Feminista, comunista y poetisa

Libérrima y salvaje, Aurora Reyes, primera muralista mexicana

* Ejerció a cabalidad su libertad de alma y de cuerpo

* Se labró un sitio en el México posrevolucionario que no incluía a las mujeres


“Aurora Reyes, Sangre mía, corazón florido…”
Alfonso Reyes

Araceli Zúñiga


Pintora y poetisa, apasionada y admiradora de la revolución cubana, amiga de Frida, sobrina de Don Alfonso, lideresa del grupo feminista Las Pavorosas (1) (feministas mexicanas a quienes la historia oficial ha olvidado ferozmente, pero que nosotras, como parte de nuestra memoria colectiva, de nuestros pulmones, de nuestras arterias y de nuestro plexo lunar, estamos recuperando, tal vez no el primero pero sí uno de los que más incidieron en el arte y la cultura de nuestra sociedad de Tlatoanis/Reyes/Sacerdotes). Cercana a poetas estridentistas (¡Viva el mole de guajolote! y ¡Apagaremos el sol a sombrerazos! -saludos don Germán List, dondequiera que se encuentre en ese Café de Nadie, adonde llegaré a besarlo nuevamente-). A Aurora Reyes le correspondió –aurora enrojecida- ser la primera muralista mexicana.

Margarita Aguilar nos recuerda que el primer mural pintado por una mujer en México fue Atentado a las maestras rurales, y no como se le conoce actualmente: Atentado a los maestros rurales, uno de los siete realizados por la chihuahuense Aurora Reyes: ópera prima digna del muralismo realizada por mujeres en México (2). Porque, ya se sabe ¿verdad? que el muralismo mexicano sólo tiene (aparentemente) tres o cuatro nombres testosterónicos: Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros (El Coronelazo)… ¡Ah! y también RufinoTamayo, en la segunda generación de pintores muralistas.

Nació el 9 de septiembre de 1908 en Hidalgo de Parral, Chihuahua, y adoró ese desierto tanto como su propia rebeldía. Hija de León Reyes, se la conoció como La Cachorra no sólo por aquella derivación paterna sino por su bravura y la melena castaña que dejaba libre o anudaba en una trenza arriba de la cabeza (3). Alguna vez le confesó a Patricia Cardona que su infancia “había pasado entre tarántulas, polleras, serpientes y animales propios del desierto, donde descubrió que también ahí había peces transparentes, como cristales”.

Realizó su primer mural en el año de 1936, después de un concurso de oposición convocado por la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR) (2). Esta obra se inscribe en la segunda etapa del muralismo mexicano, auspiciada por el gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940) y marcada definitivamente por condiciones no sólo nacionales -como la reforma agraria, la expropiación petrolera y los conflictos educativos- sino también por un factor internacional amenazante: el fascismo en Europa.

Su abuelo, el general Bernardo Reyes, murió durante el cuartelazo del nueve de febrero de 1913, hecho con el que se inició la llamada Decena Trágica que culminó con el asesinato del presidente Francisco I. Madero y el arribo de Victoriano Huerta al poder. La revuelta mantuvo en riesgo la vida de los parientes cercanos al general Reyes, por lo que la familia de Aurora debió trasladarse a la ciudad de México.

Por estas mismas revolturas de la Revolución vivió, siendo niña, auténtica miseria, salvada sólo por la venta de pan que su madre horneaba en casa y que la niña Aurora vendía en el mercado de La Lagunilla. Esa situación la llevó a militar desde muy joven en el Partido Comunista Mexicano; ahí supo tanto de la confrontación ideológica como de la lucha callejera; fue de las artistas que fundaron la recordada LEAR (4).

A los trece años ingresó a la Escuela Nacional Preparatoria y combinó los cursos de rigor con el placer que le generaban las clases nocturnas en la Academia de San Carlos (3). Sin embargo, al ser expulsada de la prepa a causa de una (verdadera) golpiza que le dio a la prefecta, no tuvo más gozo que dedicar al arte su energía completa.

Con sus maestros Emilio García Cahero y Fernando Leal aprendió dibujo y pintura, mientras se interesaba además en la poesía de López Velarde, García Lorca, Guillén y Neruda. Había entablado gran amistad con Frida Kahlo y compartía con ella el gusto por las groserías y los muchachos.

Acerca de la golpiza: resulta que la prefecta la acusó con su padre de sostener conversaciones ilícitas con Diego Rivera y que su preferencia por los muchachos la convertía en una libertina y jefe de banda de ladrones en potencia. El resultado para la prefecta: lentes rotos, caída en tierra “y de ahí en adelante perdí la cuenta de los puntapiés que le di”…

A los dieciocho años se enamoró de Manuel de la Fuente, quien la embarazó y le prometió matrimonio, aunque ya era casado. Se los encarceló a ambos, a él por bígamo. A ella su padre la sacó del encierro muy pronto (4). Tras la pesadilla, ingresó a la docencia en 1927, vocación que ejercería treinta y siete años como maestra de primaria y con especial énfasis en la enseñanza de las artes plásticas y la orientación pedagógica.

Su creencia en el magisterio quedó plasmada tanto en sus clases como en murales que reivindicaban la lucha de sus colegas. En 1936 realizó Atentado a las maestras rurales, en el Centro Escolar Revolución, y se situó como la primera mexicana que diseñó y realizó por completo un mural.

Aurora defendía con ímpetu esta forma de creación por sus finalidades estéticas y educativas, de la mano de un sesgo realista que desarrolló en la LEAR. Tras esta primera incursión tardaría veinticuatro años en realizar su segundo proyecto muralístico: Presencia del maestro en la historia de México, en el Auditorio 15 de Mayo del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. Luego, en 1979, develó El primer encuentro, mural sobre la historia del barrio de Coyoacán.

Por cierto, la escuela donde se encuentra el mural aún está en servicio, pero el patrimonio artístico por desgracia aparece en franca destrucción: vidrios rotos en los vitrales; pintura salpicada sobre los murales deslavados; mugre, telarañas, descuido, ignorancia, olvido, olvido, olvido.

Trabajó en cuatro murales más entre 1960 y 1972, en el auditorio 15 de Mayo del SNTE (Belisario Domínguez 32, en el Centro Histórico). En una superficie de 326 metros cuadrados se distribuyen: Trayectoria de la cultura en México, Presencia del maestro en los movimientos sociales de México, Los grandes maestros de México y El libro abierto del espacio.

Un sexto mural se encuentra en la antigua Casa de Hernán Cortés, en el Salón de Cabildos de las oficinas actuales de la Delegación Coyoacán. Se llama El primer encuentro, obra que terminó en 1978.

Aurora perteneció a un grupo de mujeres que tuvieron que abrirse paso con esfuerzos inusitados en una época en que la participación femenina era casi nula. Las desventajas sociales a las que se vieron sometidas las obligó a forjarse un carácter aguerrido e insumiso que les acarreó la crítica y el estigma. Consideradas desde otro ángulo, en cambio, fueron mujeres transgresoras que se atrevieron a romper el silencio “amasado en sus rostros”, como lo describió Aurora en su polémico poema “Hombre de México”.

Así sobrepasaron barreras, contradijeron prejuicios y lucharon por alcanzar metas en el México posrevolucionario, que no incluía a las mujeres. La crítica tendrá que volver los ojos hacia las obras de Aurora Reyes, Isabel Villaseñor, Elena Huerta, Electa Arenal, Margarita Torres, Juana García de la Cadena, Rosario Cabrera, Rosa Rolando y algunas muralistas más para completar la visión de una época trascendental para el arte mexicano.

Célebre de la bohemia, La Cachorra fue asidua del Café París al que acudían Juan de la Cabada, Adela Palacios, León Felipe, Concha Michel, Manuel González Serrano y Germán List Arzubide (4). Con todos ellos, el arte y la política eran temas que aderezaba Aurora en las tertulias, junto a una libertad de alma y de cuerpo que ejercía a cabalidad.

En el ensayo “La ontología de la muerte en la poética de Aurora Reyes”, Jorge Solís Arenazas enfatiza que en Aurora Reyes la palabra ha nacido como interrogación. De ahí su doble naturaleza: su poder de creación y sus facultades destructivas. De ahí, igualmente, que toda crítica sea sólo posible a partir del lenguaje.

Como dirigente sindical promovió la creación de las primeras guarderías para los hijos de las trabajadoras del magisterio; defendió, al frente de un grupo de madres de familia, el Centro Escolar Revolución, ubicado donde fue la antigua Cárcel de Belén, mismo que estuvo a punto de ser demolido para abrir en su lugar una avenida, recuerdan sus amigos, el poeta Roberto López Moreno y la pintora Leticia Ocharán (otra ausente de la memoria) en el libro Aurora Reyes. La Sangre Dividida. Libro de cabecera para las mujeres que gustan de poesías con agudo filo rojo.

“Solamente que Aurora Reyes fue la magnolia iracunda, una suerte de perfume levantado en armas, de pétalo contestatario, aroma que de pronto se vuelve lumbre, lumbre que ya es incendio, incendio que recorre agresivo y profiláctico las más profundas y aéreas verdades de la patria. Aurora fue de flor a fuego, siempre en su poesía, una flor llena de rabia que solamente se apacigua cuando toca el perfil de los ídolos pétreos y desde esas entidades reacomoda los pensamientos para ganar el presente” (4), enfatiza López Moreno en alusión al poema Madre Nuestra la Tierra, escrito por Aurora Reyes a Coatlicue, nuestra madre tierra.

Como dirigente sindical dio todo su apoyo a la lucha de las mujeres por obtener su derecho al voto y a ocupar puestos de elección popular.
"Soy completamente primitiva y salvaje. Amo por encima de todo la libertad", solía decir, y a ese lema fue fiel hasta los setenta y siete años, cuando cerró los ojos junto a una magnolia.

Aurora Reyes murió el 26 de abril de 1985 en el Distrito Federal. Sus cenizas fueron sepultadas en las raíces de la magnolia que ella misma había sembrado muchos años antes en el jardín de su casa de Coyoacán, en la ciudad de México, calle Xochicaltitla. En su tronco, su hijo, el actor Héctor Godoy, mandó colocar una placa de metal con unos versos que Aurora le había escrito a ese árbol: “Hoy, blanca y luminosa,/naciste Yololxóchitl:/magna flor de las flores./La luna es tu diadema cuajada de diamantes./Hoy, blanca y luminosa,/naciste, Yololxóchitl”. (4)

La escritura total, absoluta, generosa, de Aurora Reyes; verdadera Tlacuila Mesoamericana, amerindia, americolatina, mujer/palabra/imagen, legó al pueblo de México su clara visión de que el arte es un bien espiritual para todos. Para todas. Sobre todo, para todas.

La autora es investigadora/guionista de TV-UNAM. Escribe la columna Feminalia, del periódico Unión del STUNAM
(1) Humberto Musacchio, Diccionario Enciclopédico de México.
(2) Margarita Aguilar. Investigadora.
(3) Angélica Abelleyra, “Aurora Reyes: cachorra brava y diáfana”, Jornada Semanal, 2003.
(4) La Sangre Dividida, Aurora Reyes, de Roberto López Moreno y Leticia Ocharán, Editorial Zeta, 1990.


La poetisa-pintora.

En estos dibujos elaborados en trance de poeta, en el cual cada trazo es una metáfora, alcanza Aurora Reyes una de las etapas más maduras y más interesantes de su carrera de artista integral, que tanto puede componer poemas con su crayón de dibujante, como pintar murales como el de ¨Teogonía y campesina¨, con su verso acerado, rutilante, lleno de potencia vital”.
Antonio Rodríguez, 1953.
Critico de arte

De la muerte la poesía vuelve a hacer la vida y dibuja así la espiral eterna. La magnolia de Coyoacán lo sabe bien.

El primer poema que Aurora dio a conocer fue “Hombre de México”, en 1948. En él estaba ya la presencia de su recia personalidad, que iba a seguir delineando el resto de su obra literaria. Fuera de las modas de su tiempo y sobre todo de esa actitud intimista y adolorida que llenaba los horizontes poéticos de las otras mujeres escritoras y que provocó finalmente el desprecio por la palabra poetisa, para adoptar el término masculino de “poeta”.

Mujer rebelde, magnolia altanera, inteligencia absoluta, razón de un México desgarrado, Aurora Reyes volvió los sentidos hacia la voz secular de los dioses de piedra, la levantó desde la energía del verso y la hizo conjuro y promisión, vía para la acción solidaria, vehículo hacia el futuro. Aurora regresó a sacudir el sueño de los dioses antiguos para urgir la redención desde la verdad ancestra. Poetisa diferente en su época.

Un poema es su lenguaje. Aurora Reyes, en el intento de crearse uno propio se avoca al mito prehispánico y en él apoya su sistema verbal. Su lenguaje entonces se hace extensión de esa visión del mundo labrado a cincel sobre la piedra, sangre y sabiduría.

Heredera directa de la tradición revolucionaria, en su poesía la asume directamente, lo que la separa de las otras poetisas de su generación; se convierte en la más legítima voz poética de la Revolución y de lo mexicano, fuera de folklorismos de tarjeta postal y sin lo vacuo de lo demagógico.
La poesía de Aurora es un ámbito donde al mito religioso cristiano se sobrepone el de Coatlicue, ese símbolo de la tierra-madre, final y principio de la vida. Este poema dedicado a Coatlicue lleva por nombre: “Madre nuestra la tierra” y en él conjuga sus obsesiones, su visión de la palabra, de la literatura, de la poesía.

Por esta línea Aurora Reyes llega a “La Mascara Desnuda” (Danza mexicana en cinco tiempos), uno de los poemas primordiales de la literatura mexicana, poco estudiado hasta la fecha; se podría decir en reconocimiento de injusticias: casi desconocido.

Desde su poesía Aurora Reyes se sale de sí para mirar el mundo. No se queda en la autocompasión, se va a la luz, baja por las raíces para reencontrarse con la historia de un pueblo del que ella es barro adolorido; pero no un dolor hacia adentro, reducción del universo, sino hacia fuera, disputando su espacio en el ancho movimiento del cosmos capturado ya por nuestros antepasados, plasmado en la piedra y en el jeroglífico, y vuelto a capturar, esta vez por Aurora Reyes a través de la ceremonia poética. Magnolia y espina.

(Roberto López Moreno, “Aurora Reyes. La Sangre Dividida”, enero 1990)

Madre nuestra la tierra (Fragmento)
A ti, Coatlicue, Madre omnipresente;
principio y fin de todo ser terrenal.

Cuando dormías, Madre
—elásticas hamacas mecidas por el tiempo—,
halo de niebla apenas
en la blanca serpiente de tu órbita,
un diamante de labio transparente
cristalizó la sombra de tu cuerpo.

Primavera terrestre en los cielos nupciales:
manto de aérea nube, satélite de plata,
lenta falda de víboras sedientas,
germinal atributo de oscuras dinastías
entrelazando génesis mortales.


Amaneceres, muertes, nacimientos.
Borbotaron fecundos manantiales
al áspero pezón de la montaña
y juntaste en el cuenco de la mano
los mares verticales de tus lágrimas.

Un día primordial edificaste
la arquitectura grácil del poema
—¡almendra del anhelo!—
y el Hombre fulguró en la superficie
del frutal paraíso de tu sueño;
en la espina y la roca conmovida,
en el ala tendida del relámpago,
en la cuna solar de las crisálidas,
en el vértigo vivo del océano.

 

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