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Sábado 22 de enero de 2005

Desde hace 6 años, Olga Sánchez rescata a centroamericanos accidentados en su ruta a EU

Sin ningún apoyo oficial, brinda atención a migrantes mutilados

Construirá albergue, luego de ganar el Premio Nacional de Derechos Humanos 2004

JUAN BALBOA ENVIADO

Tapachula, Chis. Con su vestido impoluto, cual si fuera una perfecta enfermera, recorre todos los días a distintas horas cada uno de los tres cuartos de la casa-hospital en donde sobreviven al olvido decenas de centroamericanos mutilados. Cada tarde, sin excepción, con su crucifijo prendido al pecho, Olga Sánchez Martínez convierte la casa-hospital en una suerte de iglesia, donde ella misma se transforma "para dar la palabra de aliento" a hombres y mujeres sin piernas o brazos, ciegos o traumatizados.

"Yo ofrecí mi vida a Dios", responde sin pensar cuando se le pregunta por qué dedica su vida a recoger a los centroamericanos que son mutilados por las ruedas del tren Chiapas-Mayab, o por qué acepta hacerse responsable de los viejos mexicanos ciegos y enfermos que son llevados literalmente a tirarlos frente a la casa de Jesús el Buen Pastor.

Su respuesta siempre tendrá un ingrediente religioso; más aún, se basa en una experiencia personal que ella no duda en llamar "milagro", pues asegura que durante más de 20 años vivió postrada "esperando la muerte", que nunca llegó; "desahuciada, sin esperanza de vida", afortunadamente pudo salir adelante.

Tres años casi muerta

"La experiencia la tuve conmigo misma, ya no tenía esperanza de vivir. Yo creo que Dios nos busca por medio del dolor. Padecí desde muy pequeña una enfermedad para la que en aquellos tiempos no había medicamento. Estuve tres años casi muerta.

"Seguí padeciendo hasta los 30 años, me daban ataques constantes, decían que no había cura. Estuve en el Centro Médico desahuciada. Llegue aquí (Tapachula) en la búsqueda de seguir luchando; fui a Guatemala y me dijeron lo mismo: que iba a morir. Ninguna medicina me curó y fue Dios quien lo hizo, y yo le ofrecí mi vida y empecé a trabajar con los migrantes", recuerda en una entrevista con La Jornada mientras acomodaba unas cajas de pan para venderlas en el mercado y enseñarle a tejer a los lisiados.

Olga decidió hace siete años dedicarse a ayudar a las personas enfermas, quienes desahuciadas -como lo fue ella- no tienen posibilidades económicas para lograr vencer la enfermedad. El primer caso que conoció fue el de una menor de 14 años que sufría una enfermedad en la piel. Era una niña pobre de uno de los municipios más marginados de Chiapas: Siltepec.

La recuerda como una niña con el cuerpo "despellejado", sin casi piel en la cara, ni en el cuerpo. A la niña, rememora, le habían dicho que se iba a morir, que su enfermedad era incurable.

"Me despertó tanto coraje que me acerqué a la madre y le dije: 'ella se va a salvar, vamos a mover cielo y tierra para que se salve'. La madre sólo lloraba. Yo le decía que se salvaría porque a mí Dios me había salvado", cuenta durante la entrevista. Asegura que después de grandes esfuerzos logró conseguir la medicina necesaria, seis meses después la niña de Siltepec estaba en proceso de sanación.

"Así empecé a trabajar con la gente enferma", dice Olga Sánchez Martínez, a quien el pasado 10 de enero el presidente Vicente Fox le entregó el Premio Nacional de Derechos Humanos 2004.

En el hospital de Tapachula conoció hace seis años al primer centroamericano mutilado. Vuelve a su memoria la presencia del accidentado que no tenía a dónde ir, no sabía qué hacer, no podía regresar a su país de origen y las autoridades del Instituto Nacional de Migración (INM) querían deportarlo.

Decidió llevar al mutilado a su pequeña casa en la ciudad de Tapachula. A los dos días supo de otro caso y sin pensarlo, recuerda, también lo llevó a su casa para su recuperación. "Así empecé a ayudar a los mutilados de Centroamérica. Tenía que hacerlo, se lo ofrecí a Dios", reitera durante la entrevista.

Dos años después logró que una persona le rentara una casa en la que había una tortillería. Los dueños se la arrendaron por cuatro años, pero a finales de 2004 le pidieron que la desocupara.

En el albergue de Jesús El Buen Pastor viven, en promedio, 35 personas, la mayoría originarios de América Central y lisiados por el ferrocarril.

La casa se mantiene con las ventas de doña Olga en el mercado; ninguna autoridad (federal, estatal o municipal) proporciona ayuda alguna a la casa de los lisiados. Por lo menos tres veces a la semana, el llamado Grupo Beta, el hospital de alguno de los municipios del Soconusco y Costa de Chiapas o la propia Cruz Roja le hablan para que recoja a otro lisiado: el colmo es que muchas veces estas instituciones los trasladan a la casa y lo dejan sin ni siquiera preguntar si existe el espacio o pueden mantenerlo durante su recuperación. Simplemente se deshacen de él.

"Los propios consulados de Honduras, El Salvador y Guatemala sólo se acuerdan de los lisiados cuando viene un funcionario importante de su gobierno", señala molesta, porque asegura que los consulados "de nada sirven" a sus compatriotas.

Olga Sánchez Martínez tiene una triple labor desde que sale el sol: acude cotidianamente al hospital a recoger a un nuevo inquilino; el día lo dedica a conseguir ingresos para el albergue -en un inicio pedía limosna, ahora vende artesanía, bordados y tejidos, ropa usada, pan o algún producto en el mercado público- y de vez en cuando viaja a Centroamérica a dejar algún lisiado que ha logrado su recuperación y la obtención de una prótesis.

"El año pasado fui a dejar a varios pacientes, voy a dejar a los que están sin posibilidad de viajar. Contrato un carro particular, pago a una persona para que llevemos al paciente hasta su casa. Cuando llego a su lugar de origen veo la miseria en que viven: una casa miserable, sin baño -hacen sus necesidades en el monte--, ellos con prótesis no pueden ir al cerro.

"Me gusta porque veo a la familia alegre, contenta de poder volver a ver a su familiar; muchas veces es el esposo que regresa sin piernas a rencontrarse con su esposa y sus hijos. A ellos los veo alegres, veo mucho ánimo. 'Manito aquí le vamos echar ganas, no te preocupes', es lo que les dicen cuando llegan", narra Olga.

Un centroamericano accidentado en las vías del tren o asaltado y desfigurado por la Mara Salvatrucha llega sin piernas o brazos al albergue de Jesús El Buen Pastor y sale con prótesis que envían algunas organizaciones de Suiza o Estados Unidos.

A Olga Sánchez Martínez "el cielo se le abrió" al conocer que había ganado el primer Premio Nacional de Derechos Humanos 2004. La noticia le llegó justo cuando los dueños de la casa en donde se encuentran los lisiados le habían pedido que la desalojara. El año pasado adquirió un terreno de mil 750 metros cuadrados, en donde construirá instalaciones para atender en forma permanente a unas 50 personas.

El dinero del premio servirá ahora para construir, en tiempo récord, las instalaciones de lo que será la nueva casa de Jesús El Buen Pastor en la ciudad de Tapachula, Chiapas.

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