Usted está aquí: domingo 29 de mayo de 2005 Opinión Renace la Covadonga

Angeles González Gamio

Renace la Covadonga

Al pasar por la calle de Belisario Domínguez, concretamente entre los números del 44 al 50, inevitablemente disminuía la velocidad del automóvil, o si iba a pie me detenía, para admirar una soberbia construcción que, convertida en vecindad y con comercios que habían transformado ventanas en puertas y abierto vanos para ampliarse, mostraba un deterioro que sin embargo no ocultaba su belleza intrínseca.

Ahora está renaciendo y ya sabemos que era un beaterio que posiblemente se edificó en el siglo XVII, ya que la casona dejó ver durante la restauración, que está por concluir, que en esa época fue de un piso y que en la siguiente centuria se le hizo la segunda planta. Tras su época de esplendor virreinal, en el siglo XIX, al quitársele los bienes a la Iglesia pasó a manos de la fundación Rafael Dondé, la que la convirtió en vecindad, uso que tuvo hasta el año 2000, cuando la adquirió el Gobierno del DF, que por medio de la Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda y conjuntamente con la Junta de Andalucía convocó a un concurso para rehabilitarla, creando departamentos de interés social, pero con la condición de conservar los valores arquitectónicos e históricos.

El concurso lo ganó el arquitecto Alejandro Suárez Pareyón, quien había estudiado el inmueble por años, conocía su historia y tiene experiencia en ese tipo de vivienda. El realizó una profunda investigación, gracias a la cual nos enteramos que en 1775 el bachiller Vicente Antonio de Soto decidió crear una residencia para doncellas españolas que no tuvieran sustento y vivieran de sus labores. No profesaban como monjas pero eran muy rezadoras y se les conocía como beatas, por lo que la institución se conocía como El Beaterio de la Covadonga, virgen a la que estaba dedicado.

Las herederas del bachiller, Gertrudis Collado y Rosa Josefa de Castro, concluyeron la obra a fines del siglo XVIII. El resultado fue una construcción elegante y amplia, en estilo barroco, con ese afortunado maridaje que logran el avinado tezontle y la cantera gris plata, labrada con finura. La fachada mide 60 metros, lo que le brinda un frente espectacular. Desde siempre tuvo locales comerciales que daban a la calle, para tener rentas que ayudaran al mantenimiento. El portón de entrada es monumental y da a dos generosos vestíbulos con arcos, que dan acceso al amplio patio, que conserva en el centro una fuente de cantera original. Así se mantuvo hasta el siglo XIX, cuando dejó de ser beaterio y se tornó en vecindad, época en la que le agregaron un piso y cerraron el patio para hacer viviendas.

Ahora nuevamente la hermosa residencia vuelve a transformarse, en un proceso para refuncionalizar el edificio, que incluye restauración, rehabilitación y obra nueva. Se le construyó una nueva escalera que no toca los añejos muros, se adaptó una terraza cubierta junto a un muro del siglo XVIII y se le agregó un piso, con lo que se obtuvieron 37 viviendas funcionales, luminosas, con todos los servicios modernos, y seis comercios.

Varios de los departamentos tienen restos de frescos, arcos y ménsulas, que les dan un encanto que ningún departamento contemporáneo puede ofrecer. Los muros interiores, pintados en un color oro, muy del periodo en que se edificó, le dan calidez y luminosidad; no cabe duda que es una arquitectura con alma.

No hay persona que visite el antiguo beaterio que no quiera adquirir una de las viviendas; sin embargo ya están todas destinadas, principalmente a las mismas personas que las habitaban cuando era una ruinosa vecindad y que ahora, gracias a los créditos que les proporciona el Instituto de la Vivienda, van a poder adquirirlas.

Es un esfuerzo que merece reconocimiento y que seguramente servirá de modelo para construcciones similares, que ahora están en franco deterioro. Felicitaciones al gobierno de la ciudad, a la Junta de Andalucía y al arquitecto Alejandro Suárez Pareyón y su equipo, que han hecho la obra con talento, dedicación y amor; mucho amor, que se siente en cada piedra.

El asunto merece un brindis y hasta una bailada, así es que les propongo Papá Jesú, la casa de la rumba, con los mejores grupos cubanos. Está situada en Ayuntamiento 161, altos, a unos pasos del Reloj Chino de Bucareli. Ahí también puede comer o cenar razonablemente bien. Presumen la pechuga Papá Jesú, la oreja de elefante gratinada -inmensa milanesa con la que repone las energías perdidas en el bailongo- y el chamorro con verdolagas, que también tiene lo suyo. El sitio es agradable y seguro; puede llevar a la novia con toda confianza. Tienen acomodador de coches.

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