Usted está aquí: viernes 8 de abril de 2005 Espectáculos LA MUESTRA

LA MUESTRA

Carlos Bonfil

El mago

Opera prima de Jaime Aparicio

Ampliar la imagen Una escena de la cinta de Jaime Aparicio FOTO Cortes�de la Cineteca Nacional

RESULTA PARADOJICO, Y también estimulante, que en fechas recientes el cine mexicano con mayor reconocimiento por parte de la crítica, los festivales y buena parte del público, sea precisamente el que dispone de menos recursos económicos y de una mayor imaginación creativa, como por ejemplo el cine de Fernando Eimbcke (Temporada de patos), los documentales de Juan Carlos Martín (Gabriel Orozco) o de Mercedes Moncada (La pasión de María Elena), el largometraje Mil nubes de paz cercan el cielo..., de Julián Hernández, o El mago, opera prima de Jaime Aparicio.

A CONTRACORRIENTE DE modas fílmicas y veleidades mercadotécnicas, alejadas de un cine de fórmula supeditado a modelos hollywoodenses, y de temas tan gastados como el secuestro, la corrupción y la inseguridad, siempre pavorosa, que vive el Distrito Federal, estas películas suscitan a menudo un mismo comentario favorable: son sencillas, espontáneas, honestas. Y este elogio, que estrictamente no dice gran cosa, sí deja ver algo del hartazgo general ante una parte del cine nacional, la misma que pretende conquistar taquillas ofreciendo más de lo mismo, más de esa rutina habitual que trabajosamente compite con el cine extranjero en cartelera.

SORPRENDE ASI QUE El mago, tercera producción del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), después de Rito terminal, de Oscar Urrutia, y de Un mundo raro, de Armando Casas, consiga una ruptura saludable con ese cine mexicano de capa caída, y lo haga curiosamente con una temática y un estilo tributarios del cine de los años 70, cuando no de los melodramas y comedias de la época de oro, siempre con un gusto de cinéfilo, y también de ciudadano nostálgico, que el director Jaime Aparicio lejos de negar, reivindica gozosamente.

PARA EVOCAR LOS temas de la amistad y de la muerte, los guionistas, Enrique Rentería y el propio director, recurren a una anécdota mínima: Tadeo (Erando González), un desempleado capitalino, convertido en mago callejero para emular al padre fallecido, el gran Asdrúbal, antigua atracción del Teatro Blanquita, descubre que tiene una enfermedad terminal y decide recuperar, en los meses que le restan de vida, los afectos perdidos, saldar alguna deuda moral, y contribuir al bienestar de sus pocos amigos, en particular al del más cercano, su ayudante Felix (Gustavo Muñoz), un pícaro invidente, habilidoso sobreviviente de las calles. La propuesta del realizador se antoja, a primera vista, tan cándida como temeraria. En esta época de globalización mediática y de imperiosa renovación tecnológica, ¿existe todavía un público popular capaz de apreciar y disfrutar una cinta que deliberadamente remplaza la digitalización y los efectos especiales por viejos trucos de magia, la innovación formal por un apego a las convenciones narrativas, o la novedosa fusión de géneros por un homenaje abierto al melodrama urbano? Jaime Aparicio se arriesga inclusive (y con acierto) a presentar el regreso de una figura del cine de los años 60, Julissa, en un papel que evoca, con un guiño cinéfilo, a la joven Paloma de Los caifanes (1966).

EL MAGO RESCATA atmósferas de un México popular con tradiciones urbanas revitalizadas por la crisis económica, el desempleo y la vasta economía informal. Jaime Aparicio filma situaciones y personajes que parecían ausentes de nuestro cine desde las exploraciones urbanas de José Estrada (Cayó de la gloria el diablo, El profeta Mimí), o desvirtuados por la sensiblería, como en Ángel de fuego, de Dana Rotberg, o empantanados en el cuadro de la miseria moral, como en Mentiras piadosas, de Arturo Ripstein, o en Ciudades oscuras, de Fernando Sariñana.

SI HAY ALGO original y vigoroso en El mago es su manera de despojar el lenguaje popular (las llamadas malas palabras) de la ramplonería antes impuesta, y de devolver al melodrama algo de su vieja dignidad con la frescura en el manejo de temas tan delicados y riesgosos como la inminencia de la muerte y el elogio de la amistad masculina. Una vieja picaresca al fin renovada en nuestro cine, muy a distancia de novedades formales prematuramente envejecidas.

EL MAGO. CINETECA Nacional. Viernes 8: 12:00, 16:00, 18:30 y 21:00; Sábado 9: 13:00, 16:30, 19:00 y 21:30.

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