Usted está aquí: viernes 4 de marzo de 2005 Cultura K.

Roberto Calasso

K.

Ampliar la imagen El escritor checo Franz Kafka (1883-1924)

Recibido en Europa como una obra maestra, el nuevo libro de Roberto Calasso, titulado simplemente K. describe en carne viva uno de los más grandes tesoros literarios de la humanidad: la obra de Franz Kafka, puesta en canal con el bisturí de Calasso, ''como iluminada por su propia luz". Como una primicia, ofrecemos a nuestros lectores los párrafos iniciales de esta aventura fantástica por los senderos de lo kafkiano, con autorización de la editorial Anagrama, que la pondrá en librerías a partir de hoy viernes. También está disponible en la feria de Minería

Al principio hay un puente de madera cubierto de nieve. Nieve espesa. K. levanta la vista hacia el ''aparente vacío de allí en lo alto'', in die scheinbare Leere. Literalmente: ''al aparente vacío''. K. sabe que en aquel vacío hay algo: el castillo. Nunca antes lo ha visto y quizás nunca llegará a poner un pie en él.

Kafka intuyó que sólo se nombraban un número mínimo de los elementos del mundo circundante. Una afilada navaja de Occam se hundía en la materia novelesca. Nombrar lo mínimo y en su pura literalidad. ¿Por qué? Porque el mundo volvía a ser una selva primigenia, demasiado cargada de sonidos ignotos y de apariciones. Todo tenía una potencia enorme. Por eso era necesario limitarse a lo más cercano, circunscribir el área de lo nombrable. En ese círculo fluiría toda la potencia, dispersa de otro modo. En aquello que se nombra -una taberna, una diligencia, una oficina, una habitación- se concentraría una energía inaudita.

Kafka habla de un mundo anterior a toda separación y denominación. No es un mundo sagrado o divino, ni un mundo abandonado por lo sagrado o lo divino. Es un mundo que debe aún reconocerlos, distinguirlos del resto. Hay un enlace único, que es sólo potencia. Están compenetrados el bien en su plenitud, pero también el mal en su plenitud. El objeto acerca del cual escribe Kafka es la masa de la potencia, aún no disociada, separada en sus elementos. Es el cuerpo informe de Vrtra, que contiene el agua, antes de que Indra lo atraviese con el fulgor.

Lo invisible tiene una burlona tendencia a presentarse como lo visible, casi como si se distinguiese de todo el resto sólo por la vía de circunstancias particulares, como cuando se disipa la niebla. Por eso nos vemos inducidos a tratarlo como lo visible; e inmediatamente somos castigados por ello. Pero la ilusión permanece.

El proceso y El castillo son historias en las que se trata de concluir una diligencia: deshacerse de un procedimiento penal, confirmar un nombramiento. El punto en torno al cual gira todo es siempre la elección, el misterio de la elección, su oscuridad impenetrable. En El castillo, K. quiere la elección, y esto complica infinitamente todo acto. En El proceso, Josef K. quiere sustraerse a una elección, y esto complica infinitamente todo acto. Ser elegidos, ser condenados: dos modalidades del mismo procedimiento. La relación de Kafka con el judaísmo, tantas veces indagada, en ocasiones con vano encarnizamiento, es perceptible sobre todo en este punto, que señala la diferencia esencial entre el judaísmo y aquello que lo rodeaba. Mucho más que el monoteísmo o la ley o la moralidad superior. Después de todo, para cada una de estas características se pueden encontrar antecedentes o contrafiguras egipcias, mesopotámicas, griegas. Mientras que la insistencia sobre la elección es sin duda única y fundada sobre una teología de lo único.

El tribunal tiene el poder de castigar. El Castillo, el de elegir. Los dos poderes son peligrosamente parecidos, incluso coincidentes por momentos. Nadie más que Kafka, por activismo o por vocación, tenía antenas como para percibirlo. Para ningún otro fueron tan familiares esa adyacencia y esa superposición. Pero no se trataba solamente de una herencia judía. Era cosa de todos y de siempre.

El proceso y El castillo parten de un presupuesto idéntico: que la elección y la condena casi no se distinguen. Este casi es el motivo por el que las novelas son dos y no sólo una. El elegido y el condenado son los escogidos, aquellos que son separados de entre la multitud, de entre todos. Este aislamiento es el origen de la angustia que los constriñe, cualquiera que sea su suerte.

La diferencia principal radica en esto: la condena es siempre cierta, la elección siempre incierta. Unos desconocidos se presentan en la habitación de Josef K., devoran su desayuno y le notifican que se ha abierto un procedimiento penal en su contra. El procedimiento es, ya en sí mismo, una condena. Nada puede ser más ineluctable que aquella irrupción delante de testigos. En cambio una duda subsiste en K.: ¿le ha llegado alguna vez el nombramiento de los agrimensores? ¿Fue llamado K. o sólo quiso ser llamado? ¿Es el legítimo titular de un encargo, por modesto que sea, o es un fanfarrón que se hace pasar por algo que en realidad no es? K. se muestra escurridizo acerca de este punto, a pesar de su habilidad y tenacidad en el análisis. No queda del todo claro lo que sucedió antes del ''largo, difícil viaje'' que lo condujo hacia el castillo. ¿Recibió una convocatoria, o bien emprendió el viaje precisamente para obtenerla? No hay modo de saberlo con certeza. En cambio, existen muchas maneras de agravar y exasperar la incertidumbre.

Así habla el alcalde de la aldea a K.: ''Usted, según dice, ha sido contratado como agrimensor, pero por desgracia no necesitamos ningún agrimensor''. La crueldad no está en la conclusión de la frase, sino en ese hiriente ''según dice''. Las autoridades del castillo nunca admitirán otra cosa, dejando abierta hasta el final la posibilidad de que la convicción de K. no sea más que un delirio o sencillamente una impostura.

Sólo una cosa sabemos con seguridad, como agrega el alcalde, que de todas formas precisa que él no es ''suficientemente funcionario'', y por eso no está a la altura de tales cuestiones, porque ''soy campesino y lo seguiré siendo''. Esta es la cuestión: un lejano día emanó un decreto que ordenaba nombrar un agrimensor. Pero aquel remoto decreto, que el alcalde habría olvidado sin más si la enfermedad no le hubiese ofrecido la ocasión de ''reflexionar sobre las cosas más nimias'', no podía de ninguna manera atañer a la persona de K. Como todos los decretos, flotaba por encima de cosas y de personas, sin indicar a quién ni cuándo sería aplicado. Desde entonces aquel decreto yace entre los papeles apilados en el armario de la habitación del alcalde. Sepultado en aquel lugar íntimo e inapropiado, no ha perdido sin embargo su energía irradiante.

Pero el tormento de la incertidumbre no termina nunca. Por una parte el alcalde sigue hablando con K., dando por sentado que K. no carece de razones para interrogarlo. Por otra parte nunca llega a reconocer la legitimidad de las pretensiones de K., y sabemos que por lo menos desde Hegel lo único esencial para el animal humano es el reconocimiento. Así continúa el alcalde: ''También su contratación fue bien meditada (...) y sólo circunstancias accesorias confunden las cosas". La contratación de K. fue seguramente objeto de reflexión por parte de la autoridad. Pero, ¿cuál fue la conclusión? ¿Fue realmente convocado K.? El alcalde se guarda muy bien de aclarar este punto.

Un grado ulterior del tormento se muestra cuando el alcalde -al reconstruir la compleja peripecia del decreto para nombrar un agrimensor y la falta de respuesta que éste había recibido por parte de la aldea a través del propio alcalde (falta de respuesta testimoniada, según esa misma reconstrucción, por un ''sobre vacío" escondido en alguna parte)- deja entender que a veces, precisamente ''cuando una circunstancia ha sido considerada largo tiempo", puede llegar a suceder que ésta se resuelva de modo ''fulminante", ''como si el aparato de la autoridad no tolerase por más tiempo la tensión", la dilatada exacerbación de la cuestión irresuelta, y por eso procediera a liquidarla adoptando una decisión ''sin la ayuda de los funcionarios". Subiste por tanto tal posibilidad, y el propio alcalde lo admite. Pero, ¿es ésta la situación en el caso de K.? En este punto, una vez más, el alcalde se niega a conceder garantías: ''Ignoro si una decisión tal ha sido adoptada en su caso; hay elementos a favor y otros en contra".

 
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