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UN FANTASMA RECORRE LA RED 8 de noviembre de 2004

Militantes de izquierda expertos en computación forman parte de una tendencia pequeña, pero cada vez con más influencia. Estos cibercomunistas argumentan que, lejos de haber caído en ruinas con el muro de Berlín, la práctica socialista de la planificación tiene ahora un mayor sustento gracias a los avances en la tecnología.

Ronald Buchanan

Es poco probable que los ejecutivos de Wal-Mart lo sepan, pero han encontrado el secreto que eludió durante décadas a los burócratas soviéticos. Se llama identificación por radiofrecuencia (RFID, por sus siglas en inglés) y se introducirá en varias tiendas de la cadena en Estados Unidos en enero y en las instalaciones de sus proveedores en China.

RFID hace lo que los soviéticos nunca pudieron hacer. Cada producto lleva una etiqueta que mide el nivel y las tendencias de sus ventas. Con base en esa información, se toman automáticamente todas las previsiones necesarias de logística, desde hacer el pedido a la fábrica china hasta asegurar el transporte para tener el abasto suficiente y cubrir la demanda prevista. Así que la oferta tiende a acoplarse con las condiciones de la demanda sin los usuales episodios de escasez o de excedentes que suelen ocurrir en los mercados.

"Con una tecnología así, ¿cómo es que todavía mucha gente argumenta que la planificación socialista centralizada es imposible?", pregunta Andy Pollack, de Brooklyn, Nueva York.

Pollack, trabajador en un hospital y militante de izquierda desde hace casi tres décadas, forma parte de una tendencia todavía pequeña pero cada vez con más influencia. Estos cibercomunistas argumentan que, lejos de haber caído en ruinas con el muro de Berlín, la tradicional teoría marxista tiene ahora más sustento práctico que nunca gracias a los avances en la tecnología.

ussrB"Hay que combinar tres ideas clave", expresa Paul Cockshott, profesor de ciencias de cómputo en la Universidad de Glasgow, Escocia: "la teoría marxista del trabajo como fuente de todo valor, la coordinación cibernética y la democracia participativa. Estos tres elementos son una alternativa a la trinidad neoliberal de los precios, mercados y parlamentos".

Lo que condujo, en lo fundamental, a la caída del muro de Berlín fue el fracaso económico del bloque socialista, según Cockshott. "Alegan que la gente quería fugarse a occidente 'en aras de la libertad' ­dice­ pero, igual que pasa en Cuba y México ahora, querían mejorar económicamente.

"Si lo que buscaban era la libertad de expresión y un sistema parlamentario estable ¿por que no ir a India o Costa Rica? Todos, sin embargo, querían ­y quieren­ ir a Estados Unidos o Europa Occidental."

Los errores en la planeación económica de la Unión Soviética eran legendarios. Se quejaban de ellos todos los jerarcas desde Stalin hasta Gorbachov: algodón que costaba menos que su semilla, campesinos que daban pan de comer a sus marranos porque los granos costaban más caros...

Ese tipo de error se pudo haber evitado, señala Cockshott, empleando tecnología del tipo que ya tiene Wal-Mart, o tal vez hasta con las computadoras de que disponía en aquel entonces la Unión Soviética, de tecnología muy atrasada para su tiempo.

Pero, por su forma de gobierno, la burocracia soviética era incapaz de planear en función de la demanda del pueblo, práctica que tachaban de "burguesa" (o "populista" en el léxico político mexicano). Los mismos burócratas fijaban las metas de producción, con resultados a veces desastrosos cuando no risibles.

De allí que la otra cara de la moneda cibercomunista es la democracia participativa, o sea, asambleas populares en la que todos pueden participar en vez de parlamentos, o la toma de decisiones de mayor envergadura a través de referéndum.

"Los sistemas que se basan en parlamentos y congresos se presentan al mundo como 'democráticos'", comenta Allin Cottrell, otro de los cibercomunistas y profesor de economía de la Universidad Wake Forest, Carolina del Norte. "Pero así no era el concepto original de Aristóteles; para él, las elecciones eran la marca de un Estado aristocrático, más no democrático." Añade Cottrell: "La experiencia nos enseña que los diputados o miembros de los congresos y parlamentos nunca representan a los que los eligen. No importa en qué indicador te fijes ­clase social, género, raza, riqueza o nivel de escolaridad­ los elegidos siempre son más privilegiados que los electores. Representan más bien a las clases dominantes del país ­cualquier país­ y no a la gran masa de la población".

Cockshott y Cottrell son autores de Towards a new socialism (Hacia un nuevo socialismo), un libro que sentó las bases del cibercomunismo, junto con la obra en alemán Computer-sozialismus (Socialismo por computadora) de los ya fallecidos Konrad Zuse y Arno Peters. Zuse fue experto en computación y Peters famoso por su proyección del mapa del mundo que replanteó el tamaño de los países del sur contra los tradicionales mapas con la escala de Mercator.

Ha pasado una década, pero ya hay versiones del libro en cuatro idiomas más, aunque todavía no en español. Sin embargo, uno de los mayores reconocimientos de los cibercomunistas fue el año pasado en América Latina.

Cottrell fue a La Habana a un congreso internacional sobre marxismo. "Estaba yo en plena ponencia cuando entró Fidel", narra. "Después habló él, retomando algo que había yo dicho y recordando cómo el Che abogaba por una planeación que no se basara en los precios de mercado. Me sentía en compañía ilustre, aunque a decir verdad, no creo que Fidel hiciera mucho caso de lo que yo dije." Aunque los cibercomunistas son duros críticos de los neoliberales, por haber hecho una restructuración "reaccionaria" del capitalismo (a diferencia de las de tipo "progresista" que se hicieron en Estados Unidos bajo Roosevelt, o en Inglaterra después de la Segunda Guerra Mundial), no comparten todos los puntos de vista de los globalifóbicos, ahora altermundistas.

"La globalización ha dado nuevos aires al capitalismo y todavía puede tener un papel progresista en muchas partes del mundo por varias décadas más", prevé Cockshott. "Para ser realistas, a no ser por alguna revolución socialista que ocurra en alguna parte del mundo, no habrá mucha oportunidad para poner nuestras teorías en práctica por mucho tiempo."

Eso no quiere decir, sin embargo, que no haya que hacer el esfuerzo. Cockshott y algunos compañeros del movimiento socialista escocés llamaron en los años 80 a asambleas populares en los barrios pobres de Glasgow para resistir un impuesto que el gobierno de Londres dictó sobre cada persona en el registro de votantes.

"Fue un impuesto nefasto formulado como por un gobierno colonial. Pero la gente resistía. Formaron piquetes y cuando los inspectores trataron de pasar, no los dejaron. Hubo arrestos y detenciones, pero por fin el gobierno tuvo que anular el impuesto. Fue uno de los factores que quitó a la Thatcher su imagen de Dama de Hierro. Poco después sus propios correligionarios la derrocaron", recuerda con satisfacción el cibercomunista  §

Columnista de la Agencia Platt's y del diario Financial Times, exclusivo para La Jornada en la Economía

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