Usted está aquí: domingo 24 de abril de 2005 Opinión La sociedad está de imaginaria

Gustavo Iruegas

La sociedad está de imaginaria

No deja de ser una curiosidad que Henry David Thoreau, un individualista redomado, haya inventado la desobediencia civil, una opción de la resistencia pacífica de la sociedad que sólo resulta efectiva si se practica masivamente, y que se basa en el desacato al gobierno y sus órdenes "(...) cuando éste es tirano o su ineficiencia es mayor e insoportable". Con este criterio, no cabe duda que el gobierno de México ha llevado al país a la situación en que la respuesta popular viable en defensa de la voluntad popular es la resistencia pacífica ante la arbitrariedad e incompetencia de sus autoridades.

En México estamos en deuda con Thoreau, porque el reclamo expresado al gobierno de Estados Unidos en su famoso ensayo de 1849 La desobediencia civil, que partía de su inconformidad con la esclavitud en los estados sureños y con la guerra injusta que se hacía a México. Luchadores sociales de la talla de Mahatma Gandhi y Martin Luther King encontraron inspiración en su pensamiento.

En el caso de la India, Alma Grande, supo entender que una potencia como Gran Bretaña, con decenas y quizá cientos de miles de soldados ocupando un país de 500 millones de habitantes no podía gobernarlo sin la aceptación, cuando menos tácita, de la población. El movimiento de resistencia en la India fue largo. Se inició en 1919 y la independencia se alcanzó en 1947, 17 años más que la lucha por la independencia de México. No obstante, su método era tan claro como sus objetivos precisos, y se conformó la estrategia: si la población no obedece, el gobierno no gobierna.

La gesta del reverendo Luther King tenía como objetivo el anacronismo absurdo del racismo, y como componente político el reconocimiento de los derechos civiles de los negros. Había que mover, mediante el activismo político de los negros, a la mayoría blanca que era pasivamente contraria al racismo, y forzar al gobierno a reprimir a los racistas y garantizar con la fuerza de la ley los derechos de la población negra.

Nuestro caso es diferente. Los mexicanos nos reconocemos como "resistentes" al mal gobierno en el sentido de tolerancia, de aguante, que tiene el término; pero nos ha llegado el turno de convertirnos en "resistentes" en la acepción de rechazo, la que expresa la decisión de resistirse. No será fácil porque, como sociedad, no tenemos esa experiencia. Hay más episodios en nuestra historia que demuestran nuestra proclividad a aguantar y aguantar hasta explotar, que otros que pudieran mostrarnos como intransigentes defensores de la justicia, la legalidad y las virtudes republicanas. De ello ha tomado ventaja el gobierno neoliberal.

Los gobiernos priístas neoliberales desarrollaron cierta habilidad para oprimir reiterada e insistentemente a la población y, en el momento justo, atenuar la presión y evitar el estallido social o controlarlo si no era posible otra cosa. El gobierno actual no parece avezado en esos menesteres, pues en su gestión hemos visto omisiones culposas, claudicaciones apocadas y ahora la obcecación tramposa.

Recurrir a la resistencia civil pacífica para enfrentar la tripartita determinación del gobierno federal de encarcelar a López Obrador como única manera de impedir su participación en la contienda electoral por la Presidencia de la República, es la estrategia correcta: "bajo un gobierno que encarcela injustamente, el verdadero lugar para un hombre justo es la cárcel", escribió Thoreau. Parecería que, además de reprobar en la agresión guerrera de su gobierno contra nuestro país, vislumbraba el México actual al aseverar que "la autoridad del gobierno es una autoridad impura, porque para ser estrictamente justa tiene que ser aprobada por el gobernado". Y no es el caso. Basta tener que soportar las tan fastidiosas como costosas campañas propagandísticas del Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial para comprender que ellos mismos saben que no cuentan con tal aprobación y que la población está al tanto de sus tropelías y de sus fracasos. Sin embargo, hacer valer la voluntad popular no será fácil.

La resistencia pacífica tiene en su naturaleza el ser una lucha extremadamente desigual. No se trata de la resistencia armada de los iraquíes que cuentan con el coraje y la decisión de sus nacionales para luchar a muerte contra el invasor odioso; es la resistencia pacífica pero, ojo, no pasiva. No se trata de expulsar al invasor extranjero (McDonald's parece inamovible), ni siquiera de derrocar al mal gobierno. Solamente se pretende forzarlo a acatar la voluntad del pueblo, hacerlo obedecer a quien le paga y dejar de ocultarse en una pretendida juridicidad para evitar enfrentarse en las urnas al candidato postulado por el pueblo. Por lo tanto, la movilización popular tiene que contar con una estrategia diseñada a la medida.

El candidato Andrés Manuel López Obrador apeló a sus seguidores y les pidió que la movilización fuera no solamente pacífica sino que además no interrumpieran calles ni avenidas, que no tomaran edificios públicos ni realizaran actividades que causaran molestia y produjeran mala imagen en el resto de la población. Eso reduce mucho los márgenes de acción, pues se acerca a las recomendaciones de quienes proponen la construcción de un manifestódromo para que las movilizaciones no causen la irritación de los automovilistas. Los guías de turistas en Londres llevan a sus clientes a Hyde Park a ver a los ciudadanos que pronuncian airados discursos que podrían ser incendiarios si los transeúntes los voltearan a ver. Las manifestaciones de protesta que no molestan son totalmente tolerables.

Por otra parte, la desobediencia civil es, en este caso, impracticable. La eficacia de la movilización en este sentido se dificulta enormemente porque la población más directamente afectada tiene contacto primero con el gobierno local y solamente en contadas ocasiones con la autoridad federal, por lo que se tendrían que encontrar líneas de actuación que permitieran el desacato exclusivamente al gobierno federal sin afectar al gobierno de la ciudad.

Las noticias informan que al Estado Mayor Presidencial le molesta que la gente que se acerca al Presidente use moñitos tricolores. Eso indica que usar moñitos es una medida efectiva que debe multiplicarse geométricamente; que los senadores hagan guardias a las puertas de la residencia presidencial es una medida efectiva, pero que los mismos legisladores se queden sin cenar no le importa a nadie. También se hace evidente que la presencia social, pacífica y moderada, pero sistemática, en las cercanías de las instalaciones presidenciales y del Presidente hace el efecto buscado: convierte al carcelero en prisionero.

El deliberado interregno que se produce por el retraso de la procuraduría en gestionar la orden de aprehensión contra Andrés Manuel López Obrador genera una sensación de anticlímax entre sus entusiastas seguidores, especialmente en los no orgánicos, que por ahora están de imaginaria solamente. El mando, paciente, aguarda su momento. Es de esperar que en el momento de la aprehensión el conflicto cambie de calidad, pues la lucha se elevará de grado y se convertirá del reclamo por el sórdido cese de un funcionario en la airada exigencia de la libertad de un preso político. Para ese momento, la estrategia de la resistencia pacífica deberá estar diseñada con todos sus pormenores y ser conocida por quienes deberán llevarla a la práctica, que entre tanto, estamos impacientes, a la espera de instrucciones.

 
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