Usted está aquí: lunes 7 de febrero de 2005 Opinión Bienvenido a Bagdad

Hermann Bellinghausen

Bienvenido a Bagdad

Poca gente sabe que México no termina en la garita de Otay o el puente de Juárez. Tampoco en La Mesilla o Talismán. Ni siquiera en Río Lagartos y Punta Holohit, la alucinante crisma atlántica de Yucatán. Nuestro país, por extraño que parezca, termina en Bagdad. Y entre Bagdad y Boca Chica no se paran ni las moscas. Bien a bien, el otro lado asoma hasta Port Isabel, Texas, donde corren el Intercoastal Waterway y "la civilización" pero uf, eso a quién le importa, considera Belarmino, presa de un ennui camusiano de pronóstico reservado.

Deja Matamoros y dirige sus ociosos pasos a Playa Bagdad como quien se vence a lo inevitable. El río Bravo a su izquierda, luego unos huizachales y por fin el letrero de bienvenida. Un grupo de hombres juega futbol sin convicción en la arena. No trae Belarmino humor como para "matar un árabe" como canta The Cure, pero casi. Bueno, personalmente no tiene nada contra los árabes, hasta le caen bien. Como sea, en Bagdad no hallará ni un árabe. Curiosamente, tampoco un gringo.

Entre semana el balneario muestra sus modestos atributos lo mejor que cabe esperar. Un cielo claro. Y sol por ende. Un viento frío. Olas breves y encontradas chocan entre sí. Atrás quedan Matamoros y el río Grande, que ni es tan grande. También los brillantes edificios del centro de Brownsville y los muros de ladrillo rojo de su vieja zona fronteriza. Los envidiables freeways. Su ausencia de farmacias que nuestro lado compensa. En sus drugstores, medicamento que no está prohibido necesita prescripción. En Texas es más fácil conseguir cocaína que penicilina, así que los texanos cruzan para comprar los medicamentos que sus trasnacionales farmacéuticas no pueden comercializar allá.

La yatrogenia farmacéutica se "regula" y se semicriminaliza al tabaco, mientras las drogas duras son el pan de cada día. Todo se resume a un celo comercial. Se cuidan de su propia mierda y nos la venden, pero quieren la nuestra, y barata. Allá no se persigue a los vendedores ni distribuidores locales de heroína, cocaína o pastas. Proteccionismo. En cambio, obligan a las autoridades mexicanas a perseguir y encarcelar (y empoderar) a los traficantes nacionales. Además, allá es legal ir fuertemente armado, y aquí no. La palabra narcotráfico termina en el bórder (injustamente, con perdón del TLCAN, pues parejo nunca ha sido el telecé). O en altamar.

El borde tamaulipeco no ofrece al turista texano atracciones, tequila, rocanrol y viejas, al estilo Tijuana. Tampoco es un lugar donde el cruce de mojados signifique demográficamente algo. De nuestras fronteras pobladas es la más sola, aunque lo disimula bien. Nada de Camelia la Texana. La épica quedó atrás. Se siente el dinero, pero no se ve. No existen señas de prosperidad en el paisaje. Como si la economía floreciera sólo en el penal. Secuestradores, narcos y futuros madrinas controlan el negocio desde sus celulares y sus desplantes testiculares. Ellos deciden quién vive y quién muere, quién fuma o inhala, quién puede coger y a quién le toca pagar.

Belarmino no debe nada pero su bien entrenado instinto le dicta cuidado y hasta miedo. Aquí uno la debe por el simple hecho de estar (como en el Bagdad original, el de Irak). Es el paseo dominical de una zona urbana inestable e insegura. El único lugar donde el río Grande o Bravo (se llama diferente allá y acá) es algo más que un chiste o un obstáculo topográfico. Frontera opuesta a las playas de Tijuana en el mapa de la mente, en vez de abrise al océano se encierra, hace esquina en el Golfo, se anega en un estuario. Aunque sólo a Jaime López, ilustre matamorense, se le pudo ocurrir llamarle "Puerto Bagdad", en cierto modo lo es.

Belarmino no cruzará, no enviará, no nadará, nada hará bajo el cielo azul y no obstante gris, apuñalado por los cables. Cegador. Ah Meursault. No parece que llueva nunca. ¿Por dónde se sale de aquí? Por donde sea. Puro norte, y el norte, ya se sabe, es grande. Una marisma sin fin es Bagdad. Al sur y al norte se abre largamente la Laguna Madre, y su paralela Isla del Padre hacia Corpus Christi. Vaya nombres para un lugar tan huérfano.

Una extraña tierra que colonizaron trabajadores polacos en el XIX, durante la Guerra de Secesión fue retaguardia de un sur apaleado por defender a muerte su derecho a la esclavitud de los negros. Procedentes de Tampico y la Cuba española, cajas de armas y municiones cruzaban los anegados médanos rumbo al norte para que los güeros se mataran entre sí. En el siglo XIX las mareas de lo ilícito (armas) subían. Durante la Revolución Mexicana, bajaban. En el XXI la marea, chicha como parece, vuelve a subir. No lleva balas (ni mucho indocumentado), sino sustancias prohibidas o dinero susceptible de ser lavado.

Así como la barra de Nautla es la costa más cercana a la ciudad de México, y pocos lo registran pues Acapulco resulta mejor suburbio playero, Matamoros y Bagdad son la frontera internacional más próxima al Zócalo capitalino. Y no se nota.

-Ya viene la carga -oye Belarmino a sus espaldas en la palapa donde se detuvo a beber una Carta Blanca (las demás cervezas son de lata, o sea, no son cerveza). ¿Viene la qué?

Sabe que nunca está de más preguntarse ¿qué hago aquí? Sin incorporarse de un muy echeverrista equipal en el bar playero, gira y ve a los demás parroquianos sacar fuscas y celulares con absoluta tranquilidad. (La próxima semana: "El Piporro quedó atrás".)

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.