Usted está aquí: domingo 6 de febrero de 2005 Capital Dos hombres notables

Angeles González Gamio

Dos hombres notables

Ya hemos comentado con anterioridad nuestra admiración por esos liberales decimonónicos que un día eran diputados o ministros, otro estaban empuñando las armas, escribían crónicas, poesía, teatro, hacían planes de gobierno, salían al exilio, regresaban y volvían a huir. Sin duda fueron de los forjadores del México independiente y dejaron un ejemplo de auténtico nacionalismo, valor y honradez. Uno de ellos fue Guillermo Prieto, talentoso y singular personaje cuya vida sería magnífico tema para una película de aventuras, con sus dosis de heroísmo y emociones fuertes.

Sólo imaginen la siguiente escena que cuenta en sus memorias, que describe la detención de la que fueron objeto en Guadalajara, Benito Juárez, Prieto y el pequeño grupo que los acompañaba, por parte de tropas desleales, que se aprestaron a fusilar a don Benito: "Aquella terrible columna, con sus armas cargadas, hizo alto frente a la puerta del cuarto (...) y sin más espera, y sin saber quién daba las voces de mando, oímos indistintamente: ¡al hombro! ¡Presenten! ¡Preparen! ¡Apunten!.. Como tengo dicho, el señor Juárez estaba en la puerta del cuarto; a la voz de ¡apunten!, se asió del pestillo de la puerta, hizo hacia atrás su cabeza y esperó. Los rostros feroces de los soldados, su ademán, la conmoción misma, lo que yo amaba a Juárez... yo no sé. Se apoderó de mí algo de vértigo o de cosa que no me puedo dar cuenta. Rápido como el pensamiento, tomé al señor Juárez de la ropa, lo puse a mi espalda, lo cubrí con mi cuerpo, abrí mis brazos, y ahogando la voz de ¡fuego! que tronaba en aquel instante, grité: ¡Levanten esas armas!, ¡levanten esas armas!, ¡los valientes no asesinan..!"

Y habló y habló y habló; el pelotón de fusilamiento bajó las armas y acabó llorando. Ese era Guillermo Prieto, quien para nuestra fortuna fue un prolífico escritor, lo que nos permite conocer, además de sus peripecias personales, cómo era la sociedad de su tiempo, las costumbres y mentalidades. La mayor parte de su obra se publicó en distintos diarios, de algunos de los cuales fue fundador. En varios de ellos escribió con el seudónimo de Fidel.

Prieto nació en la ciudad de México el 10 de febrero de 1818, en una casona que aún existe en la calle de Mesones, entonces llamada Portal de Tejada. Este dato le llevó años averiguar al ilustre cronista Luis González Obregón, así como el origen del nombre de la vía. Aún niño la familia se trasladó a vivir a Molino del Rey, en Tacubaya, en donde su padre administraba el molino y la panadería. En sus memorias describe, no sin humor, cómo fue su infancia: "el ideal de un niño consistía en que se estuviese quietecito horas enteras, en saber un buen trozo de catecismo, de memoria, en oficiar el rosario a las horas tremendas, comer con tenedor y cuchillo, dar las gracias a tiempo, besar la mano a los padres y decir que quería ser emperador, santo, sacerdote, o cuando muy menos, mártir de Japón".

Seguramente esto cambió cuando tenía 13 años, ya que su padre murió y la madre perdió el juicio. Lo acogieron un par de ancianas cuyo padre había sido sirviente en su casa. Sin embargo estas vicisitudes parecieron servir para forjar un carácter audaz e indomable. Son muchas las anécdotas que se antoja narrar, que muestran cómo se abrió exitosamente paso en la vida desde su adolescencia, pero lo mejor es leerlo.

Ahora podemos conseguir sus obras completas gracias a la hazaña que realizó un hombre igualmente notable, que falleció hace unos días: Boris Rosen Jelomer. Nacido en Ucrania, adoptó la nacionalidad mexicana y nos dejó un legado extraordinario que mucho tenemos que agradecerle. La recopilación de la vastísima producción de Prieto se había iniciado en varias ocasiones, pero ni personas ni instituciones la lograron llevar a cabo, sin duda por lo arduo de la tarea. A lo largo de 30 años revisó pacientemente hemerotecas y archivos, localizando los textos dispersos en inumerables diarios, revistas y libros. La labor de Rosen no se limitó a la obra de Prieto, hizo lo mismo con la de personajes como Ignacio Ramírez, Francisco Zarco y Manuel Payno, entre otros.

Con el maravilloso recuerdo que nos dejo Boris Rosen vamos a disfrutar un negroni, famoso coctel de los años cuarenta del pasado siglo, sentados en la monumental barra, profusamente labrada y colorida, del restaurante La Strega, que en su sede de Maricopa 11, en la colonia Nápoles, ofrece sabrosa comida italiana, en la que sobresalen las pastas. Muy favorito el tagtiatelle negro, preparado con tinta de calamar, chile guajillo, perejil y ajo. Vale la pena probarlo.

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