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Jueves 27 de enero de 2005

Olga Harmony

Mujer on the border

Son dos motivos para celebrar. Uno, que el Museo del Chopo -bajo la dirección de Alma Rosa Jiménez Chávez- se vuelva otra vez escenario de montajes teatrales con un pequeño y digno espacio muy acorde al teatro de cámara. El otro, el retorno de Marta Aura a los escenarios, en plena madurez y más dueña que nunca de sus recursos actorales. Mujer on the border, monólogo basado en El llanto del verdugo de Antonio y Javier Malpica y adaptada, al parecer casi rehecha, por la actriz y por la dramaturga y directora María Muro, trata dos temas paralelos aunque concurrentes. Por una parte, la soledad de las mujeres que quedan en los pueblos expulsores de sus hombres -hijos, esposos, novios o hermanos- a los Estados Unidos, como esta Aurora de familia hacedora de piñatas en un poblado zacatecano cuyo hijo se marchó en búsqueda de mejores perspectivas de vida que las que le brindaba el áspero terruño. De allí el título: una madre detenida por la frontera geográfica y por la frontera económica que le impiden estar junto a su único hijo en Los Angeles.

El otro tema, el más importante, es el de la pena de muerte a la que pueden ser sometidos nuestros connacionales. No importa en este caso, ni en ninguno, que Rodrigo sea inocente del crimen de que se le acusa como lo sostiene hasta el final y como lo cree firmemente Aurora. La pena de muerte es en sí misma mostruosa (y conviene recordarlo no sólo por lo que ocurre en el país de Bush, sino por las voces de la derecha que ya en el nuestro se levantan para que se implemente ante los actos delincuenciales de los que todos tenemos conocimiento). Es bien sabido que se ha matado a acusados que a la postre resultaron inocentes o que se haya mantenido por largos años en el llamado corredor de la muerte a quienes, con los métodos modernos, como la prueba del ADN, se ha comprobado que no son criminales y a los que se libera tras robarles media vida. Ese corredor de la muerte, en donde el sentenciado se aísla por un prolongadísimo lapso en espera de la conmutación o la libertad, con todos los recursos legales que interponen los abogados, es en sí mismo una tortura sicológica. Da escalofríos la asepsia con que el condenado es llevado a la cámara mortuoria, en presencia de familiares propios y de la víctima, los preparativos y la ejecución misma.

Mujer on the border es un texto que se divide en dos partes, a pesar de que se procura la idea de la madre dando vueltas reiteradas a su dolor y su rabia. En la primera, Rodrigo y el Rojo están vivos todavía y Aurora da rienda suelta a sus recuerdos mientras elabora una piñata, cuenta de la infancia del hijo, de su pasión futbolera por las Chivas rayadas, de sus juegos llaneros y de su único viaje a California con su cuñada, última vez que viera a Rodrigo, mientras espera esas doce de la noche que son el límite de vida para su hijo. En la segunda le habla éste, ya difunto y recuenta los terribles tres pasos de su ajustamiento con pentotal sódico y da cuenta de su extraña venganza. La directora divide estas dos partes, además de las campanadas de la iglesia, con una bella escena en que la mujer se cubre con el rebozo y da una solemne vuelta con un incensario, como si sepultara al amado hijo muerto, con el que brindará para que descanse en paz.

La escenografía de Carlos Arozamena es minimalista, con un fondo que nos recuerda el enrejado del bordo -al fondo del cual se proyectan los videos de Rubén Rojo, del campo yermo, de la madre y en especial de la tambora Así es la vida- y con el moblaje indispensable. Las voces en off, con grabación de la responsable del diseño sonoro, Laura Elena Padrón, dan cuenta del interrogatorio policiaco a Rodrigo, todo ello imaginado por Aurora en un dolor sin paliativos. La mujer trabajó sin descanso para ''comprar tiempo" a su hijo, pagando abogados, luego ya no tiene proyecto de vida, más que su torpe venganza que la deja aún más sola y vacía. Aurora se dirige al público, o a nadie, y la directora lo hace creíble con su limpio trazo. Sobre todo, está la actuación de Marta Aura -en vestido diseñado por Yolanda Reyes, muy sencillo pero que pone de relieve su natural elegancia- que transita de la alegría al recordar ciertos momentos de Rodrigo o la sensualidad al hablar del Rojo, al dolor contenido o que estalla en llanto, a la rabia impotente y a la actitud de fiera vengativa.

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