Usted está aquí: miércoles 6 de abril de 2005 Opinión Contexto para el desafuero de López Obrador

Luis Linares Zapata

Contexto para el desafuero de López Obrador

Tres de las ex repúblicas de la Unión Soviética, Ucrania, Georgia y recientemente Kirguizistán han padecido movimientos de repulsa provocados por elecciones fraudulentas e intentos de prolongar mandatos fuera del marco establecido. Es decir, gobiernos que contrariaron de manera flagrante el acuerdo básico para hacerse del poder a través de libres y valederos dictados electivos de las urnas. Ninguno de los personajes que intervinieron en tales errores y delitos continúa en el cargo que anteriormente desempeñaba. Todos fueron removidos por revueltas populares de oposición. Unos pueblos lo hicieron apoyándose en primitivas agrupaciones tribales, como las de los kirguizos, que no aceptan continuar con las misérrimas condiciones de vida a las que los tienen sujetos y la intentona de su presidente de heredar el puesto a uno de sus hijos. Otros, por el efecto inducido de nutridas protestas callejeras, todas pacíficas, que se sucedieron en la modernizada sociedad ucraniana. En las tres naciones estuvieron presentes intentos de represión y duras peleas callejeras o, como en Ucrania, donde se llegó al intento de asesinato, por envenenamiento, de uno de los candidatos, el más popular, el que ganó dos veces en las urnas y que ahora dirige el gobierno de ese frío país.

Otras repúblicas, como Turkmenistán o Bielorrusia, sufren trastornos y trampas parecidas y es posible que ensayen soluciones similares. Todas fueron o siguen dirigidas por grupos de poder que se han perpetuado y reproducido de modo arbitrario. Quizá debido a su larga historia del autoritarismo característico de la Rusia imperial.

La misma Federación Rusa, con Vladimir Putin al frente, se ha contaminado de esta fiebre democratizadora que recorre esa vasta región del mundo. La plutocracia que encabeza Putin se equivocó de manera repetida en sus apoyos a los abusivos tanto en Ucrania como en Georgia y en Kirguizistán, y pagará un pesado costo por ello. No supieron leer, ni aceptaron los dirigentes rusos, acostumbrados a trampear las reglas democráticas, las señales de cambio que les enviaban las sociedades de esos países, antes bajo su férreo dominio dictatorial. Tratar de imponer la voluntad de unos cuantos mandones a través de manipular de groseras maneras los procesos electorales, de torcer la ley para perpetuar los privilegios de que gozan aquellos que se apoderaron, con desmesura tan inusitada como ilegal, de las riquezas colectivas o de los organismos de mando, es un empeño que no han podido continuar sin crear sus propios antídotos que los combaten y hasta derrotan.

Más cercana a los atribulados mexicanos de estos desaforados días, la experiencia venezolana puede aportar un claro espejo donde hay que verse reflejados. En ese país, ahora tan sitiado por las fuerzas de la derecha reaccionaria mundial, no se quiere dejar ningún resquicio por donde pueda colarse, por donde pueda resurgir un hálito de independencia y soberanía. Se ha combatido la emergencia de un movimiento, de un gobierno que los auxilie en sus deseos, en sus esperanzas de transformar el estatus de servidumbre, de pobreza en medio de la abundancia de recursos, de dependencia y postración en que han estado sumergidos los venezolanos desde tiempos inmemorables. Ahí, en ese alegre rincón caribeño, un grupo de atrincherados poderes fácticos decidieron trabajar, con todos los medios a su alcance, para deshacerse de un gobernante -electo por abrumadora mayoría en elecciones supervisadas por observadores extranjeros- que no les era simpático, que amenazaba sus desmesurados privilegios, que les parecía feo y mulato.

Usaron estos grupos de poder cuantos instrumentos tuvieron a su alcance en su lucha por la continuidad de los modos y las formas acostumbradas de hacer negocios. Los medios de comunicación fueron sus puntas de ataque y vehículos para la subversión. Pero otros, más pesados y efectivos aún, también fueron empleados. Llegaron hasta provocar un paro patronal de alcance nacional e incluir a PDVSA, la gigantesca empresa petrolera venezolana -a través de sus aliados en la tecnoburocracia que la región- en la intentona para derribar a Chávez. Lo que sí tumbaron los golpistas opositores fue el PIB nacional hasta niveles que fluctúan, según estudiosos, entre un 7 o 12 por ciento. Una verdadera catástrofe económica que tardará años en ser reparada.

Pero Chávez se mantuvo en el poder y todo indica que ganó en legitimidad entre su propia gente y frente al concierto mundial, el latinoamericano en especial. Y pudo hacerlo por el gran movimiento popular de respaldo que consiguió y que se hizo presente, a las claras, en el aplastante referendo a su favor. Los aires de reivindicaciones populares que recorren el sur de América son también el ambiente colectivo donde se inserta, se quiera o no, el presente mexicano. Es imposible sustraerse a la contaminación que conllevan esos vientos democratizadores y justicieros. No por una imitación alocada o tendenciosa, sino porque tocan, al extenderse, similares condiciones que los hacen atractiva o irremediable realidad.

 
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