La Jornada Semanal,   domingo 22 de mayo  de 2005        núm. 533
 

Francisco Rebolledo

Lowry y el volcán

Al lugar privilegiado que ocupa el volcán Popocatépelt en el viejo Anáhuac (en el centro del altiplano, enseñoreando tres hermosos valles que dormitan bajo sus faldas y acompañado eternamente por su blanca compañera, aquella que nunca se ha cansado de descansar) y en el corazón de los mexicanos, habría que agregar otro no menos notable: el Popocatépetl es el protagonista totémico, por decirlo de alguna forma, de una de las más grandes novelas del siglo veinte, Bajo el volcán, del escritor inglés Malcolm Lowry.

Es proverbial la fascinación que ejercían en Malcolm Lowry las coincidencias. De hecho, para él no eran tales, más bien eran el ajuste del símbolo y del significado; eran una especie de advertencia de lo que debía hacer o evitar, de lo que presagiaba algo bueno o algo malo. Así, por ejemplo, cuando conoce en la Alambra de Granada, en 1932, a la joven norteamericana Jan Gabrial, no tarda en enamorarse desesperadamente de ella. A tal extremo llegó su euforia por la recién conocida, que durante los pocos días que departió con ella en la ciudad andaluza se alejó por completo de la bebida y aun visitó la regadera diariamente y trató de acicalarse lo más posible, ambas cosas bastante alejadas de sus hábitos cotidianos. Se despidieron con la promesa de volverse a encontrar, un mes más tarde, en Londres. Cuando transcurrió ese lapso, el reencuentro se vio frustrado: Lowry no llegó a la hora convenida a la estación y perdió de vista a su amada. A los pocos días (días que fueron un infierno atizado en alcohol para el joven inglés), se encuentra con Jan Gabrial casualmente en el Teatro Alambra de la capital inglesa. Lowry entendió la coincidencia como un eterno retorno: nuevamente la Alambra los reunía; y en ese mismo instante decidió, según nos cuenta Jan Gabrial, casarse con ella.

Poco antes de conocer a su futura esposa, Lowry, un muchacho de veintitrés años por aquel entonces, acababa de publicar su primera novela, Ultramarina, la historia, un tanto melodramática, de un muchacho noruego de buena cuna que decide, antes de entrar a la Universidad de Cambridge, hacerse a la mar durante un año, como simple grumete, en un barco mercante que viaja al lejano Oriente (anécdota, por supuesto, tomada de la propia experiencia de Lowry). En esta novela aparece mencionado un par de veces el volcán Popocatépetl (en ambos casos, por cierto, acompañado del Chimborazo ecuatoriano), que viene a la mente del joven Dana Hilliot, el protagonista de la historia, cuando piensa en la salvación y lo lejos que se encuentra de ella. Ya desde entonces, quién sabe mediante qué extraños mecanismos (si se toma en cuenta lo poco conocido que era el Popocatépetl en Europa), Lowry denota al volcán mexicano como un símbolo. Aún faltaba el encuentro fortuito con el símbolo para desatar la coincidencia y, con ella, su significado.

Eso ocurrió en noviembre de 1936, cuando Malcolm Lowry y Jan Gabrial se establecieron, después de un azaroso recorrido por la Unión Americana, en la ciudad de Cuernavaca; éste, con la esperanza de salvar una relación que se iba a pique y de trabajar sin sobresaltos en una novela que venía escribiendo desde hacía cinco años; ella, con la única esperanza de que su marido se alejara del alcohol.

LA ESTANCIA EN LA MONTAÑA

Del pueblo adormecido ascendí a la montaña viviente. En las aguas de sus torrentes mi cuerpo se limpió de toda inmundicia; entre los bosques de pinos se perfumó con la esencia de lasselvas; bajo la potencia del sol se fortificó y sobre los hielos mis pasiones se congelaron.

Desde la cima del volcán, yo vi el mundo como un espectáculo maravilloso y lo amé sin reticencias, profundamente, intensamente...

Dr. Atl

La ciudad de tierra caliente, con su exuberante flora, su diáfano cielo y su incomparable luminosidad, les recordó a Granada, la cuna de su amor, lo que para Lowry no dejaba de ser un espléndido augurio. No obstante, en la añosa Cuauhnáhuac se encontró también con el imponente volcán que simbolizaba la salvación. Allí estaba, frente a su vista, el viejo volcán que alguna vez evocó en su primera novela, símbolo acabado de la montaña del Purgatorio de Dante; montaña que hay que ascender, purgando en el camino los pecados capitales, para alcanzar el verdadero Paraíso Terrenal y la puerta de entrada a los cielos. Pero también estaba, y mucho más cerca, en las faldas del volcán, la selva que daba acceso al infierno, cuya boca terrible no podía ser otra cosa que la siniestra barranca de Amanalco.

Coincidían, pues, en un mismo espacio y a un mismo tiempo, materializados podría decirse, los tres elementos simbólicos que martillaban en la cabeza del escritor inglés desde su más temprana juventud: el jardín del Edén (la propia Cuernavaca), la montaña del purgatorio (por supuesto, el viejo Popo) y la boca del infierno (la barranca de Amanalco), y de esta coincidencia habrá de surgir su obra maestra.

Olvidó entonces sus buenos propósitos de dejar de beber y dedicarse a su viejo proyecto y, bebiendo más que nunca (tal vez era la única manera de apagar el incendio que consumía a su espíritu desde que se vio tan cerca y tan lejos de la salvación), se lanzó de lleno a una nueva empresa: un relato, inspirado en un suceso que les había ocurrido poco después de establecerse en la ciudad, al que tituló "Bajo el volcán", que trataba del viaje en camión desde Cuernavaca a algún poblado cercano con la finalidad de ver una corrida de toros, de tres extraños personajes: un diplomático inglés, cincuentón y alcohólico, Yvonne, su hija, una mujer joven que carga con el dolor de ver a su padre aniquilado y de haber sido absurdamente promiscua, y Hugh, el novio de Ivonne, quijotesco aventurero que, aparte de Yvonne, sólo piensa en alistarse como voluntario en la Guerra civil española.

Los elementos simbólicos fundamentales que había descubierto Lowry en Cuernavaca aparecen en el cuento cumpliendo una terrible función: aterrorizar al Cónsul inglés: el volcán Popocatépetl, "como una especie de Moby Dick, parecía invitarlos, a la vez que se mecía de un lado a otro del horizonte, rumbo a un único e irremediable desastre", y a veces "era la barranca la que los perseguía, arrastrándose tras ellos con horrenda paciencia (pensó) serpenteando siempre ora a un lado, ora al otro del camino". La compleja relación del Cónsul con ambos elementos, sobre todo el primero, queda resumida en estas hermosas líneas del cuento:

Después, con paso gigantesco volvió a surgir la montaña, ora majestuosa, ora de aspecto entristecido, teñida de un color gris pizarra semejante al de la desesperación, agachada sobre su mujer dormida: "Iztaccíhuatl", que ahora le quedaba permanentemente contigua —lo que acaso fuese una explicación, decidió el Cónsul al sentir que el Popo poseía también una molesta cualidad de aparentar que sabía que la gente está a punto de hacer, o tiene intenciones de hacer algo— ¡como si no le bastara ser la montaña más hermosa del mundo!

Muy pronto Lowry comenzó a extender este cuento en ambos extremos, para ir labrando poco a poco, con mucho dolor y fatiga al principio (si se toma en cuenta que estaba bebiendo mezcal a torrentes y, como consecuencia de ello, había terminado por perder a su esposa), una novela extensa. Un año y medio después de haber llegado a Cuernavaca, abandonó México, deportado por las autoridades, casi aniquilado por el alcohol y con su relación amorosa rota; no obstante, bajo el brazo cargaba la primera versión de Bajo el volcán, más de cuarenta mil palabras que milagrosamente había llevado al papel.

Poco después encuentra una nueva compañera, admiradora y cómplice, Margerie Bonner, con quien se instala en una cabaña en la Columbia Británica y, allí, en una maravillosa paz, alejado por primera vez en su vida adulta de la bebida, con la montaña de la salvación nuevamente alejada de su presencia (aunque no de su espíritu), redacta tres versiones más de su novela, hasta que en una feliz nochebuena de 1944 le pone el punto final a la versión definitiva.

El significado de la coincidencia se cierra entonces: aquel volcán que Lowry evocara en su juventud, se eternizará por segunda vez, ya no en el centro de tres hermosos valles, sino en el centro mismo del estrecho círculo de las obras maestras de la literatura.