La Jornada Semanal,   domingo 29 de mayo  de 2005        núm. 534
 

Miguel Huezo Mixco

Toño Salazar, un lápiz del siglo XX

El 13 de febrero de 1920, el joven artista Toño Salazar sube por primera vez en un barco. El barco es una vieja cacerola de aspecto más bien ridículo. Lo importante es que lo lleva a México. Salazar tiene la pinta de un adolescente pero está por cumplir veintitrés años. La suerte parece sonreírle. Un grupo de influyentes amigos, entusiasmados por su talento y originalidad en el arte de la caricatura y el dibujo, han obtenido el boleto removiendo la arcas del gobierno salvadoreño.

Desembarca en territorio mexicano quince días más tarde. Toño contaba que después que las autoridades de México le permitieron ingresar, no sin bronca, pues lo consideraban menor de edad, vivió sus primeras aventuras viajando en carreteras asediadas por las tropas revolucionarias. Desde ese momento, México ejerció fascinación sobre Salazar. Lo recordaría siempre como "el umbral" de su mundo.

Toño Salazar nació en 1897 y murió en 1986. Ahora, por primera vez es posible seguir su asombrosa trayectoria de casi seis décadas de trabajo como dibujante, ilustrador y caricaturista, gracias a una retrospectiva de su obra y su vida, la más grande hecha hasta ahora, que aloja el Museo de Arte de El Salvador (MARTE). La muestra, titulada Disparates, reúne más de cuatrocientas piezas, la mayoría de ellas reproducciones de la obra de Salazar, así como cartas, recortes periodísticos y fotografías que ponen en contexto los diversos momentos del artista.

Conocida casi sólo por iniciados, la obra de Salazar ha pasado desapercibida hasta en su propio país. Su nombre no figura en el "canon" de las artes plásticas de este pequeño país reconocido mundialmente por su propensión a los homicidios horrendos. Los asesinatos del poeta Roque Dalton, a manos de la naciente guerrilla, y del obispo Óscar Romero, a causa del certero disparo de un asesino a sueldo de la derecha más conservadora, resultan emblemáticos.

Antes de que finalizara, en 1982, la guerra civil que produjo punzantes sufrimientos a esta sociedad, convirtió a Toño Salazar en una de sus víctimas. El artista, ciertamente, murió en su cama, pero la guerra lo había convertido, como alguna vez se definió, en un "habitante desconocido" en su propia tierra. Por una parte, la estética "revolucionaria" miraba a sus deslumbrantes personajes provenientes de la vanguardia parisina como preciosidades inútiles. Por otra, los grupos más poderosos de El Salvador miraban con alarma y sospecha sus sátiras contra los militares argentinos, encarnados en la figura de Perón.

PÓLVORA Y MILAGRO

A pocos meses de su llegada a México se produjeron el asesinato de Venustiano Carranza y la rendición de Pancho Villa. Había conocido las asonadas militares centroamericanas, pero ahora se encontraba en medio de una Revolución que producía un nuevo fermento social. "Todo era pólvora y milagro de vida", dice Salazar.

Vivía una revolución personal. Una nota en El Día, escrita poco después de su llegada a México, detalla: "Salazar vive una vida de duende y de genio. Ahí, ese joven artista produce casi en la sombra una serie interminable de caricaturas, cuadros, apuntes rápidos de sus ‘visiones interiores’, ‘sketches’ que recoge en su vida nómada por la gran ciudad."

Dormía en hoteles de mala muerte y participaba en las alegres y a menudo escandalosas tertulias de la bohemia. En la biografía de Fernando Vallejo sobre Porfirio Barba Jacob, Salazar aparece al lado del poeta en el momento en que llega, furioso, José Vasconcelos a reclamarle al colombiano los hirientes editoriales que dedicaba al presidente Obregón. En la Escuela de Bellas Artes, en donde estudió, ayudaba a moler los colores que preparaba Carlos Mérida. Pocos meses después publica caricaturas en El Universal, La Falange, Zig-Zag y El Heraldo. "Salazarcito", como lo llamaba Barba Jacob en sus arrebatos homoeróticos, se encuentra entre los firmantes de una Federación de Intelectuales Hispano Americanos, una iniciativa de Ramón del Valle-Inclán, donde aparecen como adherentes el mismo Vasconcelos, Jaime Torres Bodet, Vicente Lombardo Toledano, Manuel Gómez Morín y Daniel Cosío Villegas, entre otros.

A finales de 1921, El Universal Ilustrado anunciaba con gran despliegue la incorporación de Toño a su equipo editorial. Pero la meta de Salazar era París. Es decir, la Gloria. Efectivamente, a finales de 1922 se embarca a Europa. En enero llega, proveniente de Holanda, a París.

UN PEZ DE LA VANGUARDIA

Salazar se instaló en el Hotel de Bloise, en la rue Vavin, en las proximidades de la espina dorsal de la cultura europea: el bulevar Montparnasse. Si nos atenemos a las memorias de Luis Buñuel, en esos años había en París no menos de 45 mil pintores, la mayoría de los cuales frecuentaban Montparnasse. Salazar llegó a moverse en esa nata como pez en el agua.

Enrique Gómez Carrillo, su amigo y protector, lo llamó "el Príncipe de los caricaturistas". Un año más tarde, el poeta mexicano Alfonso Reyes intentó sin éxito mover influencias a su favor cuando el gobierno salvadoreño le retiró una ayuda en metálico que Salazar recibía desde 1920. Salazar y Reyes se habían conocido en las tertulias de los intelectuales latinoamericanos de París, al alero de la poeta Gabriela Mistral.

En París, Salazar se convirtió en uno de la vanguardia. Expuso sus caricaturas en el Salón de Humoristas de La Araña junto con Marc Chagall y Tsuguharu Foujita. Como en una especie de mantra cubista, repetía: "Yo creo que si una persona es larga y las demás la ven redonda, no importa que la hagamos cuadrada." Hizo de cada personaje una "narración". En los trazos que usa para retratar a Picasso, James Joyce, Blaise Cendrars, Maeterlink, Colette y Ludmila Pitöeff, parecen estar condensadas sus manías y destrezas. Los personajes sonríen, sueñan, trasuntan alegría y libertad. Simplifica los contornos más complejos en unas pocas líneas, otorgándole al conjunto una verosimilitud insólita. Salazar llamaba a esto el "disparate". Consideraba sus caricaturas no como dibujos cómicos, sino como exageraciones visuales donde cada cosa sale del recuerdo "con la marca que ha dejado en la memoria". Este es el recurso del que se valió para retratar a los "monstruos sagrados" de las artes y las letras de los años veinte en París. Algunos de sus más sofisticados retratos fueron reunidos en un libro, que prologó Kees Van Dongen.

Semanas después de lanzar su libro partió a Nueva York. Allá lo esperaba su futura esposa, Carmen Gallardo, a quien había conocido en una fiesta en París. Iba en busca del oro. "El oro de Yanquilandia", como escribió Gómez Carrillo. Estados Unidos se debatía en medio de la Gran Depresión. Sin conseguir una plaza fija, colaboró para revistas pero dos años más tarde volvió a París.

LA EXPEDICIÓN MÉXICO-BUENOS AIRES

En 1934 Salazar andaba chiflado con un proyecto nuevo y ambicioso: realizar a lo largo y ancho de toda Hispanoamérica investigaciones "etnológicas, sociales, geográficas y artísticas" para darlas a conocer en Europa. El proyecto fue conocido como la Expedición México-Buenos Aires. La nómina de los aventureros incluía, además de Salazar, a Henri Cartier-Bresson, al arquitecto Federico Álvarez de Toledo, el camarógrafo Bernard De Colmont y los periodistas Julio Brandan y Gerardo Tacvor. El compositor Tata Nacho y el escritor Alejo Carpentier se les unirían más tarde. Además de provocadora, la empresa podía resultar beneficiosa. El proyecto estaba programado para dos años. Comenzaría en México, en donde había un compromiso de apoyo oficial, y culminaría en Tierra del Fuego, Chile. Para entonces, Toño se había vuelto un sin patria.

La mañana del jueves 5 de julio de 1934, el grupo bajó del San Francisco e ingresó a las oficinas migratorias del puerto de La Habana. Salazar tenía treinta y siete años de edad. Cartier-Bresson, que ya era considerado uno de los fotógrafos europeos más originales, estaba por cumplir los veintiséis. En México, un periodista consideró que aquella era "una de las aventuras más importantes y sugestivas que se hayan emprendido de este lado del Atlántico". El tiempo pasaba, y la expedición no levaba anclas. La pólvora estaba mojada. Sus patrocinadores habían cambiado de opinión.

¿Qué hacer? Salazar intentó rehacer sus contactos en México sin mucho éxito. Carmen, que permanecía en París, recibió de su marido la noticia de que tenía una oferta de trabajo en La Razón de Buenos Aires. "Un golpe de dados no abolirá el azar." Entonces viajó al sur. Los acontecimientos harían posible que Salazar desatara, como dijo Nicolás Guillén, sus "lápices terribles".

LA GUERRA, SIEMPRE LA GUERRA

Mientras Toño Salazar ilustraba libros de cuentos para niños en Buenos Aires, las noticias y las cartas de sus amigos le informaban sobre la tragedia que se cernía sobre España. Al igual que en los campos de batalla, la Guerra civil comenzó a librarse también en el terreno internacional. Pocos escaparon al influjo de la acción. André Malraux conspiraba, escribía y comandaba una escuadrilla de aviones. Rafael Alberti, secretario de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, escribía sátiras políticas. El poeta Juan Larrea se convirtió en jefe de la Junta de Relaciones Culturales en París. "¡Matad/ a la muerte, matad a los malos!", gritaba César Vallejo a los voluntarios internacionales. Pablo Picasso, a su vez, aceptaba la dirección del Museo del Prado.

En Buenos Aires, Toño Salazar entró en acción. La guerra hizo a un lado la sofisticación y la inteligencia de sus prototipos europeos. Ahora, la estupidez y el crimen dominaban el carácter de sus modelos. Cuando las tropas nazis ingresaron a París, su trabajo se volvió más intenso. En medio de los acontecimientos de la guerra, Argentina fue el único país latinoamericano que no rompió relaciones diplomáticas con el Eje. Al abrirse la segunda guerra mundial, en Buenos Aires un grupo de orientación socialista fundó el semanario Argentina Libre. Salazar se encuentra en el equipo de ilustradores y caricaturistas. Toño publicaba sátiras contra Hitler, Franco y Mussolini. A esta galería se incorporaría pronto el general Juan Domingo Perón. Argentina Libre fue clausurada por el gobierno. Inmediatamente se funda Anti Nazi. En la edición del 10 de mayo de 1945, mientras se celebra la rendición de Alemania, Salazar dibuja a un personaje del pueblo (Juan Gaucho) amputado de brazos y piernas, con la boca amordazada por un candado. Una semana más tarde, la policía llegó a la casa de Salazar para advertirle que debía abandonar el país, lo que ocurrió pocos días más tarde.

Tras los hechos, un numeroso grupo de escritores y artistas, incluidos algunos del exilio español, como Rafael Alberti y Margarita Xirgu, le enviaron un mensaje de solidaridad. Destacan también las firmas de María Rosa Oliver, del grupo de Sur, Atahualpa Yupanqui y Pedro Henríquez Ureña. Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y otros veintitrés artistas accedieron a que sus nombres figuraran con los firmantes.

Salazar fue bien recibido en Montevideo. Durante los dos años que duró su estadía trabajó con Emir Rodríguez Monegal una serie gráfico-literaria para la revista Marcha, dictó conferencias sobre el arte de la caricatura y participó con su amigo Rafael Alberti, el exiliado más célebre del momento, en actividades a favor de la derrotada República española. También fue testigo del matrimonio de Miguel Ángel Asturias con Blanca Mora y Araujo.

SALAZAR Y LA GUERRA SALVADOREÑA

En 1949, el matrimonio Salazar regresó a Argentina. Su situación económica era complicada. Su amigo Julio Fausto Fernández, que trabaja como cónsul salvadoreño en Uruguay, urde un plan para que Toño ocupe su cargo. Al plan se adhiere Gabriela Mistral, Premio Nobel de Literatura. Toño mira la posibilidad con escepticismo. Sospecha que en El Salvador los militares y los ricos lo miran como un "comunista". "Explícales que no como niños crudos", bromea en una carta a Fernández.

Contra todo pronóstico, en abril de 1950, es nombrado cónsul en Uruguay. Investido con sus fueros diplomáticos regresó a El Salvador en 1953, después de más de treinta años de ausencia. Su país en ese momento era sólo una escala antes de asumir su nuevo cargo en París. Para entonces El Salvador estaba gobernado por un Consejo de Gobierno presidido por el coronel Óscar Osorio, un caudillo que impulsaba un proyecto de modernización nacional.

Cuando Salazar ingresaba al selecto grupo de diplomáticos, en El Salvador estaba surgiendo una estética "revolucionaria" que se entendía como parte de una inminente revolución social. El poeta Roque Dalton, que llegó a ser una de las personalidades más influyentes en las siguientes décadas, profesaba un credo según el cual "el poeta es una conducta moral". Este axioma había sido propuesto y, a juicio de Dalton, traicionado por Miguel Ángel Asturias al aceptar un cargo diplomático de los militares guatemaltecos.

Tras una carrera diplomática de veinte años, Salazar volvió jubilado de manera definitiva a El Salvador (1972), cuando la guerra civil mostraba sus primeros hervores; los grupos armados iniciaban los secuestros de empresarios y funcionarios prominentes. A la vez, las torturas y desapariciones contra los opositores políticos al régimen militar eran un secreto a voces. Sus dibujos parisinos se miraban como alegres personajes de un mundo distante. Entre la derecha, sus sátiras contra Perón devinieron terribles espejos para los mandos salvadoreños. En muchos sentidos, ese final fue odioso.

El hombre de la vanguardia, ya viejo y enfermo del Mal de Parkinson, se retiró a sus cuarteles de invierno. Murió en su cama en diciembre de 1986. La muerte no le hizo justicia. No es tarde, quizás. A medida que la sociedad salvadoreña se reconcilia consigo misma, seguramente su arte comenzará a ser mejor comprendido. Esta sociedad crecientemente "transnacional" por la vía de las migraciones, tal vez ahora sea más capaz de entender el desdén de Toño por lo "vernacular".

Los artistas, en especial los más jóvenes, empeñados en sacar al arte de las esterilizadas galerías, tal vez se animen más a incursionar por los vasos comunicantes que Toño abrió entre el periodismo y las artes. Quizás ahora su genio tiene una nueva oportunidad.


SALAZAR Y CARTIER-BRESSON EN MEXICO

Una noche en la Ciudad de México. Año 1934. El fotógrafo Henri Cartier-Bresson y el dibujante Toño Salazar asisten a la fiesta que ofrece un importante personaje. El tequila corre a raudales. Cartier-Bresson, aquejado de una amibiasis, se abstiene de probar una gota de alcohol y para espabilarse decide recorrer la casa de su anfitrión. Le acompaña Toño Salazar, quien ha hecho las decoraciones de la casa. En un punto, los amigos se acercan cautelosos a la habitación de donde proviene un ruido que les llama la atención. Cuando entornan la puerta, se llevan una sorpresa...

La historia y los detalles provienen del libro Cartier-Bresson. El ojo del siglo, escrita por Pierre Assouline, periodista y autor de novelas. "Una vez que la expedición, nacida muerta, se deshace, cada cual se marcha por su cuenta", escribe Assouline. Cartier-Bresson echa el ancla en México. En Oaxaca se acompaña con Guadalupe Cervantes, "su novia de pies descalzos", que vende tacos en el mercado. Salazar también se queda por unos meses más, a salto de mata, haciendo ilustraciones y, por lo visto, decorando suntuosos apartamentos, antes de salir a probar suerte a Argentina. Cómplices de correrías, frecuentan bares y participan en tertulias.

Así, llegamos a esa noche en donde los amigos concurren a la fiesta de la que se habla líneas arriba: entornan la puerta y descubren a una pareja de mujeres trenzadas en un abrazo voluptuoso. Narra Cartier-Bresson: "Toño cogió una lámpara, yo hice varias fotos..." Una de las imágenes, titulada La araña del amor, es una de las fotos emblemáticas en la trayectoria de Cartier-Bresson.

Setenta y cinco años más tarde, con motivo de una exposición en homenaje al conocido galerista Julien Lévy, Cartier-Bresson exhibe en Nueva York una copia desconocida proveniente de aquel rollo: "La misma pareja de mujeres, a las cuales se ha unido un hombre, Toño...", dice el biógrafo.