Usted está aquí: jueves 24 de marzo de 2005 Opinión Pensar el teatro

Olga Harmony

Pensar el teatro

Como bien asienta Luis Mario Moncada, el teatro se ha vuelto algo marginal en la vida contemporánea de nuestro país. Para muchos el fenómeno teatral es sinónimo de entretenimiento, privándolo de su rango de arte, muy alejado de la vida cultural. Quizás por ello los teatristas cada vez más se empeñan en reflexionar acerca de él en muchas mesas redondas que son un reflejo de la crisis en que está inmerso. La Academia Mexicana de Arte Teatral (AMATAC) ha promovido algunas de ellas, la última acerca del actor -para acentuar que actores y actrices son creadores, estatus que injustamente se les niega- y la revista Paso de gato llevó a cabo varias para celebrar su exitoso, aunque pleno de las dificultades inherentes a este tipo de publicaciones especializadas, tercer año de vida.

De las muchas aristas teatrales, el Centro Cultural Helénico con Luis Mario Moncada a la cabeza y el teatro de la Capilla que es felizmente regenteado por Boris Schoemann han escogido la dramaturgia e implementado semanas en que autores mexicanos y extranjeros reflexionan acerca de su quehacer, se presentan lecturas dramatizadas y, a partir del año pasado, se publica un libro teórico -esto en edición de Anónimo drama, la excelente idea de Carlos Nóhpal- y un concurso de dramaturgia express. Las actividades de esta cuarta edición fueron muy nutridas, porque además se rifaron boletos para asistir a algunos espectáculos teatrales y se presentaron escenas de textos escritos en el taller que dirige Ximena Escalante; Schoemann anunció que la mejor obra ya terminada del taller sería escenificada por su grupo Los endebles, lo que a mi manera de ver introduce un elemento competitivo que puede desvirtuar la idea de tallerismo.

La primera mesa redonda, Manifiestos y vanguardia, ¿hacia dónde? con la presencia del estudioso español José Luis García Barriento y el dramaturgo Edgar Chías, fue una reflexión acerca del estado actual del teatro, amén de la presentación central del libro El drama ausente, otros paradigmas, recopilación de textos teóricos esenciales de diversos autores hecha por Luis Mario Moncada y el mismo Chías, quienes además de sus tareas de dramaturgos demuestran ser muy conocedores de las diversas teorías teatrales. La segunda mesa giró alrededor de la dramaturgia germana, con la participación de David Hevia -quien hizo un conceptuoso recuento de las formas de producción y el aliento al teatro en Alemania, en contraste con lo que expresaron el dramaturgo argentino Matías Feldaman y el colombiano Fabio Rubiano (y con lo que podría decir cualquier mexicano). La tercera fue dedicado a los dramaturgos de la provincia mexicana, y en ella participaron Coral Aguirre de Nuevo León, Martín Zapata de Veracruz y Daniel Serrano de Baja California.

Las lecturas dramatizadas pueden dar pie a una reflexión acerca de este género que se está extendiendo entre nosotros y a las que confieso no ser particularmente afecta salvo para conocer textos extranjeros, porque prefiero el fenómeno teatral completo, pero entiendo que se hacen para apoyar a los dramaturgos en vista a una posible y pronta escenificación. El texto es, entonces, lo importante. Me referiré al contraste de tres lecturas de obras de dramaturgos no mexicanos que de otra manera no podríamos conocer. Bajo el hielo del alemán Falk Ritcher -que por enfermedad no pudo estar en México- dirigida por Antonio Castro, con la participación de Rodrigo Murray, Rodrigo Vázquez, Emilio Guerrero y Jean Paul Lander nos permitió penetrar la metáfora del autor para entender un alegato contra la competición desaforada en un mundo en el que los objetos son los únicos merecedores de felicidad. Visión ardiente de la canadiense Marie Clements, dirigida por Iona Weissberg con una pléyade de actores (Anilú Pardo, Angelina Peláez, Jorge Zárate, Natalia Traven, Gerardo Trejoluna, Ricardo Esquerra, Gabriela Murray, Angel Enciso, José Luis Saldaña y Luis Lesher) también puso la intencionalidad en este difícil texto que resultó muy claro en sus juegos de tiempos y lugares. En cambio, el director Salomón Reyes introdujo excesivos elementos distractores de tal modo que el texto de Schultzundbielerundsteger del argentino Matías Feldman perdiera su eficacia e incluso la tesis central se borrara: no es justo revivir, y menos en lecturas dramatizadas, al director-dictador por encima de la propuesta dramatúrgica.

 
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