Usted está aquí: domingo 13 de marzo de 2005 Opinión MAR DE HISTORIAS

MAR DE HISTORIAS

Cristina Pacheco

La espada y la pared en el vacío

Anoche Sixto me propuso que fuéramos a Beba's. Acepté porque desde que llegó quiero que me cuente cómo le fue en Oklahoma y qué planes tiene. Cuando entramos en la fonda vi a Carmela y a Fabián en la mesa del rincón. Sólo ella hablaba, pero él no parecía escucharla. Sixto también se dio cuenta.

Se me hace que aquellos traen bronca.

Le pregunté de dónde sacaba eso.

Se nota que Carmela está a punto de llorar. Además, el domingo que Fabián y yo fuimos a tomarnos una cervezas, me dijo que un carnal suyo pensaba irse a Estados Unidos y le urgía conectarse con algún pollero. No sé por qué, pero me latió que él era el interesado. ¿A usted no le ha dicho nada?

Me pareció inútil entrar en detalles:

No, ni quiero. ¡Allá él! Ya está grandecito para tomar sus decisiones. Mejor platícame cómo te fue. Dicen que por allá es muy bonito.

Sixto movió la cabeza:

¡Precioso!... pero para los ricos, igual que aquí. Un turista que se pasee por las Lomas o por San Angel dirá: "¡Qué a todo dar! ¡Qué bonitas mansiones, qué chulos jardines!" No piensa que junto a eso hay miles de personas amontonadas en cuartos destartalados, que trabajan como perro a cambio de tres centavos y se la pasan viendo en la tele anuncios de lo que nunca tendrán.

Lo que Sixto decía es cierto, por eso tanta gente quiere irse a Estados Unidos, aunque sepa los peligros que corre y los sufrimientos a los que se enfrentará. Me dio gusto que a él no le hubiera pasado nada y le aconsejé que fuera a Santa Brígida para darle las gracias al Cristo de las Maravillas. Me dijo que el día de su llegada, antes de ir a El Avispero, se había detenido en la iglesia. Lo felicité:

Me da gusto que no hayas abandonado tu religión. Muchos que se van a Estados Unidos la olvidan o la cambian. Es lógico: allá no hay iglesias católicas. Eso fue lo que me platicó un primo de Aladino que estuvo trabajando en un pueblito cerca de Canadá. ¿Es cierto?

Sixto me contestó que lo ignoraba porque jamás había tenido tiempo para buscar un templo, y se lo reproché:

Pero te aseguro que sí lo tuviste para largarte al cine o para meterte en las casas de las huilas.

No debí haberlo dicho. A Sixto se le llenaron los ojos de lágrimas:

Si no sabe no opine. Usted habla como los turistas que por ver Reforma desde el turibús piensan que todo el mundo es millonario aquí. Si le contara...

Le pregunté si estaba arrepentido de haberse ido. Se esforzó por contestarme, pero las palabras no le salían de la boca y nada más negó con la cabeza. Aunque comprendí que el muchacho necesitaba desahogarse, me quedé callada, esperando que hablara. Sujetó el tenedor y se puso a rayar el mantel para no verme:

Desde el principio todo fue muy grueso. No se imagina todo lo que me sucedió durante el larguísimo viaje. Nomás le digo una cosa: cuando sentía que iba a rajarme, recordaba una mansión muy bonita que vi en una revista y decía: "Aguántate, aguántate. Piensa que muy pronto vivirás en una casa igualita a esa". Jamás imaginé que acabaría metido en un galerón con otros cuarenta tipos. ¡Peor que en la cárcel! Aquí los presos siquiera tienen su baño en cada celda: allá había uno solo para todos. Y luego la inseguridad. La noche en que llegué, un paisano de San Felipe del Progreso me aconsejó que usara mi ropa como almohada para que no me la robaran.

Sixto sonrió y se quedó callado. Le pregunté qué pensaba:

En el amigo de San Felipe. Se llama Ladislao pero le dicen El Mocho porque le falta un dedo de la mano izquierda. Estaba muy agradecido con Dios porque tan siquiera no se le había chingado la derecha. Por miedo de que lo deportaran, en vez de ir al hospital se había cu-rado sólo con orines y tierra.

Pensando en que yo también podría accidentarme, quise preguntarle si los orines eran buenos para las heridas graves. Me quedé con las ganas porque nun-ca tuve tiempo de hablar con El Mocho ni con nadie. A las cuatro de la madrugada nos levantábamos para estar listos a las cinco. A las seis comenzábamos a trabajar en el campo. Volvíamos al galerón a las siete, ocho de la noche, sin fuerzas más que para tirarnos en el catre.

Los primeros días el cansancio era tan cabrón que no me dejaba dormir. En medio de la oscuridad me sentía perdido, como flotando en el vacío. Una vez no pude controlar mi desesperación y me puse a gritar. Creí que nadie me había oído, pero en la mañana, cuando subimos a la troca, El Mocho me dio un consejo: "Cuando te pongas así, piensa en tu casa o en una vieja que te haya gustado mucho. Así solito te descargas y ya con eso te duermes". Le hice caso a medias: despierto podía soñar, en El Avispero, en lo otro no. Con decirle que llegué a creer que el pirulí se me había caído en el excusado.

No aguanté la risa. Fabián me oyó y dijo que pasáramos a su mesa para que nos divirtiéramos todos. No le hicimos caso. Iba a preguntarle a Sixto cuánto le pagaban por día, pero se me adelantó:

Doñita: ¿usted cómo se imagina el infierno?

Hacía mucho que no pensaba en eso, así que me tardé en contestarle:

Antes, como una caverna llena de fuego, pero ya no lo veo igual. En unos ejercicios espirituales el padre Castorena me dijo que el infierno no es precisamente un lugar, sino la ausencia de Dios y de esperanza.

Sixto inclinó la cabeza:

Entonces yo viví en el infierno. Usted no se imagina lo que es levantarse por la mañana y sentirse muerto, como abandonado de uno mismo, ¿entiende lo que le digo? Es tan horrible que pensé en matarme. Algunos lo han hecho, pero nadie lo dice. Un compañero nuestro se colgó de un árbol. No llevaba papeles, jamás dijo de dónde era ni si tenía familia. Lo enterramos y ya. Después nadie volvió a hablar de él. Ese silencio es otro infierno, ¿no le parece?

No supe qué decir, sólo pensaba en la familia del suicida: Abuelos, padres, tal vez una mujer esperando noticias y contando a sus hijos cómo sería la vida cuando su padre volviera. Tuve una sospecha:

¿Regresaste a causa de ese hombre?

Sixto volvió a tomar el tenedor y dibujó otra vez líneas sobre el mantel:

En parte sí. Me dio miedo acabar metido en un hoyo sin que jamás se supiera de mí. Me miró a los ojos: Aunque usted y yo sabemos que si eso hubiera ocurrido nadie me habría extrañado, ni siquiera Rambo y Killer. Por primera vez en todo el tiempo que llevaba de conocer a Sixto me atreví a preguntarle:

¿Deveras no conociste a tu familia? Noté que apretaba los labios, como si quisiera contener el vómito. ¿Te digo una cosa y no me la tomas a mal? Yo te extrañaría. Todos estos años pensé mu-cho en ti. Soy desvelada. A veces, de buenas a primeras, te imaginaba muy contento, manejando un coche grande, rojo.

Sixto soltó una carcajada falsa:

Y de seguro con una güerota chichona junto a mí.

Dije la verdad:

No: solo. Pero ya no hablemos de eso. Mejor cuéntame qué planes tienes. El primo de Aladino puso un estanquillo con lo que se trajo de allá. ¿No te gustaría algo así?

Por la forma en que Sixto me miró adiviné lo que iba a contestarme:
Pienso buscar la forma de volver a Estados Unidos. Puede que no a Oklahoma sino a otro estado.

Su necedad me indignó:

Pero si acabas de decirme que aquello es un infierno... ¿Por qué quieres irte?

Sixto dijo que no sabía y ordenó la cena. Cuando nos despedimos le imploré que pensara muy bien lo que iba a hacer. Cosa rara, dormí. En sueños vi a Sixto perderse entre nubes de polvo.

 
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