La Jornada Semanal,   domingo 6 de febrero  de 2005        núm. 518

Karl Popper
revisa a Platón

Marcos García Caballero

Porque lo queramos o no, Popper, filósofo muerto en 1994, es ya un clásico. En primer lugar puede darse el lujo de bajar de su eterno pedestal a ni más ni menos que a uno de los rectores del pensamiento de todos los tiempos: Platón, en la obra La sociedad abierta y sus enemigos, tabique de 693 páginas que por sí solo ya produce un goce estético: "¡Este cuate pensaba tanto!", porque, como se sabe, el tabique es hermoso pero más hermoso es el horno de donde sale…

Pero no es a Platón a quien ataca Popper, sino que busca "destruir todo aquello que, a mi juicio, tiene de perjudicial esta filosofía. Es la tendencia totalitaria de la filosofía política de Platón lo que trataré de analizar y criticar". No es este el espacio de cuestionar tal ataque sino de describirlo en forma resumida partiendo de la siguiente afirmación: si todo el psicoanálisis y sus mayores expositores de cierta forma le dan un golpe bajo a toda la producción intelectual occidental por lo menos, precisamente hasta la de los tiempos de la Grecia clásica, de la misma manera lo hace Popper con Platón cuando nos refiere el contexto en el cual fue creciendo el discípulo de Sócrates: "Durante la juventud de Platón, el gobierno democrático de Atenas se vio envuelto en una guerra mortal con Esparta, la ciudad cabecera del Peloponeso, que había conservado muchas de las leyes y costumbres de la antigua aristocracia tribal. La guerra del Peloponeso duró, incluyendo una interrupción, veintiocho años. […] Platón nació durante la guerra y tenía veinticuatro años cuando ésta terminó…" ¿Pero qué dimensiones tenía esa guerra mientras crecía Platón? En sus años de mayor esplendor, Atenas debió haber sido, comparativamente, del tamaño de la ciudad de Aguascalientes en los años setenta del xx, mientras que Popper, es preciso recordar, escribió La sociedad abierta y sus enemigos cuando el rumbo de la segunda guerra mundial todavía era incierto para los países aliados. Imagino a Popper, este pensador inmenso y orejón, escribiendo con la auténtica conciencia de que su obra lo iba a inmortalizar, diciéndole a Platón en su soledad: "Yo tuve más güevos que tú, porque no me acobardó Hitler ni perdí la dimensión del pensamiento crítico, mientras que tú, a los veinticuatro años ya eras un cobarde ante la realidad política." Pero de la analogía no debe desprenderse un símil de pleito de machitos de cualquier cantina, sino cuál fue la actitud tanto de Platón frente a su realidad como la de Popper frente a la suya, ambos en ardua labor de pensamiento profundo y creador. Mi especulación debe quedar como lo que es: mera especulación, pero tal axioma especulativo puede servir para entender cómo Popper derrumba a Platón en uno de los temas centrales de la obra: el ataque a toda forma de interpretación historicista, y el método del pensador historicista, aclara Popper al comienzo de la obra, "es la tendencia a juzgar los Grandes Acontecimientos, las Grandes Ideas, las Grandes Naciones o los Grandes Líderes dentro de la comedia representada en el escenario Histórico y claro está que si logra hacerlo será capaz de predecir las evoluciones futuras de la humanidad". Esta frase nos da la oportunidad para entender que el enemigo intelectual de Popper no es Platón, sino los líderes de los países del Eje. Se puede así considerar que La sociedad abierta y sus enemigos no fue escrita por mera casualidad en esas fechas –1943–; puede hablarse de que verdaderamente es un monumento intelectual para afirmar que ante la aberración de la guerra, Popper hace lo mejor que puede hacer un intelectual: mostrarse como verdadera autoridad frente a la barbarie.

Está muy difundida la idea en nuestra actualidad de que una mala lectura de Nietzsche fue lo que hizo que el Tercer Reich tomara las brutales determinaciones que fueron parte de la peor guerra de la humanidad hasta la actualidad, pero tal afirmación peca principalmente de partir de un lugar común y no de una investigación seria. Popper escribe la obra desde una perspectiva de autoridad moral irrefutable que cuestiona a Platón pero no alza el dedo para decirle: "La culpa de mi presente eres tú"; simplemente –como si así lo fuera–, hace una trayectoria intelectual de la filosofía social y a nosotros, los del siglo XXI, nos dice que el problema de la guerra no fue causado por malas lecturas de Nietzsche, sino por planteamientos y determinaciones funestas que, en parte, (compréndase: en parte), tuvieron su origen en la cuna de la civilización donde se gestaron los primeros errores, casi tan descomunales como los mejores hallazgos de lucidez.

Si Platón, como sostiene Popper, albergaba nociones de una raza superior que debería de gobernar Atenas, así como la defensa de un Estado promotor de la esclavitud de ciertos miembros de la ciudad (nociones que actualmente son simplemente un mito para cualquiera), se lo tomaba como dice el epígrafe de la primera parte de la obra, llamado El influjo de Platón: "De todos los principios, el más importante es que nadie, ya sea hombre o mujer, debe carecer de un jefe. Tampoco ha de acostumbrarse el espíritu de nadie a permitirse obrar siguiendo su propia iniciativa, ya sea en el trabajo o en el placer. Lejos de ello, así en la guerra como en la paz, todo ciudadano habrá de fijar la vista en su jefe, siguiéndolo fielmente, y aun en los asuntos más triviales deberá mantenerse bajo su mando. Así, por ejemplo, deberá levantarse, moverse, lavarse o comer… sólo si se le ha ordenado hacerlo. En una palabra: deberá enseñarle a su alma, por medio del hábito largamente practicado, a no soñar nunca actuar con independencia, y a tornarse totalmente incapaz de ello." Al mismo tiempo que su noción de lo que es el cambio –idea que retoma de Heráclito–, para Platón el cambio en el gobierno, en las almas, en la sociedad, sólo puede generar degeneración: "En conclusión –escribe Popper–, Platón enseña que el cambio es el mal y que el reposo es lo divino." Dicha conclusión es monstruosa para el contexto del futuro que seguiría a la segunda guerra mundial. Aparte de provenir de la familia real, Platón creía que las fuerzas que operan en la historia son de carácter cósmico; como muchos de los presocráticos, entre ellos Heráclito, su poética era su filosofía (pero para nosotros los postmodernos la poética y la filosofía no deben contraponerse, pero tampoco una sustituye a la otra o la toma como máscara). Por eso podemos entender que muchos de los poemas presocráticos fueran leídos con una visión científica; ciencia que provenía de la mitología griega y mitología griega que desembocaba muchas veces en una visión historicista: Edipo encuentra su destino fatal, por ejemplo, debido a la profecía y a las medidas adoptadas por su padre para eludirla, y no a pesar de ellas.

Popper recorre fragmentos de Las leyes y de La República para demostrar que Platón (probablemente debido a su origen real) ordena y justifica, desde un punto de vista sociológico, que los gobernantes de Atenas o de los Estados existentes, no fueran sino la copia de una Forma o Idea inmutable, de la cual sólo puede esperarse la decadencia y la vejez (como el destino de todo hombre es la decadencia, así lo es de toda ciudad y de toda época), pero como a Platón esto le sirve para justificar la esclavitud o el totalitarismo autárquico, la relectura de La sociedad abierta y sus enemigos es de suma urgencia en la actualidad precisamente porque Popper explica y desentraña "la licencia poética" que debe rodear al nacimiento de las grandes creaciones, como en este caso, los Estados nacionales, ni más ni menos.

Si bien Karl Popper durante toda su vida insistió en que la filosofía debía ser una crítica de la ciencia, no desistió de analizar el fenómeno literario, como lo es su teoría del "horizonte de expectativas", que aquí podemos resumir como un punto de partida desde donde analizamos cualquier circunstancia, el cual está ligado a los prejuicios y los conocimientos previos que limitan nuestras posibilidades de visión. Es una hermenéutica literaria en otras palabras, un método que enseña que, por ejemplo, la lectura de un Kafka o un Joyce o incluso una pieza dramática de Arthur Miller, no fue lo mismo en el xx de lo que será en el XXI, ya que las posibilidades de visión de cada época están marcadas por un sinfín de complejidades en todo tipo de aspectos. Popper es un pensador complejo que intervino también contra el materialismo histórico y la obra de Marx en lo que, a su parecer, guarda remanentes del pensamiento platónico, cuando el pensamiento platónico comete también sus errores. Dice Fernando Savater que el aire platónico ha quedado para siempre como la marca de todo pensamiento filosófico, aunque muchas de sus ideas sean, como he tratado de mostrar en este artículo, del todo monstruosas.

Pero no sólo nos queda la obra de Popper como su inmenso legado para los hombres y las mujeres del XXI; también una idea que hace poco rescató Carmen Aristegui en un programa de radio. Ella recordó que Popper, poco antes de su muerte, al parecer en una entrevista, declaró que si en la actualidad la televisión era un poder, como todo poder debería tener un contrapeso. Así como el poder ejecutivo tiene como contrapeso al legislativo, por ejemplo. Carmen Aristegui lo dijo y siguió dando noticias, pero al echar un vistazo al enorme poder de los medios en la actualidad, la pregunta-reflexión popperiana parece no perder ninguna vigencia.