Jueves 5 de mayo de 2005
Director fundador: CARLOS PAYAN VELVER
Directora general: CARMEN LIRA SAADE
Director: Alejandro Brito Lemus
Entrevista con Carlos Monsiváis

 

El odio nefando a la diferencia sexual


A unos días de haber iniciado la campaña contra la homofobia en estaciones de radio de varias ciudades del país, Carlos Monsiváis reflexiona sobre la pertinencia de reconocer la anormalidad del homófobo y la existencia social, abierta y libre, de las y los homosexuales.

Por Fernando Mino

El ghetto gay, tan útil para el enaltecimiento de la norma, ve en el desprecio el primer reconocimiento público de existencia”. Entonces, ¿visibilidad y homofobia son procesos que surgen a la par?
La homofobia está en el origen de la civilización judeo-cristiana. Al decir lo anterior me declaro culpable de leso anacronismo porque no hay homofobia cuando la palabra homosexual no existe, y cuando nadie califica de prejuicio el odio a la diferencia. En tiempos de “las bárbaras naciones” o de las “tribus civilizables”, el varón que ayunta con varón debilita la fortaleza guerrera de su grupo y es un traidor inevitable (a las mujeres no se les conceden decisiones corporales). Y el ghetto gay sólo existe en Europa y Estados Unidos en las últimas décadas del siglo XIX y eso como el complot de las sombras en pos de las clases trabajadoras y los marinos. Hay burlas, golpes, asesinatos, pero el insulto no se imprime o no se emite como reconocimiento de existencia sino como lo opuesto: como el señalamiento de la abyección. Por eso es tan significativa la redada de Los 41 en 1901, porque el gay ingresa al horizonte social a través del choteo, y el humor suaviza o “humaniza” el prejuicio.

La homofobia es miedo, lo que establece coartadas a la agresión. A veces pareciera que hablar de homofobia es hablar de actos deliberados de ataque y discriminación, pero también hay acciones homofóbicas sutiles o interiorizadas (en el caso de muchos grupos gays) que marcan conductas sociales.
No estoy convencido de que la homofobia sea miedo. Como estrategia de psicología pop decir esto funciona (“Es mataputos porque lo aterra su incapacidad para eliminar el deseo ante los hombres atractivos”), pero en rigor no importa el origen psicoanalítico de la homofobia, y está de más, en la lucha política y social, tomar en cuenta los subsuelos del prejuicio. Lo primordial es enfrentar a la homofobia desde la educación, la cultura y las leyes, ésa sí me parece una respuesta civilizada. En este sentido, es apenas previsible la homofobia interiorizada en los grupos gays. Cada minoría estigmatizada aloja en su idea de sí misma una porción de los prejuicios en su contra, y esto sólo se supera, como ve muy bien Hanna Arendt, si se asume creativa y enérgicamente aquello por lo cual se persigue a la persona y a la minoría que pertenece. En la medida que la minoría inutiliza con el uso burlón los peores insultos en su contra (tal vez el caso de los negros norteamericanos sea ilustrativo), los insultos pasan a ser descripciones sarcásticas o, de hecho, resultan homenajes al revés. Si se aísla el componente destructivo del insulto, el agredido se enfrenta únicamente a las intenciones del agresor, y este “desarme ideológico” es, de no tratarse de acciones de violencia, más fácil de manejar: Le dijo maricón y no se rió”.

¿ Es justo pensar que la homofobia social surge como derivado natural del gran valor que se le da a la virilidad en México, al macho mexicano?
No hay homofobia individual, la única homofobia realmente existente es la social, desglosable en personas, grupos, regiones, gremios. La homofobia es una respuesta a los prófugos de la virilidad, los que traicionan el vuelo de la testosterona. Eso sin duda, pero el machismo ha modificado a tal grado su apariencia que la homofobia de hoy ya incluye, se quiera o no, la autocrítica. ¿O que habrían dicho en 1930 de los aretes en los hombres y de los pantalones ya irremediables en la mujeres?

Si la homofobia es el primer paso hacia el reconocimiento de la existencia, ¿cómo desligar un asunto del otro? Mucha gente piensa que hay respeto, siempre y cuando no haya alarde.

Hay respeto cuando deja de creerse que existe tal cosa como el “alarde”. Si uno califica de “alarde” (exhibición, provocación) la conducta de gays y lesbianas, para ya no hablar de los transexuales, exhibe su refrendo del prejuicio. El “alarde” es simplemente el ejercicio del derecho a proceder como a uno o a una le de la gana, tan pintoresco como se quiera.

Al hablar de identidad sexual es factible hablar de aceptación o sólo de tolerancia, término que pareciera remitir a coerción, a coexistencia con el “anormal”.
Hoy, tolerancia y aceptación son sinónimos, y esto se debe al atraso inmenso de la jerarquía eclesiástica (“Los respetamos con la condición de que no existan”) y de los sectores tradicionales. A estas alturas, son es la anormalidad? Si son millones los gays y lesbianas en México, decirles “anormales” es regañar a la naturaleza por sus despilfarros.

El fenómeno de la homofobia tiene alguna peculiaridad en México u obedece a procesos comunes a todos los países.
Tal vez lo peculiar de México, y al respecto habría que tener estadísticas confiables, es el cúmulo de crímenes de odio contra gays, lo que remite de inmediato a la impunidad y las complicidades del machismo. Eso sí llama poderosamente la atención. Por lo demás, la línea de resistencia de la homofobia depende en lo fundamental del clero católico y el tradicionalismo, y esta confederación del prejuicio va en retroceso. Obsérvese el fracaso de su oposición a los spots de radio contra la homofobia.

Si se piensa en la política mexicana, ¿qué decir de los rumores sobre los poderosos que practican el “vicio nefando”?
Un político al que califican de “maricón” no puede, de modo alguno, contender por el título de la Flor más Bella del Ejido. Confirmaría las sospechas, y eso sí es una gran limitación, y, además, es tal el nivel de bajeza en la ronda de difamaciones, que lo que se diga de cualquier persona pública es a la vez criticable e increíble. Una acusación homofóbica cuenta, pero la falta de cargos homofóbicos también da lugar a sospechas: “Debe llevar doble vida porque nadie me ha dicho nunca que es gay”.