Usted está aquí: domingo 17 de abril de 2005 Opinión La receta del doctor Arnold

Alexander Cockburn*

La receta del doctor Arnold

Ampliar la imagen Las medidas fascistas de Arnold Schwarzenegger ya le est�pasando la factura en California FOTO Reuters

Allá a principios de los 90, el ídolo derechista del año era Newt Gingrich. Encabezó la toma republicana del Congreso en las elecciones de medio término de 1994. Su "contrato con Estados Unidos" acaparó titulares. Los liberales se quejaban de que el gingrichismo era invencible.

El contrataque comenzó en pleno patio delantero de Gingrich, en Georgia. El Consejo Central del Trabajo de Atlanta y la organización Empleos con Justicia organizaron una ruidosa manifestación en la oficina de Gingrich en el Congreso local y se adueñaron de los encabezados con punzantes descripciones del contrato como un cruel asalto a los pobres y a la clase trabajadora. Durante meses grupos de sindicalizados acosaron al congresista en todas las paradas que hacía en el país. Esta estentórea guerra de guerrillas entusiasmó a los débiles de corazón y sacó de equilibrio a Gingrich, a la sazón presidente de la Cámara de Representantes. Para 1995, Gingrich era un gato con cascabel y, habiendo perdido su toque, sufrió una lastimosa derrota en el famoso enfrentamiento con Bill Clinton sobre el presupuesto.

Ahora es el turno de Arnold Schwarzenegger. Las enfermeras de California le han puesto el cascabel y ya le está costando caro. Una encuesta de campo del 23 de febrero mostró que sus tasas de aprobación han descendido 10 puntos desde diciembre, que es una caída significativa. Uno hubiera pensado que no se necesita cerebro para darse cuenta de que patearle el trasero a Florence Nightingale no es un camino seguro al corazón de la gente. Pero el gobernador está tan habituado a intimidar a la prensa, que se le ocurrió hacer lo mismo con la Asociación de Enfermeras de California, uno de los sindicatos más combativos del país, con 60 mil miembros, el cual representa a enfermeras registradas en 171 instalaciones de salud en todo el estado. Schwarzenegger ha tratado de abolir las conquistas del sindicato en cuanto a proporción enfermera/paciente, normas de seguridad y asuntos conexos.

La versión Schwarzenegger del grito de Howard Dean llegó en diciembre en Long Beach, California. Como las trabajadoras abucheaban su discurso, él las acusó de ser un grupo de "interés especial" y advirtió: "A esos siempre les pateo el trasero". Esta ingeniosa respuesta del tocador de senos tuvo enorme repercusión e hizo mucho bien a las enfermeras. En una protesta en el Capitolio de Sacramento, la capital del estado, en enero, las enfermeras llevaron ataúdes y una banda de jazz de Nueva Orleans interpretó una marcha fúnebre. Durante el Supertazón hicieron volar un avioncito sobre los invitados inflados con esteroides en la casa del actor en Santa Mónica. Cuando estaba en Washington, publicaron un desplegado de plana entera en el bisemanario político Roll Call para balconear su historial. Durante un discurso en un hotel de Sacramento, levantaron una manta con la leyenda: "Las enfermeras dicen: alto a la captura del poder".

El 15 de febrero, cuando Schwarzenegger y sus pelotones de guaruras e incondicionales se presentaron en una exhibición de la cinta Be cool; 300 enfermeras hicieron una manifestación. Kelly DiGiacomo, de 46 años y 1.55 de estatura, enfermera en el hospital Kaiser, cerca de Sacramento, tenía un boleto. Se arrellanó en la cuarta fila, vestida con su atuendo de trabajo. Un guarura llegó corriendo y, con el pretexto de una posible reunión con el gobernador, la condujo a una sala, apostó a la entrada un patrullero de caminos del estado y se puso a interrogarla. Unos días después un investigador de la patrulla de caminos se presentó ante ella. La enfermera le preguntó por qué se le consideraba una amenaza y el policía replicó: "Bueno, lleva uniforme de enfermera". "Ah, claro, el uniforme de terrorista internacional", se mofó ella. Los californianos se burlaron igual cuando la historia llegó a los noticieros. George W. Bush y Dick Cheney pueden al menos afirmar que son blancos de guerreros barbudos del lado oscuro de La Meca, pero acá Arnold se esconde detrás de sus gorilas de la mujer que lo atiende a uno cuando está en el hospital.

La estrategia de Schwarzenegger ha sido proyectar una imagen -de estilo calculadamente fascista- de empuje irresistible, destinada a aplastar toda oposición con amenazas y apelar directamente al pueblo con mítines apoyados con montañas de dinero corporativo que ha estado recaudando desde que fue electo al cargo.

No es vana amenaza. El actor tiene un hinchado pecho de guerrero, el cual, sin embargo, comienza a darle mala prensa. Una de las razones por las que Gray Davis, su predecesor en Sacramento, fue revocado, fue por su adicción a recaudar contribuciones. Si acaso, Schwarzenegger es aún menos recatado. El año pasado recabó 28 millones 80 mil dólares, y este año planea levantar por lo menos otros 50 millones para promover su plataforma.

Esta plataforma es cruelmente simple: atacar y, si es posible, destruir las redes de seguridad social en salud, pensiones, seguros, compensaciones laborales, seguridad en el empleo, educación, etcétera, con luz verde para que las empresas se entreguen al pillaje y la subcontratación de trabajo en el extranjero y no paguen impuestos.

Ya ha tenido tropiezos. A finales de febrero se supo que había abandonado su propuesta de abolir el consejo independiente de certificación de enfermeras, junto con otros consejos reguladores y de políticas. Pero aún planea meter a California en la redistritación electoral al estilo de Tom DeLay, el presidente republicano de la Cámara de Representantes, y recurrir con mayor frecuencia a las medidas de "emergencia" para socavar la oposición democrática en la legislatura. Un ejemplo es en materia de atención a la salud: una orden de emergencia del gobernador, emitida en noviembre, derogó las normas de seguridad del paciente en los hospitales californianos, revirtiendo el propósito de una ley de 1999. La Suprema Corte de California acaba de resolver una demanda del sindicato de enfermeras contra esa orden. El 4 de marzo, el juez Holzer Hersher anuló la regulación de emergencia de Schwarzenegger que suspendía pasajes claves de la histórica ley. Se trata de la primera demanda legal exitosa contra el gobernador.

Se hubiera creído que Schwarzenegger abrigaría alguna simpatía por las enfermeras, propensas a lesiones de espalda por tener que levantar pacientes en cama, tarea equivalente, en promedio, a levantar 1.8 toneladas por día. No: el gobernador vetó una iniciativa de ley que obligaba a los hospitales (grandes donadores de fondos al actor) a instalar políticas y equipo para levantar pacientes con seguridad. Y sí, también vetó otra iniciativa para educar a los entrenadores escolares sobre los peligros de los esteroides y los suplementos dietéticos para mejorar el rendimiento.

Como dije, el empuje político es la clave del juego de Schwarzenegger. Pero, ¿qué ocurre cuando uno tropieza con la bata de una enfermera de metro y medio de estatura? Se pierde empuje. ¿Qué ocurre cuando se pone a gritar insultos a enfermeras y maestros? ¿Qué ocurre cuando se echa de enemigas a las trabajadoras? El humillado rector de Harvard, Lawrence Summers, podría tener algo que decirle a Schwarzenegger sobre ese punto.

* Coeditor con Jeffrey Saint Clair de la circular de periodismo de investigación CounterPunch. Es también coautor del nuevo libro Dime's Worth of Difference: Beyond the Lesser of Two Evils, disponible en www.counterpunch.com.

© 2005 Creators Syndicate Inc.

Traducción: Jorge Anaya

 
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