Rincón acabó con el cuadro
Cartel estelar de la feria de San Isidro en Madrid con Enrique Ponce, El Juli y El Zotoluco, y la expectación, como suele suceder, terminó en decepción. ¡Que no puede ser! En Madrid se repitió el numerito de la Plaza México de enviar becerros para las figuras... Y éstas a la defensa, ¡y los toros fueron una birria! ¡Que no puede ser!
Escribe Antonio Lorca en El País. ¿Por qué estos toreros inteligentes vienen a Madrid a protagonizar el más absurdo de los ridículos con una impresentable corrida? ¿Qué necesidad tienen de ofrecer un espectáculo tan lamentable? ¿Quién es el enemigo que los convence para atentar de tan grave manera contra esta fiesta con exigencias toristas que rayan en el fraude y en supuesta connivencia con la empresa y la autoridad?
Y sigue Lorca: "el primero de Ponce no alcanzaba siquiera la categoría de novillo, más bien tenía pinta de perro grande, inválido. O sea, los toros de Puerto de San Lorenzo, impresentables, salieron mansos, parados, inválidos y sin pizca de casta. Al igual que Ponce, El Juli y El Zotoluco se fueron como llegaron: Ponce y El Juli, en medio de silbatinas. El Zotoluco, silenciado".
¡Que no puede ser! Las figuras con novillines y el resto de la torería fajándose con toros de arboladura impresionante, mansos o bravos, pero que representan la emoción de la vida-muerte, clave de la fiesta brava.
Con toros de ese tenor, de Jandilla, César Rincón, el colombiano, volvió por sus fueros y salió de Madrid, otra vez, en apoteosis, después de ejecutar el toreo de siempre, de parar, templar y mandar. La Plaza de las Ventas en la calle de Alcalá vibro al conjuro de las verónicas y naturales de Rincón y los madrileños se fueron a los bares dibujando capotazos.