Usted está aquí: martes 26 de abril de 2005 Política Del otro lado del espejo

Luis Hernández Navarro

Del otro lado del espejo

Cada mañana, cuando Vicente Fox se mira al espejo, su imagen le grita desde el otro lado: no al de-safuero. Es el anuncio de lo que será su día; es la advertencia de lo que se avecina durante la noche, antes de poder conciliar el sueño.

No tiene escapatoria. Cada vez que el mandatario abre una carpeta de prensa se encuentra con que la noticia central es la posible inhabilitación política de Andrés Manuel López Obrador. En cada ocasión que se le informa sobre la opinión de los principales diarios internacionales se topa con la descalificación a su gobierno. Cada vez que revisa los despachos del servicio exterior recibe el recuento de las protestas frente a embajadas y consulados.

A sus operadores se les hizo bolas el engrudo. El camino legal al desafuero no estaba tan pavimientado como le hicieron creer. Controversias constitucionales, requerimientos de presentación negados, todo se les ha enredado en las cabañas presidenciales. El, investido del papel de garante del cumplimiento de la ley, aparece ante la opinión pública como su principal violador.

El Presidente está cercado por la palabra. La verdad es que nunca ha sido un hombre de letras y cuando se les ha acercado no le ha ido demasiado bien. No es exagerado afirmar que siempre que pudo procuró ignorarlas o relacionarse con ellas como un mal necesario. Y ahora, desde hace poco más de un par de semanas, las letras se han vengado. Todos esos escritores a los que él despreció le han pasado la factura. Literatos de apellidos que parecen sacados de un trabalenguas -mucho más impronunciables que Borges, como Kapuscinsky, Brentenbach y Rushdie- han puesto el grito en el cielo contra el asalto a la democracia que se perpetra en México.

El fantasma del desafuero persigue al primer mandatario donde se para. Absorbe sus energías y su tiempo. No puede descansar tranquilo en su rancho San Cristóbal porque hasta allí llegan los simpatizantes del jefe de Gobierno del Distrito Federal y se arma la trifulca. Cada evento oficial en el que hace acto de presencia se ve opacado por los gritos, proclamas y cartelones de quienes se oponen al desafuero. Resulta casi imposible que asista tranquilamente a una reunión en una universidad privada porque cualquier estudiante lo desafía y acusa. Por todos lados se topa con personas con moños tricolores prendidos en solapas y vestidos. Al principio encaraba a unos y a otros. Resignado, ahora no le queda más que quedarse callado.

El ruido de la inhabilitación política no lo deja en paz. La marcha del silencio de este domingo resultó ensordecedora. El sonido de los 2 mil pesos en morralla que se entregaron en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal a los diputados habilitados para la ocasión como peones de Los Pinos reventó los tímpanos de la bancada panista. Y el eco provocado por las botas de los manifestantes que pisotean tepocatas, víboras prietas y alimañas de toda clase frente a la Cámara de Diputados retumba hasta el bosque de Chapultepec. Es el clamor del ¡no al desafuero! gritado a todo pulmón en las plazas públicas, la conservadora Guadalajara incluida.

El Presidente no tiene cómo guarecerse de la tormenta que provocó. Sus días y sus noches, su quehacer político y personal se miden hoy en las horas y los minutos del desafuero. Su obsesión diaria es tratar de sacar el asunto de los medios de comunicación. Pero no hay forma. Ni la muerte de Juan Pablo II y el nombramiento de Benedicto XVI lo consiguieron. Cada día la noticia se cuela irremediablemente a la televisión, a la radio, a la prensa escrita. La muralla que separaba el círculo rojo del círculo verde ha caído, y ni él ni sus asesores hallan la manera de volverla a levantar.

El mal sueño no termina. Para tratar de ganar la agenda, su vocero -el mismo que resolvió sus dilemas existenciales renunciando a sus propósitos de juventud y aceptando las condiciones del poder- madruga y dicta conferencias de prensa matutinas. Su éxito ha sido nulo. Provoca bostezos cuando no indignación. No son pocos quienes ven en la medida una copia de bastante mala calidad de las comparecencias mañaneras de López Obrador. En pocos días Rubén Aguilar se ha convertido en una figura odiosa y autoritaria para la prensa, en un ejemplo de lo que no se debe hacer. Dentro de no mucho tiempo aparecerán promocionales como los que difunden en los medios electrónicos para defender los derechos de autor, con la imagen del vocero presidencial en el fondo y un letrero: "Diga no a la piratería".

Cada día que el presidente revisa los sondeos de opinión descubre que va perdiendo la batalla por la opinión pública. La pesadilla se hace mayor conforme las simpatías a favor de López Obrador crecen. ¿Puede ocurrirle algo peor a un fanático de las encuestas? El sondeo de El Universal, publicado el 21 de abril, informó que entre febrero y abril la intención de voto a favor del Peje se incrementó tres puntos, hasta llegar a 38 por ciento. Señaló también que sólo 25 por ciento de los encuestados estuvieron de acuerdo con el desafuero y apenas 22 por ciento cree que se debe a razones legales.

Y el drama persigue también a la señora Marta. La primera dama no puede presentarse en un hospital sin que las enfermeras le muestren, orgullosas y sin faltarle al respeto, la foto del Peje junto a un letrero que dice: "Este es mi hombre".

Cada mañana, cuando Vicente Fox se mire al espejo del rancho San Cristóbal, su imagen le gritará desde el otro lado: no al desafuero. Es el anuncio de lo que fue su sexenio; es la advertencia del lugar que la historia le tiene asignado.

 
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