Usted está aquí: sábado 5 de febrero de 2005 Opinión Otro mundo es necesario

Marcos Roitman Rosenmann

Otro mundo es necesario

Se agotó el plazo de las buenas intenciones. El deterioro en la calidad de vida sobre, bajo y en la superficie de la Tierra es evidente. Si nos reducimos a la degeneración del homo sapiens sapiens el aumento de migrañas, estrés, insomnio, úlceras, herpes, arritmia cardiaca o cáncer, constata la gravedad del problema. Otros males se vuelven crónicos debido al uso frecuente de fármacos. El más conocido: la gripe, donde los virus se hacen fuertes e inmunes a los tratamientos causando la muerte, sobre todo en ancianos y niños. La emisión de tóxicos y contaminantes provoca estragos. Déficit respiratorios y asma acaban con el funcionamiento de los pulmones. Otro tanto ocurre con el sistema inmunológico que no solventa con éxito los cambios que le afectan. El acoplamiento de la vida se interrumpe y emergen las transformaciones destructivas. El aumento exponencial de todo tipo de alergias es resultado patente de la pérdida de defensas en el organismo. Más plomo, monóxido de carbono o cloro destruyen la cadena del ser hasta la muerte. Es alarmante el estado del agua para el consumo humano y la pobreza mineral del manto terrestre. Para solucionar estos déficit se han utilizado indiscriminadamente productos químicos. Para obtener mínimos de tolerancia, el empleo de sustancias de laboratorio oculta consecuencias de medio y largo plazo. La alteración genética en hortalizas, frutas y verduras, así como el abuso de insecticidas y fertilizantes aceleran la destrucción del planeta y provocan mutaciones insospechadas. Valga como ejemplo el caso de "las vacas locas" que afecta a la Unión Europea. El problema sobrepasa los límites de una postura dubitativa a la hora de tomar decisiones. Aunque sólo fuese por egoísmo salvar a la especie humana de su autodestrucción, es necesario otro derrotero.

Lamentablemente, bajo el manto espurio del progreso técnico y la ideología de la globalización se han minimizado los efectos señalados sobre el planeta y sus habitantes. En un afán por salvar la economía de mercado se rechazan políticas en defensa del ambiente mas allá de los límites que impone la empresa privada para la explotación racional de todas las fuentes de riqueza, seres humanos incluidos. La falta de escrúpulos se ha camuflado en discursos demagógicos de un desarrollo sostenido, cuyo ejemplar protector resulta ser la figura del capitalista responsable. Una variada gama de argumentos busca justificar lo injustificable. Las compañías trasnacionales y sus aliados los capitales financieros se presentan como instituciones de servicio público y beneficencia. Invierten grandes sumas de dinero en campañas publicitarias destinadas a lavar su "mala imagen". Promueven obras sociales centradas en lograr un mayor consumo de sus productos. Para salvar a los niños desnutridos del mundo entero y evitar que las especies en peligro de extinción eludan su destino, nada mejor que pagar con Visa o Master Card. Cuanto más dinero se gaste en placeres mundanos, restaurantes, boutiques y centros comerciales, creamos un mundo más igualitario y democrático. La justicia es obra del libre comercio y la ley de oferta y demanda. Un plus de competitividad fomenta la cohesión e integración social. En esta brega no pierden coba la Organización Mundial del Comercio, el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial. Tampoco los gobiernos de los países del primer mundo se quieren marginar. Así conciencian a sus habitantes de los beneficios de la cooperación y solidaridad con los menos afortunados. Como si la división internacional de los mercados, la producción y el trabajo estuviese en manos de la providencia. Toda una metamorfosis cuyo fin consiste en ocultar el fin del mantenimiento del actual orden mundial: arramplar primero y apropiarse después de todo aquello que aumente el poder político e incremente los doblones en las arcas de empresarios y banqueros. En esta dinámica no caben términos medios. Hombres, mujeres y niños son instrumentos para sus fines. Sin remordimientos, recuperan formas de trabajo esclavo y semiesclavo. El comercio y tráfico de seres humanos deja una estela de muerte cuya lógica se fundamenta en la explotación sin límites y el ejercicio de la violencia extrema. Africanos, latinoamericanos y asiáticos emigran en un exilio económico provocado por la devastación de sus países en una conjunción de intereses compartidos por las clases dominantes, sus gobiernos y el capital trasnacional. Mafias consentidas por el poder político proveen de carne humana a las cadenas de montaje y terminan por ahogar las esperanzas de los emigrantes, cuya vida sin papeles los somete a un continuo venderse en condiciones infrahumanas, pero con grandes beneficios para sus nuevos amos.

En la actualidad, la producción de alimentos es un arma para el control de las decisiones a escala global. El hambre se convierte en medio para dominar el planeta. Países con sequía continuada y déficit en la producción agropecuaria son víctimas de presiones para vender a precio de saldo sus recursos naturales a cambio de comida. Las empresas de los países dominantes se nutren de estas políticas para obtener mas beneficios. En esta misma dirección, la privatización de bienes fuera del mercado, el agua, por ejemplo, sirven a las trasnacionales para garantizarse en el medio y largo plazo el monopolio sobre el líquido elemento. Cambiar la dirección de los ríos, secar lagos y construir presas privadas es un plan todavía inconcluso. La respuesta popular ha sido "no". Gobiernos han caído por intentarlo. Aun así no olvidemos el ansia depredadora de Nestlé o Coca-Cola. Volverán a la carga. Por el momento la guerra del agua no está perdida.

Por último, en un intento por confundir, se intenta homologar dos conceptos contradictorios calidad de vida con un sucedáneo: condiciones de vida. El retrato de la urbe como supermercado se presenta como el mayor logro de la humanidad en su historia. Esta visión rechaza cualquier alternativa y reduce la experiencia de lo humano a comprar y vender.

Asistimos a un proceso de deshumanización, donde "otro mundo es posible" se convierte en una probabilidad estadística. Por ello, si queremos evitar el holocausto planetario, otro mundo es necesario.

 
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