LETRA S
Enero 6 de 2005
______
 

 
ls-michelle1



Una vida y una sexualidad entre riesgos

A partir de su propia vivencia como "niño de la calle" y de su experiencia actual como promotor social, el autor expone las estrategias de reinserción social seguidas por las organizaciones civiles --contrapuestas al asistencialismo paternalista de algunas instituciones, cuya primera consecuencia es arraigar aún más al niño o niña a su situación de calle--, y las dificultades encontradas en el logro de ese propósito.

Por Mario Díaz Domínguez

Un martes de octubre de 2001. 7:30 am. Es la primera vez que visito solo el baldío ubicado sobre el Eje Uno Ponente. A este baldío, donde viven entre 20 y 30 jóvenes de calle, lo denominamos Niños Héroes. Los despierto, algunos ya se han levantado para ir por los atoles y los tamales. Los más se han quedado dormidos porque en la noche anterior estuvieron inhalando "activo" hasta las 3 o 4 de la mañana. Los conozco hace mucho tiempo y, como respuesta, recibo algunos insultos, entre alegres y despreocupados. Son como 19 hombres y 11 mujeres. De ellos casi todos viven ahí permanentemente, excepto algunas mujeres, quienes viven algunos días en sus casas para atender a sus hijos. Se despiertan, algunos muy entusiasmados porque han esperado el martes para ir al cine.

El acceso al cine es gratuito gracias a un convenio entre Cinemex y la Fundación Renacimiento. Como es sabido por ellos, después del cine irán a la Fundación para bañarse, lavar su ropa, organizar algunas actividades deportivas, pedagógicas y comer.

Ésta es una de las formas en que las fundaciones de ayuda se acercan a jóvenes de calle para convencerlos de que emprendan caminos hacia la reinserción social. Ese es precisamente el propósito de la Fundación Renacimiento al brindar distintos servicios de atención médica, sociológica, pedagógica, de trabajo social, de alimentación, hospedaje, actividades recreativas, deportivas y culturales. Cuenta además con talleres de imprenta, serigrafía, carpintería, electricidad y otros.

Después del cine, unos se van a la Fundación y otros prefieren regresar al baldío. Se "abren", como dicen ellos. Eso se traduce, por ejemplo, en que se van al Metro a charolear. Eso significa talonear para conseguir dinero. O se dedican a palabrear, que significa aventar un choro a la gente y pedir su cooperación para conseguir alimentos. Aunque en realidad parte de lo que se recoge se emplea para comprar la lata de "activo", un derivado del thinner que cuesta 25 pesos y sirve para aspirarlo unas 6 horas. Se moja un papel y se aspira. También se hacen monas, es decir, estopas remojadas en "activo", para venderlas por tres pesos a otros compañeros y compañeras.

La ayuda a jóvenes de la calle, aunque bien intencionada, a veces es contraproducente porque, como ellos mismos dicen "les ha matado el sueño de esforzarse por obtener esa meta de su vida". En realidad, esas ayudas tienen más carácter de asistencialismoporque no generan un compromiso entre esos jóvenes y la organización que les atiende para mejorar sus expectativas de vida en vez de extender la mano para sólo recibir. Eso los arraiga más a la calle.

La mayoría del tiempo están intoxicándose. Se drogan para vivir y viven para drogarse. Para ellos es una forma de fuga de los problemas que vienen arrastrando desde el seno familiar. La droga les lleva a evadir la realidad de su contexto y la responsabilidad de tomar las riendas de su propia vida. Los estupefacientes, asimismo, activan el papel de competencia, autoafirmación y poder dentro del grupo. Quien más se droga es más cabrón.

Pero en el fondo hay una parte dentro de ellos que les grita que ésa no es vida, que salieron de sus casas para mejorar, para alcanzar un sueño. Y ésa es la partecita de la cual se agarran las instituciones para buscar reimplantarlos en una vida productiva. Algunos de ellos ya han tenido un proceso institucional en un momento de su vida, sólo que dijeron, "no es mi momento o no me interesa" y regresaron a la calle. Muchos de ellos hacen nuevos contactos con sus familiares, pero los problemas que los expulsaron siguen ahí presentes: la violencia, la pobreza, el hacinamiento, el alcoholismo del padre o la madre y/o el abuso sexual que los arroja nuevamente a la calle. Regresar al núcleo familiar implica, además, tener que trabajar para ayudar a los gastos del hogar, cuestión que evaden en la vida de calle.

Sexualidad callejera

Algunas chavas inician su vida sexual desde los 12 años. Entre los 15 y 16 años tienen su primer embarazo. Hay una sexualidad activa en el baldío, pero sin protección. Esto presupone que están proliferando las infecciones. El VIH, por ejemplo, se disemina sin que lo sepan. Y como hay mucha interrelación entre baldíos y puntos de distribución de droga, junto con el comercio sexual, esto se agudiza.

La droga influye para que las mujeres no opongan mucha resistencia a cuates que no son sus chavos oficiales y, así, una de ellas puede tener tres o más relaciones en un día, todas sin protección. A veces se presenta la violación en distintas versiones: la chava no quiere tener relaciones, pero puede haber golpes para presionarla, se le chantajea sicológicamente o se dice, "si no es hoy será mañana", lo que resulta casi siempre cierto. En sus cinco sentidos, las chavas muestran su preocupación por embarazos e infecciones, pero ya con la droga se sienten inmunes: suponen que a ellas no les va a pasar.

En otros casos, la sexualidad se ejerce por dinero. Un policía ofrece a una chava dos puntos de coca, equivalente a 30 pesos, y se van atrás del arbolito, del puesto, o en la patrulla. También compra sexo con las chavas del baldío el señor de las tortas o de algún otro puesto. Las chavas con frecuencia establecen relaciones para buscar protección de las agresiones del medio.

Hay instituciones que brindan pláticas sobre sexualidad en los baldíos. La organización Casa Alianza cuenta con el programa "Luna" sobre sexualidad, enfocado a la prevención del VIH. En una consulta que realizó la antropóloga Ruth Pérez junto con esta organización, descubrió que el 79 por ciento de las chavas desconocían el proceso de la menstruación. Ante ese desconocimiento, saber sí están embarazadas ya no es lo más importante, sino cómo está el embarazo.

Alianza las canaliza a hospitales de salubridad. Ahí les exigen ir limpias, sin estar drogadas y en ocasiones piden que vaya el padre de la criatura. En la consulta las tratan con despotismo, las atosigan infundiéndoles miedo o con moralismos: "tu niño va a nacer mal"; "Te drogas todo el tiempo, no se como pueden existir personas como tú"; "Encuérate, abre las patas, siéntate allá". Son términos muy agresivos que propician que las chavas no regresen a seguir con la revisión del embarazo. Van cuando ya está próximo el parto y, por supuesto, no tienen alimentación adecuada y se siguen drogando. En todos los casos les preguntan si se quieren operar para ya no tener hijos, o ponerse el DIU.

Una de cada cinco chicas de baldío tiene un hijo o dos. Cuando deciden tenerlos lo hacen por causas variadas, como el querer ser madres para reproducir un patrón de carácter social o para fundar una familia y atar al compañero para que viva con ella. Esto resulta poco realista, porque estando en la calle carecen de condiciones y el compañero se niega a cooperar. Una vez nacida la criatura, la madre busca apoyo para su manutención y cuidados en las instituciones de asistencia y en sus hogares. Así, resulta que las abuelas se convierten frecuentemente en madre-abuelas.

Cuando tener la criatura no está entre sus metas, se enfrentan a muchas complicaciones: por ejemplo, carecen de recursos para interrumpir el embarazo (y la legislación local tampoco permite el aborto voluntario), además de que el desconocimiento del proceso les lleva a percatarse de su estado hacia el cuarto o quinto mes (esto sucede también porque la mala alimentación, el uso continuo de drogas y el desorden para dormir hacen que sus ciclos menstruales sean irregulares y, por tanto, dejan de ser una preocupación sistemática para ellas).

El tamaño del problema

En el 2002 había en el DF, según la Red por los Derechos de la Infancia, 20 mil infantes, adolescentes y jóvenes de la calle. Estos se encuentran en aproximadamente 177 baldíos localizados en diferentes puntos de la ciudad. Quienes tienen entre 11 y 19 años son del interés de las instituciones, porque se supone que están en buena edad para la reinserción social y laboral. Pasando los 19 años, disminuye mucho el interés por rescatarles de la calle.

Siempre hubo niños, niñas y jóvenes de la calle. Pero el problema se incrementó mucho en los noventa, dado que hasta 1995 había 13 373 de ellos menores de 18 años. Algunos ahora son adultos y siguen llegando otros niños. Su situación es la misma. No parece variar en nada. La mayoría ni siquiera tiene estudios básicos. Pronto esto repercutirá en la tercera y cuarta generaciones ya que los hijos de los hoy jóvenes, al llegar a adultos tampoco tendrán estudios. Pronto los veremos en la mendicidad, el robo, el consumo de drogas o la prostitución como métodos para enfrentar su vida. Muchos murieron por un pasón o haciendo alarde de machismo, algunos están en la cárcel, otros regresaron con su familia o lejos de su vida en la calle.

 
El autor, de 22 años, vivió en situación de calle durante un año y medio. Ahora, desde la Fundación Renacimiento, hace trabajo a favor de los niños que pernoctan en calle.

Versión editada de la ponencia presentada en el "Encuentro entre Jóvenes y Sector Salud sobre Derechos Sexuales y Reproductivos", organizado por Ipas México, los días 29 y 30 de noviembre de 2004.