Usted está aquí: domingo 27 de febrero de 2005 Sociedad y Justicia La grieta en el muro

MAR DE HISTORIAS

La grieta en el muro

Cristina Pacheco

Se acerca la temporada de lluvias. Preferí adelantarme y llamar a Tadeo para que otra vez resanara la grieta que en diciembre apareció en una de las paredes de mi sala. No temo que vayan a reblandecerse con la humedad, porque son muy gruesas; sin embargo, de todas formas decidí hacer la reparación.

La grieta no es profunda -a lo mejor ni la ve quien entre en mi periquera- pero me incomoda. La cubrí con el calendario que me regalaron en la miscelánea Four Seasons, pero no ha bastado para que deje de pensar que la fisura está allí, y si me asomo veré otra vez la escena de mi sueño: una muchacha desnuda, llorando inclinada sobre un espejo, mientras una mujer mayor le habla con expresión violenta.

Ayer, cuando salí a buscar a Tadeo, encontré a Deyanira lavando las ventanas de su departamento. El 900 está muy cerca de mi periquera. Hay noches en que no me deja dormir el olor de las pajitas aromáticas que mi vecina quema para honrar a la Santa Muerte.

Hace años, cuando se supo que Deyanira practicaba ese culto, muchos vecinos le retiraron el saludo. Ahora es distinto: todo anda tan mal que algunos le hacen preguntas sobre sus creencias y hasta le piden permiso para rezar ante el altarcito donde venera a la Santa Muerte.

Aunque no he llegado a tanto, me gusta que Deyanira me invite a visitarla para que nos tomemos un café o una de esas tizanas con hierbas medicinales.

Ayer, como la saludé nada más de carrerita, Deyanira me hizo una broma:
¡Válgame! Si hasta parece que va a recibir una herencia.

Le respondí:

¡Qué más diera! Siento desilusionarla: voy por Tadeo para que resane la grieta que apareció en mi sala.

Deyanira dejó de limpiar, se bajó del banquito donde estaba trepada y salió a la puerta: Oiga, ¿no la mandó tapar en diciembre? Me extraña que después de tan poquito tiempo haya reaparecido. ¿A usted no?

Sólo encontré una explicación: Tadeo, como tantos otros albañiles del barrio, a propósito había hecho mal el resane para asegurarse de que yo volvería a pagarle por rehacer el trabajo. Lamenté que Tadeo me hubiera fallado:

Lástima, porque yo le tenía mucha confianza. Jamás le regatié ni le pedí que me hiciera un presupuesto o me entregara las notas del material que iba comprando. Nunca me pesó pagarle los dinerales que cobra. Ahora voy a ponerme lista y a pedirle garantía de que el trabajo durará siquiera un año.

Por la forma en que Deyanira desvió la mirada creí que no le daba importancia a lo que acababa de decirle. Su aparente indiferencia me irritó:

Usted es de las que piensan que, por ser administradora del edificio, la dueña paga mis composturas. ¡No me da ni un centavo! Es más, ha habido ocasiones en que yo he pagado de mi bolsa los arreglos que hacen algunos vecinos. Pero qué otra cosa puedo hacer si veo que la instalación eléctrica del 204 chisporrotea. Amalita tiene los tanques de gas en la cocina. Si por desgracia hubiera una explosión, ¿quién saldría responsable? Pues yo. ¿O cree que exagero?

Deyanira tiene una mirada muy fuerte. Sentí algo raro cuando se quedó viéndome y me preguntó: ¿Cómo es la grieta: derecha o sesgada? Me impacienté: ¡Ay, Deyanira, usted sí que ni la burla perdona! Hay veces que no queda tiempo ni para hacerme de comer, ¿cree que voy a tenerlo para fijarme en esas cosas?

Oímos que El Maras y El Gorila venían subiendo a la azotea. Los perros se alborotaron y Deyanira me tomó del brazo: Mejor pásele a mi departamento.

La seguí. Tuve la corazonada de que iba a decirme algo importante. Quitó los periódicos amontonados en una silla: Siéntese. Voy a la cocina por el café. Si no está bien caliente, hago otro porque usted ya sabe: "café hervido, café perdido".

Cuando me quedé sola y vi el altarcito a la Santa Muerte, mejor me persigné, por si las dudas. Deyanira me descubrió haciéndolo:

La fe viene de adentro, no de afuera. Si no cree en los poderes de la Santa Muerte, no tiene caso... ¿Azúcar?

Me entregó la taza y se acomodó frente a mí, en un banquito:

¿Sabe por qué le pregunté en qué dirección está marcada la grieta? Negué con la cabeza. Puede ser un mensaje. Este edificio es muy antiguo. Se construyó cuando se usaba para que emparedaran tesoros y hasta personas. A lo mejor un alma desdichada está pidiéndole ayuda o alguien que hizo su fortuna de mala manera necesita que usted la encuentre y la reparta entre los necesitados.

Lo que dijo Deyanira me recordó mi sueño y pregunté:

¿Cómo se sabe cuándo se trata de una cosa o de la otra?

Deyanira me sonrió:

Por la orientación de la grieta: si está derecha, es que habla un alma; si está en diagonal, llama el dinero. ¿Cómo está la fisura de su pared?

Debí contestarle en un segundo pero no pude recordar. Me pareció que el muro nunca había existido. No me atreví a decírselo a Deyanira y preferí mentirle:

Creo que va derechita, sí, bien derechita.

Deyanira, que no me quitaba los ojos de encima, se acercó y sentí más fuerte su olor a sándalo: ¿Nada más cree o sabe?

Contesté rápido, como si tuviera miedo de olvidar también las palabras:

Lo sé.

Mi vecina suspiró:

El temor dicta sus palabras.

Me sentí acosada por Deyanira. Tomé el último sorbo de café y me despedí:
La plática está muy buena, pero tengo que irme por Tadeo. Ya más tarde no se le ve ni el polvo. Gracias por el cafecito.

Deyanira me acompañó a la puerta. Iba a media escalera cuando me alcanzó:

Me gustaría ver la grieta. No crea que lo hago para convencerla de algo, sino por mí. Necesito mirarla. ¿Puedo?

No tenía motivos para prohibírselo y sólo se me ocurrió un pretexto:

Me da pena que suba a mi periquera. No tuve tiempo de arreglarla y está todo revuelto. Mejor otro día la invito.

Como si yo le hubiera dicho lo contrario, Deyanira comenzó a subir y no tuve más remedio que seguirla. De mala gana abrí la puerta: Pásele, pero conste que le advertí del desorden.

Deyanira me miró por encima del hombro. Permanecí en la entrada. Como la sala está luego luego, mi vecina enseguida revisó la pared. Le aclaré que la grieta estaba debajo del calendario. Lo descolgó para cerciorarse y enseguida oí su risa:

¡Ay, doñita, qué sustazo me metió! No es grieta, es humedad. Que Tadeo le ponga impermeabilizante. Con eso le quedará bien.

Me acerqué y, contra lo que esperaba, sólo vi una mancha en la pared. No me puse a reflexionar. Era evidente que yo me había equivocado. De nuevo muy tranquila, dejé a Deyanira en su departamento y salí por Tadeo. El pobre cada día está más sordo.

Tuve que explicarle a gritos para qué lo necesitaba. Contestó:

No es tan urgente, voy mañana.

Regresé de prisa a El Avispero para arreglar mi departamento. Al abrir la puerta vi el calendario tirado en el suelo. Cuando iba a colgarlo en su lugar noté la mancha de humedad, sólo que ahora la cruzaba la grieta, más profunda y en diagonal, como siempre.

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.