Usted está aquí: domingo 29 de mayo de 2005 Opinión Bolivia, al borde de la guerra civil

Guillermo Almeyra

Bolivia, al borde de la guerra civil

La situación boliviana se precipita. En el frente de los sectores populares -indígenas, obreros, campesinos, pobladores y vecinos pobres- crece la tendencia a exigir la renuncia del presidente Carlos Mesa, que sucedió al defenestrado Gonzalo Goni Sánchez de Lozada, y a cerrar el parlamento, donde los partidos de derecha, que son minoritarios en el país, aún tienen mayoría. Quienes así piensan exigen también la estatización de las empresas petroleras, para que el petróleo y el gas sirvan al desarrollo de Bolivia. Sin embargo, Evo Morales y sus seguidores quieren mantener el movimiento en el cauce legal para llegar a la asamblea constituyente y de ahí a las elecciones presidenciales, habiendo ya organizado el poder popular. Por eso no desean precipitar la renuncia de Mesa ni llevar a las petroleras a una guerra contra la Bolivia popular, y exigen, por consiguiente, no la estatización, sino regalías, y que Mesa conduzca el país hasta la asamblea constituyente, fijada para julio, pero que aún no se sabe cómo y con cuáles criterios serán elegidos sus integrantes. En contraposición a este frente conspiran los partidos de derecha, algunos parlamentarios y altos oficiales, que podrían lanzarse a la aventura de un golpe de Estado, a pesar de que la policía y parte de las bases del ejército podrían no seguirlos, pues en éstas y en aquélla es muy fuerte la influencia étnica y social de los que ganaron la guerra del agua en Cochabamba y después derribaron al odiado Goni.

Un tercer sector, en contacto con este último y apoyado por la embajada estadunidense en Bolivia, es el de las oligarquías de las regiones poco pobladas, donde son fuertes los terratenientes y los industriales extranjeros y donde están situados los yacimientos de hidrocarburos. Las oligarquías de Santa Cruz de la Sierra y Tarija intentan disfrazar de lucha por la autonomía autoconvocada lo que en realidad es una secesión de hecho del país, sobre bases inconstitucionales y racistas, pues no quieren depender de los indígenas y cholos del altiplano (prefieren depender de Sao Paulo, de Buenos Aires y de Washington). Estas oligarquías cuentan con el respaldo de la mayoría de las clases medias locales (y de la población de sus regiones), además de medios, capitales, respaldos internacionales y armas, pero deberían enfrentar a sus peones y a los indígenas de los territorios que quieren separar de Bolivia, porque estos últimos entienden la autonomía como extensión del sistema comunitario anterior a la Conquista. Con el desprestigiado y aislado presidente Mesa en medio, la derecha social y política blanca, y la izquierda social y política indígena y mestiza, marchan como dos trenes que van sobre el mismo riel en direcciones opuestas, o sea, hacia un casi seguro choque frontal, pues la primera no acepta esperar hasta la constituyente, donde sería minoría, y en la segunda no habrá unidad de objetivos pero sí existe, en cambio, la decisión de no volver al statu quo ante.

Postergar el enfrentamiento requiere que exista y sea aceptada la salida de las urnas para elegir la constituyente y determinar cuáles serán los márgenes y características de las autonomías regionales, y cuál será el carácter del Estado (¿federal?, ¿centralizado con amplio margen para las regiones?). Pero habría que ponerse de acuerdo sobre cómo se elegirán los diputados constituyentes (¿sobre una base étnica?, ¿regional?, ¿por voto universal y mediante el sistema de partidos?, ¿o por una combinación de dos o de varios de estos métodos?) y, además, sobre cuál será la representación numérica de las distintas regiones y organizaciones, si se elige que este sea un criterio. Es difícil que Santa Cruz, que no acepta esperar hasta la constituyente ni respeta la constitución actual, pueda optar por una vía electoral, que es seguro perderá, a no ser que le hayan fracasado las otras salidas (como el golpe militar con el apoyo de la embajada de Estados Unidos y, más discretamente, de Brasilia y hasta de Buenos Aires).

Lo fundamental es que ahora existe un frente entre la Central Obrera Boliviana y los sindicatos que aún subsisten, los vecinos del Alto y su federación, los campesinos organizados y sus instrumentos políticos ad hoc, Pachakuti, para la mayoría de los aymaras, y el Movimiento al Socialismo (MAS), para otro grupo aymara y los quechuas, guaraníes, chiriguanos, etcétera. La lucha de clases se une así con una lucha étnica y los proyectos opuestos de país resucitan, en un caso las comunidades, los ayllu, la solidaridad y, en el otro, quieren reafirmar el poder conquistado durante la Colonia. Es una lucha entre la modernidad indígena, anticapitalista, socialista, internacionalista, y el pasado que se niega a pasar. Es una lucha por la construcción de poder en las calles, las rutas, los caminos, los barrios, para disputar el poder central y construir un país diferente. De un lado están las clases subalternas y sus sindicatos y organizaciones campesinas (de ningún modo una amorfa multitud), y del otro las clases dominantes, con una parte importante de las clases medias urbanas cruceñas. ¿Se llegará al enfrentamiento armado? ¿Tendremos una guerra civil española en Bolivia, en pleno centro del Cono Sur? ¿Bush hará entonces lo que hicieron Hitler y Mussolini? ¿Quién convocará entonces a formar las Brigadas Internacionales?, ya que en Bolivia se puede decidir el futuro de todos nuestros países.

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