Usted está aquí: domingo 8 de mayo de 2005 Opinión Angeles en la Catedral

Angeles González Gamio

Angeles en la Catedral

Hace unos días, en el contexto del Festival de la ciudad en el Centro Histórico, la Catedral Metropolitana, inundada de la música de un concierto que ofreció Horacio Franco, pareció llenarse de ángeles de alas rosadas, que se desprendían del monumental cuadro Regina angelorum -la Reina de los angeles- que pintó en 1767 Miguel Cabrera, uno de nuestros mejores pintores virreinales.

Ese día volvió a su sitio en nuestra iglesia mayor, tras haber gozado de una profunda limpieza y restauración, que a lo largo de ocho meses llevó a cabo Mónica Baptista de López Negrete, en su taller Restauro y Conservación, con la colaboración de un experto grupo de restauradores de diferentes especialidades, que incluyen pintores, herreros, ceramistas, carpinteros, coloristas, fotógrafos e integradores de color. Este último oficio se valora cuando se aprecian las distintas tonalidades de rojo y azul, que son los colores que prevalecen y que le imprimen luminosidad y alegría al imponente óvalo, que conforman cuatro grandes lienzos unidos, que a lo largo de los siglos habían acumulado varias capas de mugre, y arreglos que en ocasiones le habían perjudicado más que beneficiarlo.

Originalmente los pintó Cabrera para el convento de San Francisco, famoso por sus dimensiones y obras de arte que lo adornaban. Al quitarle los bienes a la Iglesia a mediados del siglo XIX, pasaron a formar parte del acervo de la academia de San Carlos, que se los cambió a la Catedral por unos cuadros de temas históricos.

El taller es el sitio más propicio para trabajar una obra de tal magnitud, tanto por su calidad como por sus dimensiones: siete por cuatro metros, en forma oval. Para trasladarla se desmontó del marco, se dobló cuidadosamente a manera de un tapete y se utilizó un vehículo especial. Al concluir la restauración se reenteló en lino holandés y se regresó a la Catedral, donde el suntuoso marco de hoja de oro, también rehabilitado, le fue vuelto a colocar. El trabajo del marco se realizó en la soberbia casona que tienen la restauradora y su esposo, Salvador López Negrete, enfrente del Sagrario, y que en casos como éste utilizan como taller.

Aquí cabe recordar que esa mansión del siglo XVII, construida sobre restos del templo de Tezcatlipoca, que hace poco más de una década estaba casi en ruinas, es ahora la mejor muestra en el Centro Histórico de una extraordinaria restauración, y además está decorada con muebles y objetos originales de la época, lo que le da un valor único.

Tanto este sitio como el taller de Chimalistac, seguramente no difieren mucho del sitio donde el talentoso oaxaqueño Cabrera pintó el cuadro, junto con otros tres del mismo tamaño colosal, todos con motivos de la Virgen Reina y que esperan una restauración semejante, que les permita, igual que a éste, lucir y conservarse dignamente otros 300 años. Ojalá el Festival de la Ciudad en el Centro Histórico, que patrocinó la recuperación de la Reina de los Angeles -a la que hay que visitar-, continúe con los otros tres.

Restauro y Conservación ocupa una casona en Chimalistac, rodeada de jardín, con un amplio vestíbulo de doble altura que permite trabajar cuadros y esculturas de grandes proporciones. Ahí se encuentra un hermoso mueble de una antigua tienda, que en sus anaqueles muestra 300 frascos de vidrio color ámbar, con sus etiquetas pintadas a mano y a fuego, de alguna farmacia decimonónica y que ahora guardan ingredientes que utilizan los restauradores. Por todos lados brincan disímiles obras de arte: un biombo chino coromandel del siglo XVII, un cuadro de Juan Cordero y un estofado guatemalteco, todos en el proceso de recuperar su esplendor.

Tanta voluptuosidad nos puso en espíritu jarocho; afortunadamente cerca del taller, en Miguel Angel de Quevedo 687, se encuentra el restaurante veracruzano El Tajín, con la cocina de la afamada chef Alicia Gironella D' Angeli. Con estos calores se antoja comer en la terraza con vista al jardín. Para acompañar el aperitivo, unos taquitos de escamoles o gusanos de maguey; como inicio de la comida son buena opción los ceviches, muy frescos y sabrosos, como el de hongos con callos de almejas, o si prefiere, el clásico arroz a la tumbada.

Como plato fuerte pero ligero, ahora tienen los robalitos enteros, que se pueden gozar al tikn-xik, a la talla o tatemado con achiote, ya que cambian los platillos según la temporada. De postre, nieve de frutas tropicales, o las guayabas con espuma de guanábana.

El lugar constituye un auténtico centro gastronómico, ya que, conjuntamente con la Universidad Nacional Autónoma de México, imparte diplomados en gastronomía y continuamente hay conferencias de expertos en el tema.

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