Por los comicios del sur La victoria por el camino largo Armando Bartra En el estado del perpetuo baño
de sangre y la guerrilla crónica se ha demostrado que es posible
ganarle al sistema por la vía electoral. Al tiempo que insta a los
zurdos a no abandonar su talante crítico, el autor los invita a
reivindicar su "capacidad constructiva". Y define la elección reciente:
"no fue el sorpresivo voto del hartazgo, del castigo al PRI, de la repentina
calentura oposicionista; no fue tampoco la adhesión a un súbito
mesías carismático o el repudio circunstancial a un candidato
del sistema particularmente odioso.
De armas y urnas "El voto es una engañifa", concluía Genaro Vázquez en 1963, después de que el ejército revirtiera el presumible triunfo electoral de la Asociación Cívica Guerrerense (ACG); cinco años más tarde la ACG, transformada en Asociación Cívica Nacional Revolucionaria, se alzaba en armas. Tres décadas después, a fines de los ochenta y principios de los noventa, el cacicazgo guerrerense seguía buscando ahogar en sangre los movimientos democráticos, como lo evidencia el cruento desalojo de las comunas perredistas en 1990, pero también los 200 opositores asesinados durante el gobierno de José Francisco Ruiz Massieu y la masacre de Aguas Blancas ordenada por Rubén Figueroa. Sin embargo, los nuevos cívicos habían aprendido la lección, y pese a que en 1996 el Ejército Popular Revolucionario (EPR) le declaraba la guerra al gobierno, la enorme mayoría de las fuerzas opositoras no optaba por las armas ni por la apatía, sino por la terca construcción de alternativas sociales y políticas independientes. No fue fácil. En el marco de un orden corporativo como el nuestro, la organización gremial autogestionaria –de la que fuera precursora a mediados del siglo pasado la guerrerense Unión Regional de Productores de Copra– parece condenada a la represión o la cooptación; mientras que la oposición política democrática –cuyo antecedente sureño en la inmediata posrevolución fue el Partido Obrero de Acapulco– no tiene cabida en un sistema de partido de Estado. Síndrome nacional que es aún más agudo en la entidad, pues durante los setenta el combate a la guerrilla y el terrorismo de Estado contra las comunidades acaban con las pocas organizaciones sociales independientes e inhiben la participación política. Así, desde la insurgencia de los "cívicos", en los sesenta, y hasta la emergencia del neocardenismo, a fines de los ochenta, el PRI de Guerrero ganaba las elecciones con un mínimo de 81 y un máximo de 99% de los votos. Lo que no significa gran cosa cuando la abstención es abrumadora (en 1986 la estatal fue de 77%, proporción que se elevaba a 87% en Iguala, 88% en Taxco y 92% en Acapulco, ciudades donde no era tan fácil como en los poblados rurales rellenar urnas de falsos votos), pero documenta la catatonia cívica en la que por más de dos décadas estuvo sumido el estado sureño. Hasta 1977, la "oposición" guerrerense encarnaba en el PAN, el PPS y el PARM, que nunca llegaron al 5% de la votación. Con la reforma política de ese año se añaden al coro opciones de izquierda como el PST y el PCM –más tarde incorporado al PSUM y al PMS–, pero ni siquiera la Unidad Popular Guerrerense, en la que convergen PSUM, PMT, PRT, PPR y ACNR, logra rebasar el fatídico 5% opositor. El renacimiento ciudadano de Guerrero arranca en 1988, cuando el neocardenismo agrupado en el Frente Democrático Nacional logra la mayoría de los votos del estado, aunque la alquimia electoral priista no le reconozca más que 35%. En el país, como en Guerrero, a Cuauhtémoc Cárdenas le hacen perdediza la presidencia; pero entre marzo y abril de 1989 el PRD se constituye en la entidad, mediante 10 asambleas distritales en las que confluyen el PMS, la ACNR, la Organización Revolucionaria "Punto Crítico" y algunos ex priistas de la Corriente Democrática, además de numerosos maestros, campesinos y estudiantes. El flamante partido debuta ese mismo año a tambor batiente, participando con candidatos al cabildo en casi todos los municipios del estado; y aunque presuntamente gana cerca de 20 alcaldías, las autoridades electorales sólo le reconocen seis y reprimen violentamente a los Consejos rebeldes instalados en las demás. El ambiente político suriano se degrada. Por una parte, el abstencionismo, que se había reducido notablemente en las auspiciosas elecciones federales de 1988 y estatales de 1989, en 1993 se dispara nuevamente al 66%, y paralelamente se constituye en la Costa Grande la Organización Campesina de la Sierra del Sur (OCSS), que empuja sus legítimas demandas con discurso rijoso y prácticas abruptas. El 17 de julio de 1995 un contingente de la OCSS es acribillado a mansalva por policías agazapados en un recodo del camino de Aguas Blancas, 40 campesinos son alcanzados por las balas y 17 mueren. A un año exacto del crimen, un grupo de hombres y mujeres armados y embozados se apersona en la conmemoración luctuosa y anuncia el nacimiento del EPR, apelando al sempiterno discurso de los alzados costeños: "El gobierno (...) se ha negado a satisfacer los reclamos de justicia, libertad y democracia del pueblo, y ha demostrado que jamás va a ceder (...) por lo que hemos decidido conquistarlos con la fuerza de (...) las armas." Como Genaro Vázquez y como Lucio Cabañas, el EPR concluye que "el voto es una engañifa". Y muchos le creen, pues sin duda el saldo de insurgencias electorales, como las de los "cívicos" en los sesenta y los neocardenistas 20 años después, es francamente desalentador. Pero, bien visto, lo que en esos episodios derrota el sistema –a veces mediante el fraude y otras por la fuerza– no es la vía electoral propiamente dicha, sino una táctica comicial movimientista, que apuesta a tomar las urnas por asalto, en golpes de mano coyunturales de fuerte participación popular espontánea pero débil organicidad. "Ahora ganamos, porque ganamos... Y si no ganamos o nos hacen trampa, pues, a otra cosa", parecen pensar algunos. Pero otros, más persistentes o más aferrados, emprenden el arduo camino de edificar paso a paso una correlación de fuerzas favorable, no sólo coyuntural sino duradera; se adentran en la pedregosa –y a veces lodosa– vía de la organización y la institucionalidad; de la construcción de aparatos que no están peleados con el movimiento, pues, bien entendidos, son su soporte y su seguro de vida. Y tres lustros después, los que escogieron el camino largo han demostrado que en el estado del perpetuo baño de sangre y la guerrilla crónica; que en el proverbial "Guerrero bronco", es posible ganarle al sistema por la vía electoral. Nada más y nada menos. Lecciones de civismo bronco
Y en la medida en que aumenta la votación por el PRD, crece también la población gobernada por alcaldes de ese partido. Desde 1980, con el legendario triunfo del PCM en el municipio de Alcozauca, los cabildos de izquierda no han dejado de multiplicarse en la entidad: en 1989 se le reconocen seis al PRD, aunque presumiblemente gana más; en 1993, triunfa otra vez en seis; en 1996 conquista 19, lo que ya es una cuarta parte de los 76 municipios del estado; y en la elección más reciente, la del 2002, el PRD conquista 30 municipios, entre ellos algunos de los más poblados. Así las cosas, al consumarse la más reciente elección de gobernador ya vivían bajo gobiernos perredistas 1.7 millones de surianos, bastante más de la mitad de los guerrerenses. Pero además, los que eligieron a Zeferino Torreblanca apostaron por un candidato que en el trienio anterior había sido alcalde de Acapulco, con mucho el municipio más grande y visible de la entidad. De modo que, en términos generales, quienes sufragaron por el PRD en las últimas elecciones, sabían por experiencia o de buena fuente a qué partido, qué persona y qué proyecto estaban votando. El del 6 de febrero no fue, entonces, el sorpresivo voto del hartazgo, del castigo al PRI, de la repentina calentura oposicionista; no fue tampoco la adhesión a un súbito mesías carismático o el repudio circunstancial a un candidato del sistema particularmente odioso. Por el contrario, la de Guerrero fue, como pocas, una elección calculada, consciente, laboriosamente construida. Y fueron también unos comicios de resultados previsibles, si se tomaban en cuenta no las encuestas sino las consistentes tendencias del sufragio durante los últimos 15 años. "Guerrero vive una nueva democracia", dijo Zeferino Torreblanca el 7 de febrero al calor de la victoria, en lo que constituye un plausible revire histórico al ominoso: "¡Tengan su democracia, cabrones!", de los policías que asesinaban perredistas en 1999. "La gente apabulló la vieja forma de hacer política", concluyó el candidato triunfador (Entrevista de Jorge Ramos, Juan Cervantes y Alfredo Mondragón El Universal, 7/2/05). Votando en "Jurassic Park" "El PRD es el partido de la sangre", decía el gobernador Ruiz Massieu, cuando apenas daba sus primeros pasos en Guerrero la organización del sol azteca. Estribillo con que el cruento cacicazgo suriano trataba de ocultar sus propias manos, desde entonces manchadas de sangre perredista. Quince años después el discurso es el mismo: en libelos apócrifos que circularon durante la campaña, los priistas hicieron decir al PRD que de no triunfar pediría "la intervención en la entidad...(de) ... por lo menos siete de los 26 grupos guerrilleros del país"; todo en un falso documento interno titulado: "Operación patria o muerte", y rubricado: "Viva la lucha armada" (Rosario García Orozco, La Jornada de Morelos, 6/2/05).
No fue así. El domingo 6 de febrero votó 51% de los registrados en el padrón, porcentaje muy semejante al de elecciones anteriores. Y es que a pesar de los regalos de electrodomésticos y falsas pólizas de seguros contra accidentes escolares; a pesar de los acarreos y amenazas a los votantes; a pesar de la compra de funcionarios de casilla que debían anular votos opositores; a pesar de que en los meses anteriores a los comicios el gobernador inauguró en Acapulco media docena de obras con inversión de 52 millones; a pesar de las mil y un trapacerías de los operadores priistas, que en algunos casos cobraban en la nómina de la Secretaría de Educación de la entidad; a pesar de la "atmósfera de confrontación, polarización y (...) violencia"; pese a todo, los guerrerenses fueron masivamente a las casillas. Y 588 mil 542, 55% de los votantes, sufragaron por Zeferino Torreblanca, quien superó por cerca de 140 mil votos al candidato del PRI, impidiendo de esta manera la socorrida estrategia tricolor de impugnar los resultados apretados que no lo favorecen. La clave del éxito estuvo en que Zeferino Torreblanca rebasó en cerca de 190 mil votos los resultados electorales obtenidos seis años antes por Félix Salgado. Ciertamente la tendencia histórica del sufragio estaba a favor del PRD, pero de todos modos cabe preguntarse cómo fue posible de una elección a otra sumar ocho puntos porcentuales al caudal del sol azteca. Lo que va del diputado costales
Pero en los últimos seis años la ubicación del PRD en el estado dio un giro conforme se incrementaba el número de municipios donde era gobierno. El propio Torreblanca, perdedor en la interna por la gubernatura, compitió por la alcaldía de Acapulco, la ganó, y si hemos de juzgar por el indicador de aprobación pública que son los resultados electorales, hizo un buen gobierno, pues al concluir su gestión otro perredista, Alberto López Rosas, quedó al frente del municipio. La oposición guerrerense avanzó primero en las dos costas, en el norte y en Tierra Caliente; mientras que el PRI se atrincheraba en los municipios más pobres de la entidad ubicados en el centro y la Montaña. En la última elección esto se revirtió parcialmente, pues el PRD ganó también distritos de la Montaña Alta y de Chilpancingo. Sin embargo, el caudal de votos decisivo está en Acapulco, y ahí, pese a todos los esfuerzos del PRI, arrasó Torreblanca: empresario, promotor de frentes cívicos y, sobre todo, venturoso ex alcalde de un puerto que en su polarización extrema es emblema del estado y del país. "Si pudo con Acapulco, qué no ha de poder con el resto", habrán pensado algunos. Y no está mal la reflexión, pues a gobernar se aprende gobernando y es al frente de las grandes responsabilidades públicas que los partidos y los políticos muestran de que están hechos. Y esta es otra lección que nos enseña Guerrero: si desde el triunfo de los moderados en la revolución y el establecimiento de un orden político autoritario las izquierdas mexicanas antisistémicas se han definido por su discurso contestatario, su intransigencia y su heroísmo opositor; hoy es necesario que –sin abandonar el talante crítico– los zurdos reivindiquen también su capacidad constructiva. Y pueden hacerlo edificando socialidades alternas en las costuras del sistema o administrando de otra manera parcelas crecientes del propio sistema; que tan valiosas son las utopías hechas a mano como los gobiernos críticos y renovadores. Porque para el pueblo de Guerrero es fundamental que por tres lustros el PRD haya construido la mayoría ciudadana que finalmente le permitió arrebatar la gubernatura al viejo régimen suriano, pero también lo es –por ejemplo– que desde 1995 funcione en alrededor de 50 poblados de la región Costa Montaña, un ejemplar sistema de Policía Comunitaria impulsado por el Consejo de Autoridades Indígenas, cuyos comandantes rinden cuentas a la Asamblea General de Pueblos, y que ha sido capaz de abatir la criminalidad, cuidar el orden e impartir justicia apelando a los buenos usos y costumbres. "¡No nos falles Zeferino!"
Buen planeamiento; porque cuando los izquierdistas elegimos servidores públicos progresistas no debiéramos esperar que cambien el mundo de sopetón, sino solamente que cambien "el modelo", es decir el modo de pensar e intervenir el mundo en función de una utopía o proyecto alternativo. Esto sin olvidar que, aun cuando nos guíe un "nuevo modelo", por un buen rato el mundo que nos heredó el viejo régimen seguirá siendo tan inhóspito como era. Y en cuanto al auspicioso triunfo de la
oposición suriana, importa establecer que no se eligió a
Zeferino Torreblanca para que resolviera personalmente todos los problemas.
Lo que se eligió es seguir trabajando –como siempre– por la justicia
y por la democracia, pero en un estado gobernado por un político
progresista. Lo que para los obscenos usos políticos guerrerenses
no es poca cosa.
P.D. Hace cinco años, al final del ensayo
titulado Sur profundo, publicado en el libro colectivo
Crónicas
del sur. Utopías campesinas en Guerrero, recordaba que en 1996,
en el vado de Aguas Blancas, había muerto Benjamín Ávila
Blanco, acribillado por la tropa en un asalto del EPR al campamento militar
de la localidad. El guerrillero caído tenía 21 años,
una mujer, dos hijos y una milpa. En su bolsillo se encontró una
credencial de elector con la que, sospecho, votaba por el PRD. Espero que
en el inframundo de los matados a la mala Benjamín esté celebrando
con los demás el triunfo de los amarillos.
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