Usted está aquí: jueves 3 de febrero de 2005 Opinión Vaticano: ¿quién está al mando y quién sigue?

Editorial

Vaticano: ¿quién está al mando y quién sigue?

El más reciente quebranto de salud del papa Juan Pablo II ha vuelto a desatar en los medios informativos del mundo el hervidero de especulaciones sobre una sucesión en el trono de Pedro que parece, de nueva cuenta, próxima, y que suscita justificados temores por la posibilidad de que al máximo liderazgo de la Iglesia católica llegue alguien tan reaccionario y autoritario como el propio Karol Wojtyla, si no es que más. Al mismo tiempo, se multiplican las preguntas acerca de quién o quiénes detentan el mando real en el Vaticano ante la evidente incapacidad del actual pontífice para ejercerlo.

Tales inquietudes trascienden, con mucho, el ámbito del catolicismo, de la cristiandad, y el religioso en general, y preocupan al conjunto de la humanidad por el hecho evidente de que el Vaticano constituye en el mundo actual un poder que va mucho más allá de la esfera propiamente espiritual. La Iglesia católica es además un actor político de gran importancia, así como un formidable conglomerado ideológico, económico, cultural, educativo, mediático y propagandístico que trasciende las fronteras nacionales, las clases sociales y las singularidades regionales y que puede, en consecuencia, desempeñarse como factor de desarrollo, paz y estabilidad en todo el planeta, o bien fungir como un elemento de estancamiento y oscurantismo, de alimentación de las fobias e intolerancias y de generación de nuevos conflictos.

Desde esta perspectiva, la huella del actual pontífice en los más de cinco lustros de su papado es ambigua y hasta contradictoria. En el primer tramo de su tarea, Juan Pablo II tomó abiertamente partido en la guerra fría a favor de los promotores de la revolución conservadora, Ronald Reagan y Margaret Thatcher, contra la entonces Unión Soviética y el bloque del este de Europa. Desde esa posición, hostigó en forma sistemática a los movimientos de liberación nacional en el tercer mundo y particularmente en América Latina, que es, dicho sea de paso, la principal reserva demográfica del catolicismo. Wojtyla persiguió y reprimió a los partidarios de la teología de la liberación y contribuyó en forma decisiva al cerco implacable ­militar, político, ideológico­ establecido por Washington contra el régimen sandinista en Nicaragua. En tiempos posteriores a la caída del Muro de Berlín, Juan Pablo II modificó en forma perceptible sus posiciones políticas, enfocó sus críticas al capitalismo salvaje aún imperante y abogó por un modelo de economía menos inhumano. Debe señalarse también que, ante el alarmante militarismo estadunidense, Wojtyla se ha manifestado en numerosas ocasiones en favor de la paz, en contra de las ilegales incursiones colonialistas de Washington y por la abolición de la tortura y la pena de muerte en el mundo.

Al mismo tiempo, el fundamentalismo personal del Papa exacerbó la tradicional intolerancia de la Iglesia católica contra las minorías sexuales, la vigencia de los derechos reproductivos, los métodos de planificación familiar y las campañas de prevención del sida por medio del uso del condón. En este terreno, las contracampañas católicas auspiciadas desde el Vaticano se aproximan al terreno de lo criminal, en la medida en que obstaculizan las acciones sociales y gubernamentales para contener la epidemia. Sobre los escándalos ya masivos por abusos sexuales en las propias filas de la Iglesia o por ministros de ella contra seglares, la autoridad de Wojtyla ha preferido el encubrimiento al esclarecimiento y se ha convertido en protectora de presuntos pederastas.

Ante la enfermedad y el internamiento hospitalario del pontífice, los elementos de juicio disponibles indican que el Vaticano se encuentra en manos del puñado de jerarcas retrógrados y cavernarios que coinciden con Juan Pablo II en sus aspectos más oscurantistas; por ejemplo, el italiano Angelo Sodano, secretario de Estado; el español Julián Herranz, miembro del Opus Dei y titular del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos; el alemán Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (antes Santa Inquisición) y perseguidor de los partidarios de la teología de la liberación; el nigeriano Francis Arinze, del Consejo para el Culto Divino, y el mexicano Javier Lozano Barragán, titular de la Pastoral de Salud y quien, desde ese cargo, ha promovido los más virulentos ataques contra las campañas gubernamentales y sociales de prevención del sida.

A la preocupación por el poder actual de semejante curia romana ha de agregarse la inquietud por el próximo pontífice, cuya designación no puede estar lejana, y de cuyas buenas o malas decisiones dependerá, en buena medida, que la Iglesia católica, con todo el poder que detenta en el planeta, siga aferrada a la anacrónica intolerancia y el autoritarismo oscurantista de Wojtyla, o bien emprenda las rectificaciones necesarias, renuncie a sus pretensiones de poder terrenal y a sus afanes de control de todos los aspectos de la vida de los individuos, y se sitúe en las realidades del mundo contemporáneo.

 
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