Usted está aquí: miércoles 30 de marzo de 2005 Opinión La tentación

Carlos Bonfil

La tentación

¿Por qué hace 30 años la película de Martin Scorsese Alice doesn't live here anymore podía estrenarse en México con un título que era traducción exacta del original, y hoy una cinta de John Curran, We don't live here anymore, tiene que quedar reducida al título La tentación, grosero anzuelo para la taquilla? Algunos títulos impuestos -meras suposiciones de lo que hará atractiva una cinta de cuyo atractivo real parecieran desconfiar sus propios distribuidores- tienen un efecto contraproducente: confunden al público y le hacen esperar, o temer, una mala cinta erótica o un filme de acción, justo donde hay una propuesta más interesante y provocadora. Esto tiene el efecto de desalentar de entrada al público específico al que probablemente iba dirigida la cinta. Los ejemplos abundan y, sin embargo, cada semana persiste esta terca voluntad de menospreciar el criterio del espectador.

La tentación es una cinta estadunidense de corte independiente, no tanto por su modo de producción, sino por la manera poco convencional en que presenta su tema, la frustración sentimental propiciada por un adulterio consentido. El reparto de la cinta es atractivo, un poco a la manera de Closer (Llevados por el deseo), de Mike Nichols, dos actores y dos actrices interpretan con solvencia a dos parejas que viven una crisis conyugal sin salida aparente, sin desenlace feliz, de frente a responsabilidades difíciles de asumir y sobrellevar. Los dos protagonistas masculinos, Jack Linden (Mark Ruffalo) y Hank Evans (Peter Krause) son amigos inseparables; lo mismo sus parejas, Terry Linden (Laura Dern) y Edith Evans (Naomi Watts). Cuando Edith se siente irresistiblemente atraída por el semental Jack, y sucumbe al deseo, haciendo el amor con él en cualquier sitio, a manera de tributo a su inagotable fuerza viril, esto marca un contraste profundo (tal vez demasiado obvio) con la personalidad de su marido, Hank, escritor sin éxito, continuamente rechazado por sus editores, interesado casi exclusivamente en su propia suerte. Entre Hank y Terry surge una atracción erótica, marcada menos por el deseo que por la necesidad de encontrar consuelo mutuo en esta historia de adulterio, en la que la lealtad entre amigos es asunto menor dado el consentimiento tácito de los participantes.

A partir de dos relatos del escritor André Dubus (We don't live here anymore y Adultery), el guionista Larry Gross propone una reflexión desencantada sobre la incomunicación en el matrimonio y la brusca manifestación del deseo extra conyugal. Cada personaje queda bien delineado -el carácter explosivo de Terry; la contención dramática y seducción gélida de Edith; la despreocupación calculada y cínica de Hank, los nerviosos arrebatos pasionales de Jack. El realizador maneja por un buen tiempo una narración en montaje paralelo, con efectos interesantes cuando a la contraposición de las parejas adúlteras se añaden referencias visuales a épocas anteriores de cortejo amoroso. El dilema se da continuamente entre la irracionalidad del deseo y la necesidad, un tanto estéril, de disimular el engaño frente a personas muy conscientes del mismo, aunque demasiado educadas como para evidenciarlo. El espectador hace las veces de un voyeur privilegiado, enterado siempre de los pormenores del adulterio doble, atento solamente al momento en que la farsa puede quedar al descubierto.

En esta continua expectativa transcurre la trama de La tentación, animada por una banda sonora muy efectiva y sostenida por buenas actuaciones, particularmente las de Laura Dern y Naomi Watts. Hay en todo momento, incluso en aquellas escenas de fuerte carga melodramática, una preocupación de orden ético en la azarosa conciliación de la lealtad entre amigos y el respeto al placer ajeno presentado como una estrategia para preservar la libertad propia. Incluso en el adulterio hay una moral que respetar, afirma sin mucha convicción un protagonista.

 
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