La Jornada Semanal,   domingo 8 de mayo  de 2005        núm. 531

UNA ANTOLOGÍA DE LA DESDICHA

NEFTALÍ CORIA
Jorge Bustamante (traductor),
El instante maravilloso:,
poesía rusa del siglo XX,
México, 2005.

Para Susana Sanromán, in memoriam


Desde algunos años —circunstancialmente, y no por que yo sea el indicado para hacerlo— he escrito sobre lo que Jorge Bustamante García traduce. En su ejercicio continuo y de magnitudes mayores, he observado con atención su paciente y cuidado trabajo generoso de entregar versiones del ruso a nuestra lengua. Leí, y comenté en su momento, la traducción que nos entregó de los poemas de Anna Ajmátova que en la colección Poemas y ensayos, hoy dirigida por Marco Antonio Campos, publicó hace algunos años. He signado, en fin, mi aprecio sobre esta asombrosa labor de artífice que Bustamante ha labrado; ahora entiendo que fue, sin duda, una manera de reconocer este olvidado trabajo del traductor. Y hoy, mi comentario a El instante maravilloso, poesía rusa del siglo xx, que recoge buena parte de su trabajo con la poesía de la lengua de Dostoievski, da seguimiento a la serie de comentarios que le he ofrecido al autor del El canto del mentiroso. He leído este libro grande, y lo he hecho porque lo que me atrae del caso: la pasión por la lengua y los poetas rusos por Bustamante, tiene algo más alto que un sencillo apego. Me emociona la paciencia con la que el colombiano mira levantarse, como fuentes deslumbradas, los poemas que ha de traducir. Me entusiasma sobremanera esa capacidad que pocos tienen para mirar la vida de cada uno de los autores que traduce, porque hasta hoy, no creo que Jorge haya traducido un solo autor y ni siquiera un poema, que no sea parte de esa entrega pasional a la loba inmunda llamada poesía.

En esta obra de Bustamante puede notarse con claridad un suceso que se origina en el corazón. Me detengo aquí sólo para anotar que llamé "obra" a la traducción. Como en la misma introducción de este libro se recuerda la anécdota entre Mandelstam y Pasternak, que dijo el primero ante la misma Ana Ajmátova: "sus obras consistirán en doce tomos de traducciones y sólo uno de sus propios poemas". Y aunque aquello parece un reclamo, una acusación y hasta una especie menor que la burla, no dejamos de creer que la obra traducida no es obra más que la del autor traducido, y no, claro que la traducción puede alcanzar ese nombre —aunque discreto— de obra.

Ahora pregunto: ¿cuál es la obra del traductor?, ¿cómo signarla? ¿Cómo llamarla si es una labor que siempre se ha dejado fuera de todo acto central en el mundo de la creación? En fin, lo que dice Jorge Bustamante a propósito de una hipotética respuesta de Mandelstam al autor de El doctor Zhivago resulta muy ilustrativo: "Al lado del gran poeta ingles, un solo libro de buenos versos propios basta."

Complicada y discutida la labor del traductor, pero sin duda de una profunda responsabilidad, porque —hablo de poesía— el traductor canta en su idioma lo que oyó cantando en la otra lengua madre de lo cantado. El traductor es el copista de la música en su sonoridad primigenia. El traductor de poesía es como el loco que traduce lo que han dicho las flautas y las abejas; siempre está atendiendo al aire.

Otra cosa que me parece importante mencionar de las traducciones que Bustamante ha publicado, y que ya para sus lectores resulta casi familiar, es que su aplicación a la poesía y a los poetas (lo podemos ver en sus notas y trabajo más amplios sobre el tema), nada tiene que ver con ese espíritu despreciable de la Academia que muchas veces suele acabar con el zumo de la literatura. Sus anotaciones y las ricas y precisas semblanzas de los autores que traduce, nos hacen pensar que los tenemos cerca, y que, sin duda, él debió haberlos visto de cerca.

Contrario a los académicos que sólo ganan cátedras, grados y sueldos en las universidades, el trabajo de este traductor y poeta colombiano ha sido con la vida y el corazón de las palabras, con su sangre inmensa y hasta con las enfermedades que viven los hombres comprometidos en el canto. Jorge Bustamante García eligió para su destino una poesía asentada en la desdicha, porque la poesía rusa del siglo xx ha sido perseguida por las tormentas humanas y por el sacrificio infortunado de los que la escribieron, como señalaba Jünger. Es una poesía que tuvo su particular destino trágico, es decir, fue reflejo de aquella historia del pueblo ruso, al que le tocó ser vientre de una poesía —sobre todo poesía— sumamente honda e inscrita en el dolor.

Este libro es el resultado de muchos años de trabajo, una muestra más que panorámica de mirar la poesía rusa de frente y representativa, pese a que son autores seleccionados por un criterio afectivo y muy lejano a las voluntades académicas y/o de estudio. El instante maravilloso, sin embargo es una suerte de caleidoscopio de esa generación llamada —allá en Rusia— del siglo de plata; salvo Tarkovski y Brodski, y la selección que el traductor ha hecho, habla también de una intención y esa intención mucho revela los intereses que Bustamante nos ha mostrado a lo largo de la traducción del libro. A él le apasiona descifrar el sufrimiento humano, le interesa la vida de estos poetas que terminaron apostándola contra la poesía, y sabiéndolo, perdieron.

En este libro, la desesperanza como la de Ajmátova tiende hilos a lo largo de sus páginas. Antología de fino tejido, es un libro que honra a su título, ante el razonamiento que puede leerse en el verso de Pushkin que sirve de epígrafe general al volumen: "Recuerdo aquél instante maravilloso/ cuando ante mí apareciste, como una visión efímera, como genio de la belleza pura", y si ese instante ha sido el de la poesía en su aparición primera, pese a la desdicha, la desesperanza, la soledad, los autores de la historia rusa, la poesía aquí reunida, seguirían siendo un instante maravilloso en nuestros ojos iluminados por la pasión, que también espero todo lector conserve como único tesoro •