Ojarasca 94  febrero 2005


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La literatura en lenguas indígenas

Carlos Montemayor





He explicado en otro momento que la literatura mexicana comprende por lo menos tres grandes ramas de producción literaria, todas importantes y de compleja y abundante historia. Comprende, por supuesto, la escrita en lengua española desde el siglo XVI hasta nuestros días. También la escrita en latín, lengua que se empleó ininterrumpidamente desde el siglo XVI hasta el apogeo de los humanistas del siglo XVIII, quienes formularon por vez primera en la idea de México una patria distinta: Francisco Xavier Clavijero, José Luis Maneiro, Andrés Cavo, Diego José Abad, Francisco Xavier Alegre, Rafael Landívar, Rafael Campoy, entre otros. Y comprende, finalmente, la que proviene de las lenguas indígenas: la que se escribió antes de la Conquista, durante la Colonia y la que ahora resurge en varias zonas del país, a pesar de la constante descalificación de las lenguas o del generalizado desconocimiento de su composición artística. El mayista Silvanus G. Morley afirmó, por ejemplo, que:

Los mayas son esencialmente conservadores y opuestos al progreso; de esta manera han logrado conservar su propio idioma durante cuatro siglos de dominación española, al grado de que hoy en día lo siguen empleando en los trabajos del henequén y en las ocupaciones de la vida diaria, en todas las ciudades pequeñas y aldeas de Yucatán, en lugar del castellano.
Curioso que para un mayista conservar la lengua maya sea oponerse al progreso.
La descalificación artística es más amplia. Al referirse a la poesía en las lenguas indígenas de América, a principios del siglo XX en su Historia de la poesía hispanoamericana, Marcelino Menéndez y Pelayo expresó con desdén que no tenía caso ocuparse:
de los pocos y obscuros fragmentos literarios que de esas lenguas primitivas quedan... sino solamente de las que llevaron a América los colonos españoles y conservan sus descendientes. Si algo del americanismo primitivo llegó a infiltrarse en esta poesía (lo cual es muy dudoso), sólo en este sentido podrán tener cabida tales elementos bárbaros y exóticos en un cuadro de la literatura hispano-americana, la cual, por lo demás, ha seguido en todo las vicisitudes de la general literatura española, participando del clasicismo italiano del siglo XVI, del culteranismo del siglo XVII, de la reacción neoclásica del XVIII, del romanticismo del presente y de las influencias de la novísima literatura extranjera, especialmente de la francesa y de la inglesa. Esto no excluye gran originalidad en los pormenores; pero el fundamento de esta originalidad, más bien que en opacas, incoherentes y misteriosas tradiciones de gentes bárbaras y degeneradas, que para los mismos americanos de hoy resultan más o menos extrañas, pero familiares y menos interesantes que las de los asirios, los persas o los egipcios... ha de buscarse en la contemplación de las maravillas de un Mundo Nuevo.
Menéndez y Pelayo no alcanzó a conocer la vieja poesía náhuatl, maya, quechua o guaraní que se difundió a mediados del siglo XX, ni la nueva poesía que en más de veinticinco lenguas indígenas surgiría en todo el continente en los albores del siglo XXI. Tampoco pudo suponer que autores notables de la lengua castellana construyeran su narrativa a partir del influjo de una lengua indígena, como ocurre en Augusto Roa Bastos con el guaraní, en José María Arguedas con el quechua o en Andrés Henestrosa con el zapoteco del Istmo. Lo asombroso es que haya autores que sigan pensando como Menéndez y Pelayo.

Varias imprecisiones, olvidos históricos e incluso creencias ingenuas tornan confuso a menudo lo que debemos entender por literatura indígena y tradicional. Por ejemplo, creer que los idiomas pueden diferenciarse por grados de crecimiento y que las lenguas con desarrollo son los idiomas propiamente dichos y los otros tan sólo "dialectos". También, creer que las lenguas desarrolladas se hablan en los países hegemónicos y los dialectos en los pueblos sojuzgados. Quizás sorprenderá a muchos saber que no hay idiomas superiores; que todos son sistemas lingüísticos definibles en los mismos términos, con el ordenamiento gramatical necesario para una compleja gama de comunicación abstracta, simbólica, metafórica, imperativa, lúdica, a partir de un sistema fonológico particular. El náhuatl es un sistema lingüístico tan completo como el alemán; el maya es un sistema tan completo como el francés; el zapoteco lo es como el italiano, el purépecha como el griego, o el español y el inglés lo son como el ñahñu y el mazateco. Variación dialectal es un concepto lingüístico que se aplica a los usos regionales de un idioma.

Las variaciones regionales de la lengua española se observan a nivel léxico, fonético y sintáctico en, pongamos por caso, Andalucía, Buenos Aires, Bogotá, Yucatán o la ciudad de México. En algunas zonas del mundo hispanohablante se mantienen las diferencias fonéticas entre los sonidos representados con las grafías s, c o z, g y j o v y b, y en otras han desaparecido, o se alternan los representados con las grafías r y l, como en Andalucía y el Caribe, por ejemplo. Estas son variantes dialectales del español a nivel fonético. En todas las zonas se designa de una manera distinta a un mismo objeto. Estas diferencias resaltan de inmediato porque tenemos la tendencia a confundir el idioma con las palabras y no con su arte de construcción. Pibe, chaval, chavito, huerco, patojo, escuincle, chamaco, criatura, pongamos por caso. Estas son variantes dialectales del español a nivel léxico. También las diferencias sintácticas son notorias en las variadas zonas donde se habla español: pérdidas de conjugaciones verbales de segunda persona del plural (ustedes tienen en lugar de tenéis, buscan en lugar de buscáis, entienden en lugar de entendéis), leístas y loístas (le abraza en vez de lo abraza o a mi novia le di una flor por a mi novia la di una flor), permanencia del voceo (un tenés, decís, querés, o mirá, escuchá, por tienes, dices, quieres, mira o escucha), pérdida del futuro simple en todas las personas gramaticales (voy a ir, voy a ver, voy a hacer en lugar de iré, veré, haré); se trata de variantes dialectales del español a nivel sintáctico. De igual manera hay diferencias dialectales del inglés en la misma Gran Bretaña (Escocia, Londres, Gales) o en Irlanda, Australia, Jamaica, Boston o California, y del francés en Normandía, el sur de Francia, Argelia, Canadá o Haití. Sólo en estos sentidos es posible hablar de "dialectos" en lingüística.

Otro error, acaso relacionado con los divergentes criterios que se aplican a las culturas europeas y a las indígenas, es creer que las lenguas con tradición escrita tienen literatura y que las lenguas indígenas o de sociedades ágrafas tienen sólo tradición oral. Ciertamente, el término "literatura" como técnica de escribir proviene de la voz latina littera (letra), pero el concepto se refiere actualmente más a la noción de arte que a la de redacción. En cambio, el concepto de "tradición oral" en el contexto antropológico no distingue fronteras entre arte de la lengua (escrita o no) y comunicación oral. He explicado en otra parte, pormenorizadamente, el arte de composición en las lenguas indígenas y en los poemas homéricos como una construcción compleja que no requiere de la escritura para fijarse ni transmitirse. Por ello he señalado reiteradas veces que las culturas indígenas de México permanecen vivas entre otras causas por el soporte esencial del idioma, por la función que desempeña en la ritualización de la vida civil, agrícola y religiosa. Y que en esos contextos de resistencia o continuidad cultural, las lenguas indígenas suponen un uso específico que es en sí mismo un tipo de composición que se destaca del uso coloquial en la misma medida que en cualquier otro idioma se distingue la composición artística de la expresión común. De este arte de la lengua es necesario partir para entender la dimensión de la literatura en lenguas indígenas de ayer y de hoy.
Recordar algunos elementos del opresivo contexto histórico y lingüístico que se ha impuesto sobre las lenguas indígenas de México, podría ayudarnos a entender la relevante función social de la actual literatura. El dominio extranjero de las lenguas indígenas ha sido a menudo un instrumento de aniquilación o control cultural. Sorprende el talento de los frailes españoles del siglo XVI que en pocos años lograron aprender las numerosas lenguas indígenas del nuevo mundo y preparar gramáticas, vocabularios, aplicar alfabetos prácticos y escribir numerosos cantos, dramas, rezos, catecismos. Un trabajo portentoso, es cierto, sobre todo si añadimos su labor educativa durante varios años entre la aristocracia indígena. Pero esta erudición propició que los numerosos escribas indios quedaran a la sombra de sus patrones civiles o religiosos como informantes y que la escritura en las lenguas indígenas no estuviera precisamente al servicio de las lenguas mismas, sino al de la religión de los conquistadores, al de la catequización.
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El dominio de las lenguas indígenas que alcanzaron los frailes españoles del siglo XVI sólo es comparable con otro despliegue de lingüistas del siglo XX, también religiosos: el Instituto Lingüístico de Verano, que desarrolló un estudio admirable y minucioso de muchas lenguas otra vez para cristianizar, para traducir en ellas la Biblia y documentos de la evangelización protestante. Este instituto produjo gramáticas y cartillas utilísimas para los programas de alfabetización indígena que el gobierno mexicano alentó desde entonces. Esto fue positivo, aunque por su orientación final representó otra especie de catequesis "cívica": la castellanización se propuso desaparecer las lenguas indígenas por considerarlas una barrera para la unificación nacional. Ahora es significativo que a menudo se impriman textos en una misma lengua con alfabetos que varían según las instituciones o los lingüistas especializados.

Por otra parte, debemos recordar también que la evolución de la escritura prehispánica en Mesoamérica había sido notable. Para pueblos que alcanzaron un conocimiento matemático, astronómico, botánico e histórico, como el de los mayas (y con ellos me refiero a un amplísimo territorio de Centroamérica y de México), la escritura no podía ser extraña.

Quizás la abundancia de las lenguas mesoamericanas los persuadió a utilizar una escritura no fonética, que sería forzosamente regional, si no ideográfica, que podría ser universal. Esta escritura sufrió el embate de la conquista en múltiples formas --ya con la destrucción material de libros, ya con la imposición del alfabeto latino para escribir en sus lenguas, ya, finalmente, con la eliminación de la intelectualidad indígena y con el desconocimiento permanente de los letrados indios como autores reales.

Estamos ahora ante el resurgimiento del arte literario en estas lenguas. Ante el resurgimiento de un análisis de las culturas indígenas provenientes de los indios mismos. Este despertar de los intelectuales indígenas y de la escritura en sus lenguas es uno de los hechos culturales de mayor relevancia en el México de finales del siglo XX y principios del XXI.

De su vigor dan testimonio centenares de publicaciones en folletos, libros, antologías, revistas y diarios aparecidos desde 1983, varios Encuentros Nacionales de Escritores en Lenguas Indígenas celebrados en Ciudad Victoria, San Cristóbal de Las Casas, Ixmiquilpan y México, el surgimiento de la Asociación de Escritores en Lenguas Indígenas en 1993, la fundación de la Casa del Escritor en Lenguas Indígenas en 1996, las generaciones de más de catorce becarios anuales de literatura en lenguas indígenas del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes desde el año de 1992, el Premio Nezahualcóyotl de Literatura en Lenguas Indígenas desde 1994 y el Premio Continental Canto de América de Literatura en Lenguas Indígenas establecido a partir de 1998. Algunos de los escritores indígenas actuales son profesores normalistas; otros antropólogos o lingüistas; otros más, promotores bilingües que trabajan en oficinas públicas, en centros de investigación, en escuelas rurales o urbanas, o en aldeas y comunidades.

La aparición simultánea, aunque no coordinada en sus inicios, de estos escritores en prácticamente todos los rumbos del país fue resultado de la evolución de las organizaciones indígenas mismas y de las acciones educativas, provocada en México por las diferentes y a veces contradictorias políticas del lenguaje. A lo largo de quinientos años otros investigadores nacionales o extranjeros han dicho qué son, qué piensan, cómo se comportan, en qué creen los grupos indígenas.

Con estos escritores tenemos la posibilidad, por vez primera, de acercarnos, a través de sus propios protagonistas, al rostro natural e íntimo, al profundo rostro de un México que aún desconocemos. Muchos de estos escritores, laborando como técnicos bilingües en dependencias gubernamentales regionales o nacionales han participado, impulsado o enfrentado programas de educación y cultura. Desde 1990 algunas dependencias decidieron apoyarlos, pero el surgimiento específico de ellos no fue el resultado de políticas de gobierno, sino de personas o proyectos independientes.

El desarrollo del escritor indígena es más laborioso y dilatado que el de los escritores mexicanos que escriben en español. No es sólo una vocación individual, sino un proyecto de consecuencias colectivas, pues concurren muchos aspectos de orden educativo y social y una evaluación sobre el alfabeto a utilizar. Podemos decir que estos escritores son muestra de un doble proceso: uno nacional, étnico; otro personal, de compromiso con su historia de sangre y opresión, con su cultura, con sus lenguas indígenas que describen con mayor frescura y naturalidad nuestro territorio. Muchas lenguas han logrado sobrevivir y mantener aún el patrimonio religioso de sus pueblos.

Entre otras cosas, ese patrimonio tiene como sustrato un pensamiento que el hombre occidental no entiende ya, pero que poseyeron los griegos y romanos de la antigüedad: que el planeta no es algo inerte, inanimado, sino un ser viviente.


Roca de Nyi, en el río Piraparaná, 1943
Niños makuna en el río Piraparaná, 1952


 

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