociedad "políticamente desmovilizada". Lo que está en juego, dice Wolin, es la transformación de una "sociedad tolerantemente libre" en una variante "de los regímenes extremos (totalitarios) del siglo pasado". 

La historia ha demostrado que el terror y la fuerza son la ruta directa y segura hacia la catástrofe política. El terror es el recurso máximo para recubrir la realidad conflictiva de una sociedad. Pero cualquiera que sea el origen de esa conflictividad, el terror la hace menos visible pero no la cura. En realidad, la deja intacta o bien le suministra paliativos temporales. Con la fuerza ocurre igual. Ningún imperio logró sobrevivir sólo a base del poder militar. Con la apuesta militarista de Bush, si se reelige, puede ocurrir lo mismo, cualquiera sea la forma de totalitarismo que asuma. No obstante, es mejor frenarlo ahora.