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México D.F. Jueves 25 de noviembre de 2004

Entre los trozos de relatos la verdad va surgiendo poco a poco

San Juan Ixtayopan amaneció sitiado y con cruda de violencia y sangre

MIRNA SERVIN VEGA

Los pobladores del barrio de San Juan Ixtayopan, Tláhuac, en el sur del Distrito Federal, amanecieron con cruda de violencia y sangre. En distintas esquinas de las calles que fueron mudos testigos de los golpes, el fuego y el arrastre, una mano anónima dejó hojas pegadas en la pared, en las que se leía a colores: "¿Por qué?" "¿Se acabó el amor?"

Los vecinos dicen que no saben nada, ni siquiera desean hablar. Recelosos y sin nombre, algunos se atreven a soltar algunas frases: "los que iniciaron esto fueron los primeros que se echaron a correr, sobre todo después del fuego".

Entre los trozos de relatos, la historia se reconstruye poco a poco. Aproximadamente en la segunda semana de noviembre, a la salida de los turnos de la primaria Popol Vuh, ubicada en la calle Educación Tecnológica, aparecieron personas ajenas al lugar que permanecían por intervalos, dentro y fuera de un auto, frente al plantel. Esto, cuentan, principalmente a la hora de la salida vespertina, a las 6:30 de la tarde.

A pesar de la inquietud que provocó su presencia, las madres de familia continuaban acudiendo diariamente a revisar la tarea asignada a sus hijos, la cual se anuncia en un pizarrón pegado afuera del centro escolar.

Sin embargo, aseguran, con los días no dejaron pasar la oportunidad de interrogar "pacíficamente" a esas personas sobre su procedencia, pero no obtuvieron respuestas detalladas. Tras rumorarse que eran de la policía, relatan, se pidieron informes, por medio de un escrito, a las autoridades delegacionales y de la policía, sin obtener tampoco respuesta. De esto sólo existen las versiones recogidas, porque el oficio enviado no se pudo encontrar.

Una semana después, por el 15 de noviembre, a veces los veían y a veces no, pero, de acuerdo con los colonos -quienes no alcanzan a clarificar entre lo que vieron y lo que oyeron de los demás-, los extraños fueron interrogados nuevamente, ante lo cual éstos les ofrecieron un número telefónico que resultó ser de un domicilio particular. La desconfianza creció.

El martes aparecieron nuevamente tres sujetos a sólo unos metros de la cerrada que da acceso a la escuela. Nadie se atreve a dar por cierto que los presentes actuaron motu proprio o por el rumor, generado en ese momento en los alrededores, de que los que todavía se negaban a reconocer como agentes de la Policía Federal Preventiva tenían retenida a una niña, así como apuntes sobre los menores, que había fotos y que eran los que andaban secuestrando en esa delegación.

Las alarmas vecinales, conectadas consecutivamente en todas las calles de la parte alta de San Juan Ixtayopan, empezaron a sonar. Primero en la cuadra de la escuela, luego más arriba. El reloj no marcaba más de las seis y media de la tarde y las colonias Peña Alta y Torres Bodet ya ardían en ánimos sin saber exactamente por qué.

La aglomeración copó toda la calle. El auto de los agentes quedó encajonado entre la desconcertada multitud. "Sólo sabían lo que estaba pasando las personas del primer círculo que los rodeó."

Los golpes empezaron a sucederse. Una voz llamó a esperar a "los medios de comunicación". Para entonces eran alrededor de las 7:20 de la noche y casi nadie aparecía; sólo una transmisión de radio, que no los dejó conformes.

"Todo sucedió muy rápido, no sé por qué. Los tratamos de calmar, pero hasta de enemigos nos hicimos. Como vivimos aquí, mejor ni hablar."

Cerca de las nueve de la noche, los golpes que recibieron Víctor Mireles Barrera, Cristóbal Bonilla y Edgar Moreno Nolasco, "hasta por turnos", habían sido en tal cantidad que por momentos quedaban seminconscientes, y la fatalidad se les ocurrió: "Linchémoslos".

A partir de ahí, el tiempo se confundió para todos, pero no pasaron más de 15 o 20 minutos cuando de los cuerpos brotó el fuego. "Utilizaron gasolina", comentó alguno.

Los dos primeros agonizaron en el lugar. A Moreno Nolasco, dijeron, no lo matarían para que "les dijera la verdad".

Su agonía comenzó en descenso. Fue bajado del cerro a punta de golpes e insultos, acarreado por las cuatro extremidades. "¡Kiosco, kiosco!", reclamó la turba.

Al final del destino, donde doblaron las campanas, por lo menos un kilómetro cuesta abajo, tuvieron unos momentos más para exhibirlo y tratar de obtener explicaciones que ya nadie quería escuchar.

Su suplicio cesó minutos antes de las 10 de la noche, cuando su cuerpo, casi agónico, fue recuperado por los agentes "que por fin pudieron llegar". Los presentes les gritaron: "a la chingada con sus armas, así deberían llegar cuando los necesitamos".

El enardecimiento no terminaba aún. Pasaron más de tres horas y las calles continuaban tomadas por jóvenes de 15 a 25 años en su mayoría, hasta que la madrugada los dispersó.

Ayer por la mañana, el silencio y la cotidianidad invadieron las dos colonias enclavadas en lo alto del cerro, que por su "reciente" aparición no pertenecen a los cinco barrios "originarios" de San Juan Ixtayopan.

De este modo, el ánimo se dividió en dos. Los más se reunieron poco a poco alrededor de las 10 de la mañana en el mismo kiosco que horas antes sirvió de escenario para el linchamiento. Los convocantes fueron las mesas directivas de las ocho escuelas de la zona y los pobladores de la "parte baja" se quedaron en el lugar.

Exigieron que no los calificaran de "salvajes" porque ellos, los originarios, no eran así. Se quejaron del "estado de sitio" en que desde la mañana de ayer los dejaron las distintas células de vigilancia de la PFP.

Los menos, los de arriba, prefirieron callar. Sólo una mancha de sangre en el piso cerca de la escuela, un palo enmugrecido de rojo añejo y un pedazo de camisa hablaban de lo que había ocurrido en el lugar.

Todos saben quiénes son, rumoran, pero los que aceptan contestar una pregunta para reconstruir la noche en que el pueblo anónimo se perdió dicen que "todo lo vieron por televisión".

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