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México D.F. Viernes 5 de noviembre de 2004

José Cueli

Cien mil iraquíes muertos

Comenzamos el penúltimo mes del año con el festejo del Día de Muertos. Los panteones se llenan de deudos, flores, copal con incienso y alcohol en no pocas cantidades. Solemos etiquetar dicha manifestación bajo el rubro de tradición y esto es, en parte, correcto; pero como acción humana tiene diversas lecturas y eso, por lógica, conduce a hacerse preguntas. Estas no son de fácil respuesta, pues apuntan directamente a cuestionarse sobre la muerte: la del otro y la propia.

Mucho se ha escrito (poesía, prosa, ensayo, etcétera), muchas son las obras pictóricas de grandes maestros que han abordado dicha temática e inclusive se ha caricaturizado la presencia de ''esta intrusa" que nos acompaña desde el nacimiento. También existe multiplicidad de textos científicos acerca del tema y qué mejor ejemplo que los escritos de Sigmund Freud, como Duelo y melancolía y Más allá del principio del placer.

Todos los que hemos pasado por la pérdida de un ser querido conocemos lo que implica la experiencia del dolor y del duelo que mucho se asemeja a la vivencia de lo insoportable y lo indecible. Sabemos que hay etapas y mecanismos defensivos habituales para contender con el dolor y que varían de individuo a individuo de acuerdo con su historia, las circunstancias del deceso, la importancia y la calidad del vínculo e inclusive según la caracterología o caracteropatía del sujeto.

Muere el sujeto pero algo de nosotros muerte también con él. Freud decía que una posición libidinal previa (léase vínculo o energía libidinal colocada en alguien) no se abandona fácilmente. Sabemos bien en sicoanálisis que el objeto malo (léase objeto como persona y su interiorización) aquel ser con quien el vínculo ha sido intenso, pero difícil y en ocasiones hasta enloquecedor lleva a duelos de más difícil resolución.

Entre más patológica haya sido la relación, la culpa y la persecución interna (fantaseada) complican más el proceso de separación tanto del objeto interno como del externo.

La persona que fallece, sobre todo si es familiar cercano (padre o madre) deja impresos en nosotros rasgos de carácter, identificaciones y lazos libidinales.

Aquí surgen varias preguntas: ƑExiste una elaboración total del duelo? ƑCómo y en qué se transforma ese objeto interno? ƑQué sucede con esas huellas e inscripciones tan primarias que resultan intraducibles aun estando en un proceso sicoanalítico?

La muerte del otro me afecta porque es parte de mi propia muerte, nos confronta con la finitud, con la indefensión, con el dolor y con el miedo. Entonces, quizá estos rituales presentes en todos los pueblos y razas tengan que ver con un intento elaborativo de nuestra finitud o quizá el intento de perpetuar el lazo con aquéllos a los que se amó y lo que de nosotros amamos en ellos. Recordemos que no puede haber un ''yo" sin un ''otro".

Si bien la llamada muerte natural es un trauma de tal magnitud para el aparato síquico que al desbordarlo necesita instaurar, al inicio, la negación como mecanismo defensivo, cabría aquí reflexionar en la forma y magnitud del trauma, así como en las posibilidades de instauración de las capacidades elaborativas ante muertes de seres queridos provocadas por la violencia de la guerra y la delincuencia.

Baste pensar en las espeluznantes cifras abiertas recientemente acerca de los 100 mil iraquíes muertos en la guerra que todavía no concluye. En cada uno de nosotros cualquier nueva pérdida resignifica las anteriores, pero sobre todo muestra la parte perdida, aquella primera pérdida originaria de la primera huella con el objeto de amor, aquella irrecuperable que se convierte en búsqueda vital y que resulta ser, justamente, el motor que mantiene en marcha al aparato síquico.

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