Usted está aquí: lunes 7 de febrero de 2005 Opinión La transmisión

José Cueli

La transmisión

¿Ese Juli que asomó por la puerta de cuadrillas la corrida de ayer, venía de Madrid o de los caminos montañosos de nuestra geografía? Desplegó su capotillo ante el colaborador bombón que envió la ganadería de Montecarlo. Entre el clamor del graderío lleno, se estiró y sembró el redondel de verónicas y fantasía capotera. Capa y forro hechos uno con el burel procedente del campo bravo de Tlaxcala. Rojos y amarillos combinados con el negro en bellos juegos de luces, tocados por rallitos de luz.

Luego la muleta bien planchada se empinaba en el testuz del bello y nobilísimo burel y se despeñaban los redondos y los naturales rematados con el auténtico cruzado de pecho. Con el polvo del camino en las zapatillas volvía a bordar el toreo / técnica y oficio sobrados / es esculturas de seda que llevaban toda la hondura de su quehacer torero. Ante el toro soñado, el Juli realizó un toreo en su clasismo más acabado; bien hecho, bien rematado. Lo de siempre: parar templar y mandar.

Por el ruedo de la Plaza México hecha un mare mágnum, echó para adelante, un aliento madrileño y otro mexicano y se gustó y regustó, en el juego de las muñecas prodigiosas, dominando al excepcional torillo, que le devolvió la alegría al coso de Insurgentes. En los pliegues de la muleta y el capote se le escapaba la inasibilidad del arte de lidiar reses bravas.

Taurinamente entre hispano y mexicano, la gracia española con el suave aterciopelar de lo mexicano, era multiespejo de la guitarra interior. Caracol sabatino que se vistió de gala con el toreo mexicano de Zotoluco y el hispanomexicano de Ponce y El Juli, que transmitieron al tendido, las ganas de ser, el entusiasmo, el pulso interior de su vida. Lo contrario de la corrida de ayer con toros de Santiago, débiles, descastados y toreros sin una firma, una marca, una cierta poesía improvisada, inesperada. Esa que toma las faenas, un acontecimiento.

 
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