La Jornada Semanal,   domingo 15 de mayo  de 2005        núm. 532

UNA GENERACIÓN

ALBERTO CHIMAL
Mayra Inzunza (comp.),
Novísimos cuentos de la República Mexicana,
Fondo Editorial Tierra Adentro,
México, 2005.


Mayra Inzunza ha reunido en este libro textos de treinta y dos escritores, uno por cada estado del país más el Distrito Federal. Además, la colección incluye algunos textos de dos vertientes aledañas al cuento "clásico": relatos postmodernos y minificciones, que nunca se habían visto como parte importante del trabajo de los narradores "jóvenes" del país.

La segunda aportación me parece más importante. Seguimos leyendo narrativa con los prejuicios del siglo XX y por tanto usamos, muchas veces, criterios del XIX; más aún, para cualquier narrador —practicante de un arte poco apreciado y al que los medios masivos han despojado de casi cualquier "utilidad"— se vuelve cada vez más simple, más cómodo, repetir sin riesgo: seguir las modas que dictan el azar o el mercado como antes, por mucho tiempo, las dictó la política. Sin embargo, tras la lectura de este libro (y en él de más de un texto heterodoxo de verdad, interesado en el juego intertextual o en la metaficción) parece claro que, cuando menos, los escritores de ficciones breves del país pueden —podemos— desear algo distinto para nuestro propio trabajo: podemos querer aventurarnos en nuevos territorios.

Aparte, desde luego, está el problema de la generación.

Algunas personas me han comentado, jugando con el título del libro, que si los textos son en su gran mayoría de hechura reciente, varios de los escritores reunidos en él no somos precisamente "novísimos". No, en efecto, aunque no pocos sí están dando los pasos más tempranos de sus carreras. Pero se puede ir más allá de esta consideración: de distinguir a Juan José Rodríguez de Tryno Maldonado, o a Eve Gil de Karime Nefertiti Melgarejo, por el número de sus publicaciones o, lo que sería peor, por sus fechas de nacimiento. Somos una generación porque esas fechas nos acercan, más que alejarnos, pero sobre todo porque, con independencia de temas y estilos, hay razones más importantes que nos agrupan.

En 1997, Dispersión multitudinaria, antología de Leonardo da Jandra y Roberto Max, reunió trabajos de escritores que entonces rondaban los treinta años y popularizó la idea que aparece en su título: la de que ellos (de quienes no nos separa nada, en realidad) eran una camada sin nexos verdaderos entre sí, sin propuestas comunes, y de hecho imposibilitada de tenerlos salvo como un gesto sin sentido o un truco publicitario. Para aquellos antologistas, el hecho se debía a la mediocridad y el estupor en que la narrativa hispanoamericana había caído tras las novelas del boom de los años sesenta. La misma antología, dijeron, sólo podía ser otro gesto: el testimonio de una caída, de una generación más (en el sentido estrictamente cronológico) que no lograría superar a sus padres literarios con un programa coherente y obras a la altura de ese programa.

Lo que ese libro no vio es que la frase "un programa coherente" carece de sentido al menos desde el surgimiento de las vanguardias artísticas de la primera mitad del XX, que rompieron todas en distintas direcciones con la tradición decimonónica y volvieron inútil, por lo tanto, la idea de una trayectoria definida y única en la evolución de las artes. Ya no se puede hablar de las escuelas literarias como vagones más o menos elegantes de un tren de progreso. Por el contrario, estos Novísimos cuentos llaman la atención por las profundas diferencias de asuntos y técnicas entre los textos, pero apuntan también al panorama que les da sentido: el campo de posibilidades y limitaciones que condiciona nuestros esfuerzos. Después de todo, no existimos aislados: compartimos momentos de la historia, descubrimientos en relación con la literatura y con el sitio de ésta en el mundo, alternativas al momento de encarar el trabajo literario como una forma de vida. Tenemos presente como en ningún otro tiempo el peso de la tradición y las influencias, que desde Harold Bloom se ha vuelto parte de un discurso apocalíptico muy a tono con los malestares del presente. Tenemos presente, a la vez, la riqueza de lo transcurrido y lo obsoleto, las posibilidades del juego, la retirada o por lo menos el eclipse del lenguaje en un tiempo dominado por las imágenes.

Si no todo lo que antecede es alentador, al menos el ahora (como está esbozado en la antología de Inzunza) nos deja ver una ventaja cierta sobre casi cualquier otro momento de la narrativa mexicana: debemos aceptar que los textos que valgan entre los que lleguemos a producir —aquellos que justificarán a todos los otros o por lo menos los harán menos visibles— serán producto de esfuerzos individuales, de proyectos que se resistan a entrar en compartimientos bien etiquetados y que puedan levantar su propio peso, por decirlo así, sin la ayuda de compañeros de ruta o de nicho de mercado.

La llegada de esos textos no está garantizada, por supuesto. Emmanuel Carballo escribió con razón que no todos los escritores buscan, una vez establecidos sus intereses y ensayados sus talentos, dar su "do de pecho": crear de veras un texto que les permita llegar al límite de sus capacidades y que, de lograr sus propósitos, pueda leerse sin tomar en cuenta la juventud de quien lo escribió, ni su actualidad, ni su representatividad. Tal vez algunos de los escritores reunidos en esta antología, o de los centenares más que pertenecen a la misma generación, lleguen a una obra así en alguna de las formas del cuento; tal vez otros lleguen en géneros distintos, o no lleguen.

Pero libros como éste tienen al menos otra función además de ser línea de salida para competencias reales o imaginadas, o llamadas de advertencia para quienes estamos dejando de ser "jóvenes": además de contener biografías o promesas, Novísimos cuentos de la República Mexicana contiene (como también dije ya) cuentos, relatos postmodernos y minificciones. Algunos deberían servir para la curiosidad o el goce de la especie hipotética de los lectores