Usted está aquí: miércoles 27 de abril de 2005 Opinión Fox: entre el Papa y el desaforado

Carlos Martínez García

Fox: entre el Papa y el desaforado

El presidente Fox no bien sale de un enredo para adentrarse en otro más complejo. Mucho antes de que se iniciara el último tercio de su administración, el habitante de Los Pinos vio cómo desde distintas trincheras políticas se dio por concluido su sexenio. En esto también es pionero Fox Quesada: ningún otro titular del Poder Ejecutivo de las últimas seis décadas tuvo una erosión tan aguda y anticipada como la padecida por quien sustituyó al PRI en la Presidencia de la República.

Unas cuantas horas después de que se anunció la llegada de Benedicto XVI al papado, Vicente Fox se deshizo en elogios para el nuevo pontífice. Habló de que con él al frente de la Iglesia católica, el gobierno mexicano seguiría trabajando conjuntamente para promover globalmente los derechos humanos, la justicia y los valores religiosos. Uno se pregunta si el papel del Presidente de México es andar promoviendo los valores religiosos. Para empezar, los valores religiosos en abstracto no existen. Y como Fox habló de ellos en el contexto de saludar la llegada al trono del nuevo pontífice romano, entonces podemos inferir válidamente que los valores religiosos que le interesa promover son los católicos. En todo esto ¿dónde queda el Estado laico? ¿Qué de la pluralidad valorativa que caracteriza a la sociedad mexicana actual? ¿De dónde sacó Fox eso de que una de sus tareas presidenciales es hacerla casi de catequista?

La emoción hace decir al Presidente frases, pareceres, evaluaciones y pronósticos que no tienen asidero en la realidad. Trátese de indicadores económicos, poner a nuestro país como ejemplo de legalidad o apresuramientos para hacer declaraciones sobre asuntos recién acontecidos, como la elección de Benedicto XVI, el común denominador de los pronunciamientos foxianos es la exageración o la candidez.

A unas horas de elegido el nuevo Papa, se apresuró a invitarlo a visitar México. Como si de esa visita dependiera el destino nacional o un mejor futuro para la nación. Pero, ¿podíamos esperar más de un mandatario que haciendo a un lado las formas republicanas se postró ante Juan Pablo II y solícito le besó la mano? No se trata de negarle el derecho a expresar su fe: la cuestión es que el jefe de un Estado laico no puede ignorar ni el mandato constitucional de separación con las Iglesias ni el hecho de que representa a una ciudadanía plural, parte de la cual no se identifica con el catolicismo. Además, me parece, el gesto fue más para consumo mediático que verdadera muestra de compromiso religioso, es decir, fue un acto farisaico.

Si desde un principio el tema del desafuero de Andrés Manuel López Obrador fue visto por muchos como un pretexto legal para sacar de la competencia electoral por la Presidencia de la República al jefe de Gobierno del Distrito Federal, en estos días es abrumadora la opinión publicada y pública que se manifiesta contra el asedio a que la administración foxista está sometiendo al adversario que encabeza todas las encuestas con rumbo a 2006. La animadversión desatada es mala consejera, y desde la residencia oficial de Los Pinos, como en su círculo más cercano, los embates contra quien llaman "el señor López" son abiertos, pero muy descuidados. De esto ya hay repercusiones en espacios en los que a la Presidencia de la República le interesaba ser bien vista. Nos referimos a la prensa internacional, cuyos medios más importantes se han referido a la persecución legaloide, que no legal, cuyo objetivo es desplazar de la candidatura presidencial, y de un muy posible triunfo, a López Obrador. Es de tal dimensión el encono de Fox, y de quienes lo acompañan en la maniobra, que desdeña los puntos de vista de la prensa internacional que más peso tiene en las cúpulas políticas y empresariales de todo el mundo. Nada más hace caso omiso a quienes atinadamente señalan que ganando -lograr que López Obrador sea inhabilitado para contender en las elecciones de 2006- de todas maneras va a perder, por las repercusiones internas y externas que el caso tendría.

Hace varios años, cuando Ronald Reagan era presidente de Estados Unidos, un minucioso periodista siguió la pista a sus declaraciones. Pronto comprobó que estaban llenas de fantasías, contradicciones, múltiples inexactitudes y francas mentiras. Con esas joyas declarativas elaboró un libro que recogió mucha de la incontinencia verbal reaganiana. El resultado fue un volumen titulado El rey del error, trabajo contundente y evidenciador del humor involuntario que caracterizaba a Reagan. Un seguimiento semejante a los pronunciamientos de Vicente Fox seguramente le haría ganador del título de rey en eso de, como el pez, ser víctima de su propia boca. La pirotecnia verbal foxista es una veta inagotable para constatar cómo se maneja una institución, la presidencial, debería merecerle más respeto a quien hoy la ostenta. Porque en estos días el mayor peligro para de-sacreditar la Presidencia de la República lo representa quien habita en la residencia oficial de Los Pinos.

 
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