Usted está aquí: domingo 8 de mayo de 2005 Opinión Machuca

Carlos Bonfil

Machuca

Durante la reciente exhibición en la Cineteca Nacional del documental de Patricio Guzmán, Salvador Allende, se discutió en diálogo público con el realizador la situación del cine político en Chile, y particularmente la reticencia general en ese país a abordar de frente un tema como la naturaleza y suerte del gobierno de la Unidad Popular, derrocado por el golpe militar encabezado por el general Augusto Pinochet.

El tema tabú es en realidad la vida cotidiana en el país durante los largos años de la dictadura, y también el silencio colectivo en torno de la figura del presidente Allende. A esto sigue una constatación: los documentales de Guzmán, entre ellos el más célebre, La batalla de Chile, apenas se proyectan localmente, siendo su distribución mucho mayor en países europeos, en cineclubes y cinematecas, y en el ámbito de la televisión internacional.

En el terreno de la ficción sucede algo muy distinto. Machuca, cuarto largometraje del realizador chileno Andrés Wood (Historias de fútbol), no sólo ha tenido una excelente recepción en el extranjero, sino un impacto considerable a nivel local, donde se convirtió en un éxito de taquilla. Ambientado en Santiago de Chile en 1973, en vísperas del 11 de septiembre, día del asalto castrense al palacio presidencial de La Moneda, el tema de Machuca es la incontenible confrontación de clases en la sociedad chilena.

A través de la historia de una amistad entre dos niños, Wood elabora una radiografía del clima social que prevalece en la ciudad ese año: amagos antigubernamentales por parte de empresarios que auspician paros laborales y frenos a la distribución de alimentos, acaparamiento de estos mismos víveres por parte de la clase media alta, lo que intensifica el cierre de negocios, la proliferación de un mercado negro, y la promoción de un hartazgo colectivo ante un poder al que se acusa de haber perdido el control de la situación. Las manifestaciones populares de apoyo al gobierno coinciden con las insurrecciones de buen tono de una clase media indignada, cuya expresión clásica es el llamado cacerolazo.

El director no se atiene a las sutilezas dramáticas y su tratamiento es tan esquemático como el de cualquier melodrama social de la época que describe. Gonzalo Infante, un niño de 11 años, muy atildado y de familia liberal burguesa, asiste a una escuela de paga donde el director progresista lleva a cabo un experimento calcado de las instituciones educativas inglesas: la incorporación de un grupo de estudiantes de clase humilde, cuya educación se subvenciona con becas. Ironía máxima en el Chile de Salvador Allende, algunos de estos niños deberán compartir el pupitre con los hijos de los patrones de sus propios padres.

En la tensión social que cabe imaginar en este microcosmos, surge la amistad entre Gonzalo y el joven proletario Machuca, y con ella la progresiva toma de conciencia de ambos jóvenes respecto a su lugar en la sociedad y a la polarización de clase que amenaza con destruir su relación. Paralela a este relato de maduración sentimental, corre la crónica de la realidad urbana, misma que el director elabora con un meticuloso cuidado en la ambientación y en los detalles, desde las marcas comerciales hasta vestuarios, música, pintas, lemas y ecos periodísticos de los acontecimientos.

La descripción de las villas miseria que visita atónito Gonzalo, el pobre niño rico, no deparan mayores sorpresas y bordean constantemente el cliché y el maniqueísmo. Sin embargo, asistimos también al retrato de Machuca desde la perspectiva de un Gonzalo cada vez más confundido y de personalidad más compleja. La lealtad del amigo se enfrenta a los imperativos de clase, particularmente en el curso de una manifestación en la que su madre abandona su careta liberal para exhibir su intolerancia. Lo que habría podido ser un melodrama de sentimentalismo desbordado, se transforma en un relato que apuesta a la complejidad psicológica y a la sobriedad emotiva.

La postura crítica de Andrés Wood desemboca casi en el pesimismo, con lo que da muestra clara de ese clima de recelo social que vive hoy Chile y al que alude el documentalista Patricio Guzmán. Machuca encuentra en ese país un público mayor y más receptivo gracias a su estrategia comercial fincada en las aparentes facilidades de su tratamiento dramático, y de modo especial en la cálida caracterización de Ariel Mateluna como el joven rebelde Machuca.

Machuca se exhibe esta semana en Cinemex WTC y Lumiere Reforma.

[email protected]

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.