Usted está aquí: domingo 13 de febrero de 2005 Opinión ¿LA FIESTA EN PAZ?

¿LA FIESTA EN PAZ?

Leonardo Páez

Extasis con alfileres

MIENTRAS EL GRUESO de los asistentes ocasionales a la corrida de aniversario de la Plaza México -única aportación de la empresa a la mercadotecnia taurina en 12 años de ineptitudes-, tampoco en esta ocasión llena hasta el tope, salía boquiabierto con el arte tauromáquico de un predecible Zotoluco, un demagogo Enrique Ponce y un Juli sobrado de madurez y oficio mas no de expresión interior, me preguntaba si 40 mil espectadores no podrían estar equivocados o cuatrocientos aficionados estaríamos francamente neuróticos, con una amargura tal que nos impedía sumarnos al arrebato colectivo.

Y TUVE QUE concluir que esos cuatrocientos que no pudimos contagiarnos del éxtasis cincodefebreriano estábamos en lo cierto a partir de una valoración sustentada del fenómeno tauromáquico, así como en nuestro pleno derecho de no suscribir el nivel de vanalización a que han reducido el espectáculo taurino sus confundidos cuanto manirrotos y autorregulados promotores... gracias a un público esporádico, impresionable y desinformado.

SEÑALO, PACIENTE LECTOR, cuatro puntos para sostener que la "histórica" -más bien histérica, por la facilidad con que la gente logró excitarse- corrida del pasado 5 de febrero en la plazota no fue sino otro ejemplo de nuestro inagotable muestrario mexicano de apoteosis con alfileres, de mitote con visos de trascendencia, de argüende con pretensión de parteaguas.

EN PRIMER TERMINO, haber parchado la corrida supuestamente más importante del año con reses de dos ganaderías, Montecristo y Bernaldo de Quiros, como si en México no hubiera hierros de prestigio que tienen por lo menos una auténtica corrida de toros a la espera de un empresario con taurinismo que la adquiriese, sin regateos ni maternalismos, para un festejo que se pretende de máxima categoría. En general jóvenes, sin recargar en el caballo, débiles y sosos, a excepción del boyante, alegre, nobilísimo y repetidor Trojano, que aunque tampoco peleó en varas permitió al Juli una atemperada y plácida faena, más en una tauromaquia de salón que en una intensa confrontación de temperamentos, los toros lidiados ni remotamente fueron ejemplo de bravura.

ENSEGUIDA, LA COLONIZADA combinación del cartel, con las dos primeras figuras del toreo español, uno de los toreros mexicanos más consistentes y un discreto rejoneador con un solo toro, como si en el país no hubiera toreros sobrados de cualidades y merecimientos para estar en esa fecha en la Plaza México: Humberto Flores, José Luis Angelino, Enrique Espinosa, José María Luévano, Antonio Urrutia, Ignacio Garibay y Rafael Ortega, el otro torero más consistente pero peor administrado que tenemos.

DESPUES, LA ALDEANA actuación del nuevo juez Jorge Ramos, que entre las orejas, arrastres lentos e indultos concedidos, acabó con la última esperanza de que la autoridad regresara a esa anárquica plaza, devolviéndole su seriedad y jerarquía. Y por último, una crítica especializada que hace perfectamente bien en exaltar a coro estos triunfos de opereta: si no contribuye al fortalecimiento de la fiesta por lo menos puede seguir entrando gratis a la plaza.

 
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