Usted está aquí: viernes 1 de abril de 2005 Opinión México: lugar donde empieza la patria de Bolívar

Jaime Martínez Veloz

México: lugar donde empieza la patria de Bolívar

Estados Unidos es el país más poderoso del mundo y México es una nación con la mitad de su población subsistiendo en la miseria y con instituciones incapaces de remediar la injusticia estructural que nos ha acompañado desde la época colonial. En consecuencia, y por principio de sentido común, las relaciones entre ambos países son asimétricas. Esta caracterización marca necesariamente todos los ámbitos de las relaciones que nos vinculan como países. Por lo menos en las vertientes económica, política y militar, las diferencias son abismales y pueden cuantificarse. Nuestra frontera física común es de más de 3 mil kilómetros, una de las más grandes del mundo.

Desde la segunda mitad del siglo XX, la migración de mano de obra mexicana a Estados Unidos habría de constituirse en un factor permanente en la agenda bilateral de nuestros países. En esos años, los flujos migratorios pudieron regularse e incluso adquirir rasgos de institucionalidad entre ambos países, circunstancias absolutamente ausentes e impensables en la actualidad.

Los cálculos actuales ubican en unos 22 millones a la población mexicana y de ascendencia mexicana que reside en Estados Unidos. De esos 22 millones, unos 8 millones nacieron en México, y de esa cifra, una tercera parte carece de documentación para residir sin problemas en territorio estadunidense. Se calcula, asimismo, que año con año unos 300 mil mexicanos se incorporan a Estados Unidos para residir y trabajar ahí. Incuestionablemente, la minoría mexicana constituye el segmento más importante de extranjeros residiendo en ese país.

Es indiscutible que la creciente demanda estadunidense de estupefacientes ha alentado la producción mundial de droga, adoptando nuestro país el papel de corredor de las rutas principales del narcotráfico. En mayor o menor grado, México padece las siniestras consecuencias de servir de trampolín al inmenso mercado voraz de las drogas en la sociedad estadunidense.

El enorme poder corruptor del narcotráfico ha dificultado el combate a este flagelo. Cada año se supone que procedente de México se envía a Estados Unidos droga equivalente a 30 mil millones de dólares. De esa manera el narcotráfico se constituye como la primera actividad ilegal generadora de divisas para nuestro país, muy por encima de los ingresos petroleros o por remesas de braceros.

La dependencia económica para con los estadunidenses bien podría ser equilibrada o balanceada mediante la búsqueda de la diversidad comercial, en la dinámica de la vertiginosa firma de acuerdos comerciales con infinidad de países. México es una de las naciones que en el mundo tiene firmados mayor número de acuerdos comerciales. ¿Por qué no aprovechar ese impulso para estrechar nexos y relaciones en otras regiones del mundo?

Pero principalmente, ¿por qué no buscar más contactos y estrechar vínculos políticos, sociales y culturales con la región geográfica con la que más identificación se supone que deberíamos tener, es decir, América Latina?

El gobierno y la sociedad mexicana hemos dado la espalda a la región con la cual tenemos mayores vínculos culturales y con la cual compartimos una historia. Hemos pecado de soberbia, y desde los tiempos previos al TLCAN quisimos negarnos a ver la realidad pretendiendo integrarnos al bloque norteamericano del continente, con el cual los vínculos sociales son menores si descontamos el fenómeno migratorio.

México tiene una responsabilidad mayor en el ámbito de América Latina, y nos hemos querido desentender de esa realidad y de esa identidad que nos marca. Son mayores los nexos con América del Sur que con América del Norte. No hemos querido ver esa realidad y nos hemos olvidado de una región que tiene interés vital para nosotros. ¿Cómo hemos llegado a esos extremos? Quizá parte de la explicación tenga razones culturales y se deba buscarla en la caracterización que nos acompaña a los mexicanos desde antes de constituirnos en nación independiente. Los mexicanos nos cubrimos la faz, el rostro, con una máscara, con un velo que oculte nuestra pasión y nuestros profundos sentimientos. Somos apasionados, somos volubles, pero nos resistimos a que se nos cuestione en el alma, conflictuada, emocional pero profundamente generosa. Esa generosidad inmensa es a la que deberíamos echar mano en momentos críticos en los que nos toca enfrentarnos a nosotros mismos para ver la profundidad de nuestra alma y definir nuestra verdadera identidad, identidad que nos acompaña ineludiblemente en la definición de nuestras relaciones con Estados Unidos y un verdadero acercamiento con América Latina.

En estos momentos valen las reflexiones de un antiguo embajador mexicano en Washington, Jorge Montaño, quien magistralmente definía nuestra relación de amor y odio con los estadunidenses; él mencionaba que deberíamos tener muy en cuenta que con Estados Unidos seremos vecinos siempre, socios algunas veces y amigos nunca.

Después de las despectivas declaraciones de la CIA, que ubica a México como su "patio trasero", y de la exhibida por el Presidente mexicano en Waco, donde sólo se trataron los temas de interés del gobierno estadunidense, cabe preguntarse: ¿el gobierno mexicano asistirá a Ginebra arrodillado a votar de nuevo contra Cuba? Ojalá Fox entienda que tiene la última oportunidad de enmendar las pifias de su política exterior y no acompañe la estrategia de Washington de aislar a nuestro hermano, el pueblo de Cuba. Si no lo entiende, deberá saber que la Presidencia le durará menos de dos años, pero la vergüenza y el escarnio del que será objeto le durará toda la vida.

 
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