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24 de enero de 2005
 
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AGUA FRIA CHINA

Justo cuando George W. Bush pensaba que había solucionado por lo menos una parte del rompecabezas petrolero de Estados Unidos, los chinos le han robado algunas piezas vitales.

Fuera de Medio Oriente, la reserva más grande de petróleo del mundo se encuentra en la provincia canadiense de Alberta, donde se calcula que hay unos 300 miles de millones de barriles, unas seis veces el estimado para todo México.

Sin embargo, dichas reservas ­a diferencia de las nuestras­ se encuentran en la forma de arenas asfálticas, con la consistencia de Resistol revuelto con tierra, y bajo decenas de metros de arcilla y piedra. Sólo sacarlo cuesta unos 15 dólares por barril; el proceso de refinación hasta formar crudo "sintético" es complejo y cuesta otros tantos.

No será negocio desarrollar las arenas asfálticas de Alberta cuando el precio de los crudos de referencia caiga debajo de 30 dólares por barril. Pero petroleras del tamaño de Chevron-Texaco, Shell y Exxon Texaco se encuentran invirtiendo miles de millones de dólares en Alberta, apostando en que los precios internacionales del petróleo vayan a seguir siendo muy altos. Tanto así que se prevé que la producción de las arenas asfálticas de Alberta subirá de poco más de un millón de barriles diarios hoy día hasta 2 millones para 2010.

Todo lo cual es muy buena noticia para la Casa Blanca. Después de todo, Canadá es un proveedor de confiar, y las arenas de Alberta son las últimas reservas de grandes dimensiones que quedan por explotar en América del Norte, fuera de las aguas profundas del Golfo de México (y allí no hay avances, por lo menos del lado mexicano de la frontera marítima). Más allá de América del Norte, el panorama es poco alentador. Hay turbulencia endémica en mucho de Medio Oriente y gobernantes de otros países ­como el presidente Hugo Chávez, de Venezuela­ en quienes Washington no confía.

Ahora, sin embargo, es cuando cae el balde de agua fría. La empresa canadiense Enbridge, especialista en el transporte de hidrocarburos, construirá un ducto desde Edmonton, en Alberta, hasta la costa del Pacífico a un costo de 2.5 miles de millones de dólares. Dice Enbridge que una empresa china probablemente vaya a adquirir una participación de 49 por ciento en el ducto para que se exporte a China ­no a Estados Unidos­ el crudo que transporte, unos 400 mil barriles diarios.

Y no sólo eso. También parece que el gobierno chino está interesado en que una de sus empresas compre Husky Energy, empresa canadiense con activos en Canadá y China. Husky tiene un pequeño proyecto ya funcionando en las arenas asfálticas y tiene planes para otro mucho más ambicioso.

Según las teorías del libre mercado, Estados Unidos no tiene nada que temer de una inesperada competencia con China para el petróleo canadiense. La competencia debe resultar en mayores eficiencias y menores costos, para el beneficio de todos.

Pero Washington, candil de la calle en los debates sobre el comercio internacional, suele ser oscuridad de su casa cuando siente que sus intereses vitales se encuentran amenazados.

Un país democrático.

Otra explosión en un ducto de Pemex. Otro derrame de crudo a uno de los ríos más importantes del país. Otra vez heridos y otra vez promesas de una investigación a fondo.

Pero ¿un día conoceremos la verdad sobre lo que pasó en Nanchital, Veracruz, el mes pasado? Por supuesto que sí, pero sólo la verdad de Pemex; su propia verdad es ­y siempre ha sido­ la única que existe para la empresa.

Y esa verdad será que Pemex no tiene la culpa; tampoco sus funcionarios.

Así siempre ha sido. Y lo llaman democracia§

 
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