Usted está aquí: lunes 2 de mayo de 2005 Sociedad y Justicia APRENDER A MORIR

APRENDER A MORIR

Hernán González G.

Club de confusiones

LUEGO DE VER la película mexicana Club eutanasia, de Agustín Tapia, traté de imaginar las razones por las cuales la cinta se hizo acreedora al Premio del público en el pasado Festival de Guadalajara. ¿Acaso por el bien intencionado trabajo de varios actores hoy de la tercera edad, pero que un amplio sector identifica desde que eran jóvenes y bellos? ¿Sería por la sucesión de chascarrillos a cargo de ancianos personajes perversos pero alegres y glotones? ¿O tal vez por constituir la enésima versión cinematográfica amabilizada de un asilo? A saber.

EL HECHO, LAMENTABLE por todos conceptos, es que la película, su título y trama, coinciden con la postura papal y eclesiástica en torno a la eutanasia, a la que las religiones, en su tradición de dramatizar en vez de matizar, equiparan simple y llanamente con el asesinato, en una extemporánea cuanto sistemática reivindicación del maniqueísmo que apuntala el poder.

¿APROVECHARON productores y director el término eutanasia para efectos de comercialización, una vez que éste ya puede ser ventilado incluso en comedores de familias decentes? ¿Observaron la acogida internacional de otras películas que abordan el tema y se incrustaron en el mismo así fuese de forma meramente nominal? En cualquier caso no quisieron reparar en el brutal contrasentido entre el título de su película y el contenido de la misma.

CUATRO MIEMBROS DE un asilo de ancianos privado, pero en precarias condiciones económicas, deciden empezar a matar a otros viejos, impulsados por la creciente escasez de alimentos, como si a esas alturas de la vida la persona tuviese como principal obsesión el apetito. Se trata de homicidios con premeditación, alevosía y ventaja, sin la menor intención de hacer, siquiera, una encuesta entre los habitantes del albergue para informarse de quiénes, por libre voluntad, estarían en disposición de irse para contribuir a mejorar las condiciones de sus compañeros. Eso por lo menos mostraría matices del suicidio asistido.

ESA ES LA CONFUSION más grave de Tapia y sus colaboradores: haber ignorado todo concepto eutanásico -contribuir a la buena muerte de un semejante que así lo solicite- para caer, siguiendo la mejor tradición del lugar común cinematográfico, en la repetición de errores, ahora con el pretexto de hacer una película "para morirse de risa", sumándose así a las tergiversaciones fomentadas por el gobierno del cambio y sus caprichosos antecesores.

IDENTIFICAR EUTANASIA CON asesinato es desandar lo poco que los sectores progresistas del país han andado, para retornar, risueña y paternalmente, al calaverismo evitador y al estereotipo idiota de que "nuestra idiosincrasia rechaza" esas formas poco cristianas de tener una muerte digna, rápida y sin sufrimientos. Pudiendo haber mostrado los rostros de una vejez cada día más relegada por el seudoeficientismo, la película se quedó en el humor sin contenido y en un providismo involuntario y nefasto para una sociedad mexicana urgida de rumbos menos oscurantistas.

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