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31 de enero de 2005
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GARROTES Y ZANAHORIAS

EL FIN Y LOS MEDIOS

¿Habrá en México alguna institución con capacidad de influir en el proceso de toma de decisiones que considere seriamente el asunto de la productividad a largo plazo de la economía? Son varias las agencias y las personas que en el sector público y privado adoptan con frecuencia posiciones en torno a la competitividad internacional de la economía mexicana, entendiendo por ello, casi siempre, la capacidad de exportar bienes y servicios. Aumentar ­y en fechas recientes, al menos mantener­ la capacidad de exportar, es desde hace varios años una obsesión de los responsables de la política económica. A tal punto este objetivo es para ellos importante, que se ha tornado en auténtico fin en sí mismo. Ser competitivos equivale para ellos a exportar, no importa si, para lograrlo, hay que castigar el nivel interno de bienestar por medio de una política de bajos costos salariales y concesiones fiscales, como las otorgadas a las empresas maquiladoras.

Participar en los mercados internacionales por medio de ganancias sostenidas de la productividad es algo totalmente diferente a lo que pregonan y persiguen quienes creen que el mero hecho de exportar es muestra inequívoca de progreso y desarrollo económicos. El sector exportador de México observó en los últimos dos decenios una de las expansiones más dinámicas en el mundo después de China y otros pocos países asiáticos. Todos sabemos hoy que esa expansión no produjo los efectos casi mágicos de desarrollo que suponían los proponentes y defensores del actual modelo de crecimiento. Incluso hablando en sus propios términos, difícilmente podría sostenerse que, a la vuelta de 20 años, la mexicana sea una economía internacionalmente "competitiva". Al contrario, en los últimos cuatro años enfrenta crecientes dificultades para mantener las cuotas de mercado conquistadas en Estados Unidos ante el embate de los productores asiáticos.

En la lógica de los ideólogos de la competitividad, para mantener y volver incrementar aquellas posiciones de mercado, deberíamos reducir nuestra estructura de costos promedio en relación con la de China. En otras palabras, deberá seguir castigándose el nivel de bienestar de la población, hasta hacerlo equiparable al de los países asiáticos. De manera manifiesta, las implicaciones sociales de esta concepción económica son inaceptables.

La respuesta no es el castigo salarial ni el escamoteo de derechos laborales y sociales, sino la puesta en marcha de una estrategia sostenida y sostenible de incrementos de la productividad. Tras 20 años de palabras y discursos grandilocuentes sobre la inserción internacional de la economía mexicana, ni las autoridades gubernamentales ni el sector empresarial han propuesto nada serio ni innovador sobre cómo mejorar la productividad, es decir, el producto que se obtiene por hora trabajada. Cuando se habla de "competitividad", este es el asunto verdaderamente relevante desde el punto de vista del desarrollo a largo plazo. Si la productividad se estanca o crece por debajo del promedio mundial o del de los principales competidores, la "conquista" de mercados externos es un logro económico espurio que no genera efectos sostenibles ni duraderos de desarrollo.

Un programa nacional de mejora de la productividad no es imaginable en el marco de la economía política que prevalece en México. En este campo estratégico, el "gobierno del cambio" no se distingue en lo absoluto de los dos gobiernos priístas que le precedieron. Mejorar la productividad promedio de la economía exige acuerdos, esfuerzos y participación de todos los factores de la producción. La experiencia internacional en esta materia sugiere claramente que el mercado no conducirá por sí mismo a sentar las bases de un cambio en favor de la productividad de la economía nacional. Y sugiere algo más: que las economías que generan ganancias de productividad tienen casi siempre políticas económicas de Estado  §

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