Usted está aquí: martes 22 de marzo de 2005 Opinión Pasado, marzo y futuro

Marco Rascón

Pasado, marzo y futuro

El PRD no toca fondo porque el país cae rápido y más profundo. Con la misma falta de ética de siempre y la hipocresía habitual, las bandas gangsteriles y sus jefes recordaron la figura de Samuel del Villar mientras repetían una y otra vez las violaciones estatutarias, electorales y políticas de 1999 y 2002 que describiera en su informe la Comisión para la Legalidad y la Transparencia que presidió Samuel.

Está comprobado: en el PRD hay fraude, aunque haya candidato único. ¿Puede ese partido, por ética y competencia, dirigir los destinos del país? ¿Qué le espera a México con un partido que se maneja con las leyes de la prepotencia, el sectarismo, la intolerancia y en una lucha demencial por los puestos y el acceso a las prerrogativas? El fantasma de la usurpación salinista se apoderó del PRD, como bien señaló la Comisión para la Legalidad y la Transparencia.

El domingo pasado se realizaron las elecciones programadas en medio del gran puente vacacional para que los operadores de los grupos trabajaran más fácilmente: para desinflar e inhibir la participación y dar a la estrategia clientelar mayor peso con votos logrados con acarreos, despensas y uso de listados de programas sociales no sólo del Distrito Federal, sino del gobierno federal. Ya desde un día antes las elecciones se suspendieron en Tabasco y Oaxaca a garrotazos debido a la "democrática" lucha entre grupos por la papelería electoral. Hay un balance que no será reconocido y será manipulado, igual que en 2002: no se instalaron casillas y hubo irregularidades en más de 20 por ciento, luego entonces la elección debería anularse. Pero dado que en el PRD hay fraude cada vez que hay elección interna, ¿para qué otra elección?, si con este nuevo fraude la legitimación de Leonel Cota Montaño ya es bastante.

Si en 1998 se impusieron al PRD candidatos a las gubernaturas provenientes del basurero priísta, hoy esa misma corriente del zedillismo más mediocre tendrá no sólo candidaturas, como en Nayarit, sino que ya tiene el control del partido. ¿Con esos dirigentes el PRD ganará frente a la maquinaria priísta y la mercadotecnia panista? ¿Qué significa para la izquierda que estos personajes digan representarla con toda su cauda histórica? ¿Es un camino de avance o va hacia la extinción y la liquidación, como advirtieron Samuel del Villar y José Barberán en las elecciones de 1999 y trataron de conjurarlo mediante la aplicación simple de la legalidad interna?

En el fraudulento octavo congreso, porque se llevó a cabo sin elegir delegados como marcaba el estatuto, se dijo que tenía su razón de ser para emprender "la gran reforma" que exigía el partido; sin embargo, no sólo no se tocó ni un ápice la elección de planillas, sino que continuaron ellas controlando y apoderándose del derecho a votar y ser votados los miembros del PRD. Las planillas (estructura de las tribus y corrientes) no sufrieron ninguna modificación e hicieron turbias las elecciones de 1999 y 2002, turbiedad que volverá a repetirse, pues la lucha por los recursos es irresistible para las bandas nacionales y locales.

En la elección de 2006 ya se verá a estos mismos grupos luchando por las candidaturas plurinominales, es decir, las de representación proporcional, y ahí se verá de qué tamaño es su disposición o cálculo por ser "mayoría". En estas luchas se puede apreciar cómo se dice que van a ganar mientras los mismos actores luchan por las diputaciones seguras de minoría o de representación del partido. Leonel Cota Montaño, Martí Batres y las listas futuras a candidatos delegacionales, diputados locales y federales, así como a jefe de Gobierno, serán palomeadas por los que ahora han sido impuestos. Es la obra de partido autoritaria de Andrés Manuel López Obrador, quien no sólo conducirá al gran fracaso electoral, sino deja, como ha hecho, una herencia de intereses confusos, luchas internas y gran corrupción durante su mandato al frente del PRD.

En las manos del PRI, que no del PRD, está la decisión para desinflar "la lucha contra el desafuero y la resistencia civil", así como de convertir a López Obrador en un candidato más y dejarlo en los próximos meses con la carga de sus errores y excesos administrativos en el Gobierno del Distrito Federal. Si a ello se aúna un partido que emerge de un Leonel permisivo a un Leonel impositivo, la debacle del PRD es segura.

Hay quienes insisten en que el camino es la insurrección y hasta dictan medidas extremas. ¿Esto habla de una estrategia para sumar y ganar las elecciones de 2006? Según esta perspectiva, la lucha contra el desafuero no se convierte en una lucha positiva por la restitución de derechos políticos de un mexicano, sino que va en la idea de restar y llevar a la izquierda a los límites electorales anteriores a 1988.

Para quienes fundaron el PRD -y ahora lo vemos desde lejos, en sus prácticas, acciones y discursos- no queda sino reforzar la convicción de que la ética no requiere partido y que la necesidad de consolidar una opción alternativa exige un ejercicio de memoria para ver hacia el futuro.

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